| 
                     Elvira Rodríguez, que de 
					experta en números con Rodrigo Rato, pasó a Medio 
					Ambiente como ministra, sustituyendo al mallorquín Jaume 
					Matas, cuando Aznar, y que ahora es presidenta de 
					la Comisión de Economía y Competitividad del Congreso, es 
					mujer que siempre me ha caído bien cuando la he visto 
					haciendo declaraciones en la televisión. Tal vez porque su 
					imagen me hace creer que goza de cualidades que son de mi 
					agrado. 
					 
					La última comparecencia de Elvira Rodríguez ante los medios 
					ha sido para criticar la actuación del juez José Castro 
					por haber tenido a Iñaki Urdangarin sometido tantas 
					horas a un interrogatorio que a ella se le antoja excesivo. 
					Su parecer, respetable donde los haya, evidencia sin embargo 
					que a ella no le está haciendo mucho tilín la forma de 
					proceder del juez que dictó auto contra el ex presidente del 
					partido balear, el popular JM.  
					 
					Oyéndola en una emisora de radio, la señora Rodríguez me 
					hace pensar en lo que le espera al juez instructor del Caso 
					Palma Arenas. Le espera, y ojalá me equivoque, estar bajo 
					permanente situación de vigilancia. Cada paso que dé será 
					seguido y escudriñado, cada palabra suya analizada 
					minuciosamente, cada presencia ante los medios será motivo 
					de polémica, y así hasta que se complete el círculo con el 
					más que seguro indagar en su vida.  
					 
					Del juez Castro nos darán pelos y señales de su infancia, de 
					su adolescencia, de sus padres, de sus comportamientos, de 
					sus gustos…; y aflorarán hechos que a nadie deberían 
					interesar a fin de servirnos la desnudez del personaje. En 
					su día, supimos que Castro escribe con un estilo 
					inmejorable. Que argumenta sus autos con reflexiones 
					irónicas. Algunas han sido calificadas de imaginativas y 
					brillantes. Literariamente. 
					 
					Cosa rara entre los profesionales de la judicatura. Cuestión 
					ésta que he tenido ocasión de oírsela comentar a varios 
					jueces. Quienes me confesaron sin rubor alguno que se habían 
					acostumbrado a escribir con excesos de gerundios y acabaron 
					por componer frases de este tipo: “El agresor huyó, siendo 
					detenido horas después”. Cuando lo correcto es: “El agresor 
					huyó y fue detenido horas después”. Ya que las nociones 
					expresadas de “huida” y de “detención” no son 
					cronológicamente simultáneas. Claro que hay jueces con muy 
					buena pluma; pero ellos mismos reconocen que son los menos. 
					 
					Ahora bien, por muy buena pluma que tenga el juez Castro, 
					ésta no le va a impedir que el Caso Urdangarin, complejo y 
					peligroso donde los haya, lo ponga a prueba en todos los 
					sentidos. Y hasta puede que su forma de proceder, cada cual 
					es cada cual en el ejercicio de sus funciones, le haga 
					granjearse la envidia de la profesión.  
					 
					No en vano la envidia generada por Garzón entre 
					propios es lo que ha producido su acoso y derribo. Por 
					cierto, en el caso de las escuchas no hubiera pasado nada 
					por anularlas con la consiguiente amonestación. Verdad es 
					que Garzón pecó a veces de ingenuo, según profesionales de 
					la cosa. Aunque por encima de ello estaba, está, y ha estado 
					siempre su valor indiscutible contra el terrorismo.  
					 
					En fin, que el juez Castro ha comenzado ya su vía crucis 
					junto a Urdangarin. De modo que instructor e imputado, 
					aunque de manera bien distinta, van a recorrer un camino 
					paralelo. Que es el de estar abocados a sufrir las 
					inclemencias de un proceso que afecta a la Monarquía. Lo 
					cual no es moco de pavo. 
   |