| Lo recordaba en una larga 
					entrevista concedida a un diario de tirada nacional, días 
					pasados, el responsable de Relaciones Exteriores para España 
					y América Latina del PJD (Partido de la Justicia y el 
					Desarrollo, los islamistas parlamentarios marroquíes), 
					Mohamed Belhasen: “Seguimos desconociendo la autoría de los 
					atentados de Casablanca, Madrid y Marrakech”. Opinión 
					valiente, razonable y a la que me sumo. El terrorismo de uno 
					u otro color y el “yihadista” en primer término ahí está, 
					sin duda y existe per sé, pero también es verdad que no en 
					pocas ocasiones es utilizado desde los atentados del 11-S en 
					Nueva York como burda cobertura de estratégicos y oscuros 
					intereses de Estado: sabemos por ejemplo quiénes fueron los 
					ejecutores materiales de los magnicidios de Carrero Blanco o 
					Aldo Moro (del presidente Kennedy aun no está claro), pero 
					la autoría intelectual de los mismos apuntaría en otras 
					direcciones. Si la guerra es la continuación de la política 
					por otros medios (Clausewitz dixit) el terrorismo, mal que 
					nos pese y aun definiéndolo como queramos, también. 
 Todo atentado terrorista es único y tiene su propia lógica; 
					nada ocurre al azar en la multívoca fenomenología 
					terrorista. Más que ofuscarnos intentando interpretar el 
					acto terrorista en sí y aun conociendo a sus ejecutores, 
					aprenderíamos descifrando los vectores, es decir: ¿a qué 
					intereses sirve cada atentado terrorista en particular…? 
					Solo desde este prisma podremos vislumbrar algún atisbo de 
					luz dentro de este sucio y complejo fenómeno. El terrorismo 
					es, eventualmente y mal que nos pese, una rentable arma 
					política al uso y el primer paso para combatirlo con éxito 
					es admitir sin rubor ni complejos este desagradable 
					supuesto. ¿Al Qaïda y el 11-M…?: su aparente reivindicación 
					fue una hábil falsificación. Y el presunto suicidio 
					colectivo de los magrebíes de Leganés (¡no hubo autopsias!) 
					un forzado montaje para eliminar pruebas, hipótesis que 
					entiendo fui el primero en apuntar en su momento y 
					telefónicamente desde Martil (Tetuán) en una entrevista 
					colectiva de RadioMadrid/Intereconomía, para asombro al otro 
					lado de la línea del actual embajador de España en Nueva 
					Delhi.
 
 Los atentados del 11 de marzo de 2004, de los que este 
					domingo se cumple un triste aniversario más, no escapan ni 
					mucho menos a este planteamiento. Cada año es más evidente 
					que su ejecución, coordinada y en el momento preciso, ni 
					antes ni después, responde a técnicas y planteamientos muy 
					sofisticados tras los cuales se escondería un frío y fino 
					análisis de inteligencia respaldado por un gabinete de 
					guerra psicológica ad hoc.
 
 Es decir, el 11-M sería al fin y a la postre un atentado 
					múltiple por encargo que entroncaría, en su vértice, con el 
					terrorismo de Estado, verosímilmente al menos a dos bandas y 
					con la obscena connivencia de algún sector de los servicios 
					del país afectado. No sería la primera vez. Y los parámetros 
					de la masacre del 11-M, sus vectores, responden a una 
					calculada operación de inteligencia militar; a una elaborada 
					“estrategia de la tensión” que nos retrotrae a la lacra del 
					terrorismo “negro” y “rojo” en la Italia de los años sesenta 
					y setenta del pasado siglo, con la matanza de la “strage” de 
					Bolonia del 2 de agosto de 1980 como luctuoso precedente de 
					la estación de Atocha, incluyendo probablemente el mismo 
					tipo de explosivo que no fue precisamente Titadyne o 
					dinamita Goma2-ECO, conocida también como Riodín, sino 
					probablemente explosivo militar tipo C3 o C4, SEMTEX en su 
					versión checa o PE4 británica, por ejemplo. De ahí las 
					inusitadas prisas en destruir los vagones de los trenes 
					explosionados, quizás a distancia.
 
 Las continuas cortinas de humo, las interesadas 
					informaciones de la trama mediática, las aviesas 
					intoxicaciones de quienes, desde los aparatos del Estado, 
					deberían velar por la verdad, los numerosos interrogantes y 
					dudas razonables que rodean su planificación y ejecución, el 
					incumplimiento de los protocolos más básicos en la 
					investigación, la rápida destrucción de pruebas objetivas 
					por un lado (los vagones afectados)… y la sorprendente 
					aparición sucesiva de pruebas falsas por otro (furgoneta de 
					Alcalá, mochila-bomba de Vallecas…), son reveladores 
					exponentes de los esfuerzos desplegados al más alto nivel 
					para ocultar la verdad: las pruebas de la versión oficial se 
					han evaporado como el humo… y por si fuera poco, ni ETA ni 
					Al Qaïda tienen capacidad para falsificar pruebas.
 
