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OPINIÓN - SÁBADO, 25 DE FEBRERO DE 2012

 

OPINIÓN / EL OASIS

Andares descoordinados
 


Manolo De la Torre
manolodelatorre@elpueblodeceuta.com
 

Escribía Francisco Umbral, cuando su quebrantada salud le hizo ver que se aproximaba el acto final de su vida, que estaba en deuda con Mariano Rajoy por haberle tratado, en cierta ocasión, con una crudeza inmerecida. Y explicaba, con su enorme dominio de la lengua, la que manejaba como le daba la gana, que le debía una reparación al político del PP.

Así, mediante esa explicación de intenciones, comenzó a dedicarle algunas columnas al hombre que, en aquellos entonces, no gozaba del fervor de los votantes y que parecía condenado a ser un perdedor de elecciones sólo comparable a Javier Arenas. Ese Arenas que espera con ansiedad la llegada de marzo para romper su hegemonía de derrotado y convertirse, al fin, en presidente de la Junta de Andalucía.

Las columnas de Umbral, dedicadas a MR, fueron como eran ‘Los placeres y los días’ de Umbral: escritos de gran belleza literaria, y que muchos consideraban barrocos, excesivos amanerados… Y que a mí me hacían disfrutar de lo lindo. Porque no dejaban de ser sonetos. Pues tenían sus medidas, sus claves, su poética.

En una de ellas, es decir, de las columnas dedicadas al actual presidente del Gobierno, creo, pues cito de memoria, que se refirió a la timidez del hombre que es de buen comer, aficionado al ciclismo, y amante de los buenos puros. Aunque dejaba entrever que había que cuidarse mucho de la ira de un tímido. Una timidez que, a su vez, se valía de su ser socarrón para tratar de mantener el equilibrio de su personalidad.

Desde entonces, desde que Umbral decidió hacerle el artículo a Rajoy, llevado quizá por la mala conciencia de haberle tratado de ridiculizar en otra época, yo comencé a fijarme mucho más en el hombre a quien José María Aznar señaló con el dedo cual sucesor suyo. A prestarle mucha más atención a sus discursos, a su lenguaje corporal, a su caminar en espacios abiertos, y a comprobar cómo en los debates se acentúan sus tiques.

Mariano Rajoy ha conseguido aunar los rasgos del aldeano gallego y del castizo madrileño. Y tengo la impresión de que, aun con ese escaparate de seriedad y de no haber roto un plato en su vida que luce, es capaz de reírse del más pintado.

No en vano ha sido la tierra gallega donde mayor número de cultivadores del humor han surgido y donde la socarronería se ha hecho proverbial. Para muestra lo que sigue: junto al humorismo personalísimo de Julio Camba encontramos el inseguro de Luis Taboada y el intencionado o trascendente de Fernández Flórez. Quizá, como decía Pedro Sainz Rodríguez, en ‘Semblanzas’, una tradición enraizada en la sabiduría de los primitivos celtas ha producido estos frutos tan escasos en las jóvenes culturas.

Pues eso, que a Rajoy se le nota la inseguridad a la legua; sobre todo cuando camina por espacios abiertos. En esos momentos, su braceo, si ustedes se fijan, va en total desacuerdo con su paso. Por lo tanto, bueno sería que su asesor de imagen le recomendara ver escenas de Manuel Rodríguez Manolete y de Robert Mitchum. Los hombres que mejor supieron andar en su tiempo.

Con la que está cayendo, dirán ustedes, qué coño importan los andares Rajoy. Pues claro que importan, y mucho; ya que trasmitir inseguridad, en cualquier aspecto, le está vedado a un presidente del Gobierno. Máxime en los tiempos que corren.
 

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