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                     Once años son los que lleva ya 
					Juan Jesús Vivas Lara como alcalde de esta ciudad. Llegó 
					a la alcaldía por un voto de censura. Pero a partir de ahí 
					ganó tres elecciones por mayoría absoluta. Sería absurdo 
					negar el desgaste que le viene causando el poder continuado, 
					lógico en todos los sentidos, por más que se dé por hecho 
					que el deterioro político se ensaña más con quienes están en 
					la oposición.  
					 
					La crisis que estamos viviendo y las medidas que se ve 
					obligado a tomar el alcalde, lo han situado en el centro de 
					la diana de las protestas. Y nos está permitiendo observar 
					cómo los desafectos van surgiendo. Lo cual tampoco debe 
					causar extrañeza a nadie. Y mucho menos a él. Gobernante ya 
					curtido y sabedor de que la ruina económica produce tanta 
					desazón entre el personal como para que se le desate la 
					lengua. 
					 
					No obstante, desde hace varios meses, yo he venido palpando 
					en la calle el sentir de mucha gente. Y lo he hecho poniendo 
					oído a las conversaciones sobre Vivas, en bastantes 
					ocasiones; en otras, metiendo yo baza en mis reuniones, y 
					últimamente, debido a que es el centro de atención de todas 
					las conversaciones, confieso estar en condiciones de airear 
					el resumen de cuanto he oído. El resumen es una especie de 
					etopeya, basada en el parecer de muchas personas. Vayamos al 
					grano. 
					 
					Juan Vivas es educado, agradable, simpático, moderado, 
					prudente, aparentemente agradecido, y le reconocen una 
					habilidad notable en el manejo de la ambigüedad, para no dar 
					a nadie cobijo definitivo en lo que podríamos llamar su 
					confianza. Sabe, además, que en la vida no se logran las 
					aspiraciones empleándose en línea recta. Eso sí, tener cara 
					de buena persona le ayuda mucho a vender muy bien lo que 
					sabe.  
					 
					La gente que le profesa afecto y admiración, que sigue 
					siendo mucha, aunque ahora no saquen pecho, quedaría 
					desencantada si viese a Vivas gritando como un poseso, con 
					los papeles cambiados. Esa gente es, sin duda, una mayoría 
					de ceutíes que lo ha aceptado por creer a pies juntillas que 
					está revestido de incuestionables valores. Semejante crédito 
					popular, dicen sus más conspicuos seguidores, se ha 
					convertido en un muro contra el cual se irán estrellando los 
					adversarios. Incluso en tiempos tan revueltos prevalecen las 
					opiniones acerca de que el presidente Vivas está apartado de 
					cualquier tipo de corrupción. 
					 
					Tampoco podemos negar que hay personas que lo ven más o 
					menos así: Juan Vivas practica de forma virtuosa la 
					política-espectáculo que consiste en estar en todos los 
					sitios donde hay cámaras. Es listo pero se adorna demasiado 
					en la faena hasta llegar a ser cargante. Y hasta creen que 
					ese exceso de barroquismo le pierde. En lo tocante a sus 
					ambiciones, alguien muy cercano a él, en conversación 
					reciente, fue capaz, confiando en mi discreción, de decirme 
					lo siguiente: “Sabe disimularlas. Lo cual es un gran acierto 
					en una España donde cualquier aspiración debe conseguirse 
					mediante el disfraz de la virtud”. 
					 
					Así (dado que el delegado del Gobierno, Francisco Antonio 
					González, anuncia que dentro de dos años España será 
					otra vez una nación boyante en lo económico), Juan Vivas, 
					según la etopeya, volverá a ganar las elecciones de calle. 
					Siempre y cuando los suyos le pidan que se presente. Y los 
					suyos lo tienen claro… 
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