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OPINIÓN - SÁBADO, 3 DE MARZO DE 2012

 
OPINIÓN / ANÁLISIS

El vandalismo en Ceuta

Por Nuria de Madariaga


Y por qué “vándalos”? Por puro eufemismo baboso y como sinónimo de delincuentes. Dar la denominación de uno de los pueblos germánicos (suevos, vádalos, alanos, asdingos y silingos) a simples malhechores me parece un agravio para la Historia de Occidente. Pero son las miserias y las sombras del “Lourdes linguístico” impuesto por los dictadorzuelos del “pensamiento único”, los que nos llevan a utilizar sinónimos edulcorados, cómo si llamar simple y llanamente “delincuentes” a quienes cometen actos ilícitos, es decir, delitos, fuera algo excesivamente grueso.

Ahora bien y desde la perspectiva del terrorismo urbano o callejero que deberá tipificarse cómo delito que lleve aparejado penas de prisión mayor res de manera automática y sin posibilidad de libertad provisional por el riesgo de reiteración delictiva, es decir, que los cabrones reincidan y desde la perspectiva de un tipo de criminales que destrozan, queman, atacan y causan un grave daño al conjunto de la sociedad amén de generar miedo o terror en la ciudadanía (de ahí el terrorismo urbano) lo mejor sería comparar a esta gentuza con los hunos, que tenía bastante más mala leche que los vándalos y que resultaban encima bastante marginales por su salvajismo de tintes asilvestrados.

Y en este aspecto hay que diferenciar entre la simple “gamberrada” que no perjudica gravemente ni a personas ni a propiedades y que si es de excesivo mal gusto puede penarse con una multa y embargo, de lo que son conductas netamente delictivas y que se encuentran previstas y penadas en las leyes. Pero falta que los fiscales sean rigurosos en las calificaciones de los hechos y comprendan que incendiar un coche en medio de un campo puede considerarse un delito de daños, pero hacerlo en un núcleo urbano, en una calle por la que pasan transeúntes o ya para rizar el rizo delicuencial en un lugar donde pueda ocasionar mayores daños y riesgo para la vida humana, eso es un delito de incendios sin que quepa otra lectura.

Y apedrear a vehículos policiales, autobuses, ambulancias o bomberos es un atentado y pegar a un empleado público es un delito contra la persona. De estos últimos hechos criminales que he referido es de los que la ciudadanía abomina porque producen miedo e incrementan la sensación subjetiva ¿o será objetiva? de inseguridad.

El Delegado de Gobierno prometió “tolerancia 0” cómo en su día hiciera el carismático alcalde Giuliani en la ciudad de Nueva York. Pero el Delegado puede llegar con los instintos de un ciclón y la Policía partirse los huevos actuando y deteniendo a delincuentes, pero si no existe una clara coordinación y unas directrices expresas de la Fiscalía del Estado para endurecer el tratamiento de todos aquellos hechos que generen alarma social, mejor que el último en salir haga el favor de apagar la luz.

Y que no me vengan los redentoristas compulsivos acompañados por los pastores evángelicos de la buena conciencia a clamar sobre que “la sociedad es culpable” porque clamarán en el desierto. Los ciudadanos no tienen culpa de nada. La pobreza en sí es digna y honrada, trabajadora y profundamente honesta y siempre recuerdo la cantinela de un mendigo que suplicaba ayuda “Señorita, más vale ‘de’ pedí que ‘de’ robá”. La marginalidad es algo bien distinto porque la pobreza no es una elección sino una circunstancia que se puede sobrellevar con la cabeza muy alta ¿No recuerdan aquel antiguo dicho de “pobre pero honrado”?

La marginalidad por el contrario es una opción voluntaria y no una situación sobrevenida, porque la pobreza y la humildad no conllevan ni tienen por qué conllevar ni un ápice de marginalidad. Para ser marginal y adoptar comportamientos marginales “hay que servir”, por mi trabajo he bregado entre chabolas que estaban encaladas, limpias como los chorros del oro y las gitanas ponían a los niños todas las tardes a hacer los deberes y si el maestro llamaba para quejarse molían al hijo a palos, porque son los padres quienes tienen por ley la obligación de inculcar los principios, los valores, la educación y las normas de convivencia.

La pobreza no se elige. Las conductas marginales, delictivas y violentas sí. Se eligen o se derivan de problemas de salud mental y al sociópata asocial o al psicópata dañino, no les curan muchos billetes sino buenos médicos y tratamiento con litio y mejunjes químicos por el estilo. El prestigios Director de Salud Mental de Nueva York, Rojas Marcos al hablar de delincuentes no compartía la idea de tantos de que los comportamientos delictivos “siempre” se derivan de patologías mentales, la tesis del médico es que “el mal existe y la personalidad perversa también” mientras que los psiquiatras alemanes van por la línea de que la personalidad perversa es pura personalidad psicopática.

En todos los casos auténticos peligrosos sociales ante los que la ciudadanía tiene que ser protegida por quienes gobiernan. Con leyes, con cárceles o con manicomios para que se curen, pero controlados por normativas férreas, como las que existen en tantos países y que vienen a ser calcadas en moderno de nuestra antigua Ley de Peligrosidad Social

¿Vandalismo en Ceuta? ¿Solución? “Tolerancia 0”, porque aquí o conquistan la calle los delincuentes o la conquistan los ciudadanos honrados.
 

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