 En síntesis: cuantas más explicaciones oficiales van 
					surgiendo … el entramado menos verosímil parece. Intuyo que 
					más de un veterano experto antiterrorista comparte éstas 
					desazonadoras impresiones. La cruda realidad, conviene 
					insistir en ello, es que los atentados de Atocha son un 
					ejemplo de manual de lo conocido profesionalmente como 
					“Falsa Bandera”. Solo bajo este prisma es posible empezar a 
					arrojar algo de luz sobre esta tragedia. Naturalmente, 
					también hay una serie de vectores que, debidamente 
					analizados, nos muestran la imposibilidad incluso técnica de 
					que los atentados fueran organizados y ejecutados por sus 
					autores oficiales, más tarde oportunamente “suicidados” en 
					Leganés. Curioso atentado islamista éste, ¡el único de su 
					género en el que no hubo terroristas suicidas ni antes ni 
					después!.
 
 El 11-M es como una piel de cebolla, con diferentes capas, 
					tras las cuales y en última instancia podrían estar las 
					avezadas y cómplices manos de dos reputados servicios de 
					inteligencia extranjeros… con altas complicidades en el 
					aparato de seguridad español. Junto a una excelente campaña 
					de mediática de intoxicación y desinformación de altos 
					vuelos. Recapitulemos: ¿quién tenía el motivo?; ¿quién la 
					doctrina?; ¿quién la oportunidad?. Y finalmente… ¿quiénes 
					fueron los beneficiarios?.
 
 En lo que respecta al PP y el PSOE, ¿qué siguen ocultando, 
					por qué su cobardía y camuflado desinterés en arrojar luz 
					sobre la mayor masacre terrorista de nuestro país?. Las 
					terribles heridas del 11-M, sociales y políticas además del 
					inmenso drama humano que supusieron, siguen abiertas y sin 
					cicatrizar, supurando. El 11-M marca a sangre un antes y un 
					después en la historia contemporánea de España; España no ha 
					vuelto a ser la misma y quienes diseñaron intelectualmente 
					los atentados calibraron perfectamente las consecuencias de 
					esta tragedia: abacorar a la población, dividir al país y 
					postergarlo de la escena internacional. Así, lo que hoy está 
					sucediendo en esto que todavía se llama España, un Estado 
					asimétrico y desvertebrado, cuasi federal, en el que sus 
					ciudadanos ya no son iguales ante la ley sino tan solo en 
					referencia al espacio geográfico que ocupan, solo es 
					entendible tras el certero multiatentado terrorista del 11-M 
					en Madrid, concebido por una mente brillante y perversa tras 
					el que ha ido deviniendo, en cascada, el entramado político 
					que seguimos padeciendo, mientras se intenta sepultar en el 
					olvido a los casi dos centenares de asesinados en la brutal 
					masacre. La España de estos últimos años junto al perfil de 
					sus relaciones bilaterales con más de un país, no lo duden, 
					es fruto maduro y consecuencia directa de los atentados del 
					11-M. El 11-M España, como potencia aun de segundo orden, 
					fue brutalmente y sin apelación quitada de en medio… para 
					tranquilidad de una cercana potencia decadente… y respiro de 
					otra potencia cercana emergente, ambas con estrechos e 
					históricos lazos. Mientras y desde el otro lado del 
					Atlántico a verlas venir y dejarlas pasar, si bien la 
					embajada de los Estados Unidos en Madrid se apresuraba, 
					¡apenas hora y cuarto tras los atentados!, a remitir correos 
					telefónicos (SMS) a su personal y a los mandos de las 
					fuerzas norteamericanas desplegadas en España, confirmando 
					la autoría de Al Qaïda. Y desde La Moncloa sin enterarse.
 
 Alimentar la memoria es mantener la esperanza. Poco más 
					puede hacer este escribano del “limes” en memoria de las 
					víctimas que insistir y recordar un año más, a tirios y 
					troyanos, que la mayor matanza terrorista sufrida en España 
					aun está, para vergüenza del Estado y toda la sociedad, sin 
					esclarecer. Y a los hechos me remito. Así pues y mientras 
					viva, ni es la primera ni será la última vez que me ocupe de 
					la tramoya del 11-M como atestigua la hemeroteca de este 
					medio. Ni olvido ni perdón.
 
 Y por cierto: ¿está realmente claro cómo, por qué y en qué 
					condiciones apareció en octubre de 2007, en Ceuta, el 
					vehículo BMW blindado que Jamal Ahmidan, “El Chino”, utilizó 
					hasta finales de enero de 2004…? Visto.
 
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