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OPINIÓN - DOMINGO, 18 DE MARZO DE 2012

 

OPINIÓN / EL MAESTRO

El hijo único
 


Andrés Gómez Fernández
andresgomez@elpueblodeceuta.com

 

Crece el número de parejas con un solo hijo, debido a la crisis y a la falta de políticas familiares. Enfocar su educación, clave para suplir la ausencia de hermanos.

La decisión de los matrimonios de tener más o menos hijos debe ser siempre una opción compartida y deseada por la propia pareja. Sin embargo, este planteamiento está cada vez más condicionado y, sobre todo limitado por cuestiones externas, puesto que no existe una apuesta conjunta de apoyo a la institución familiar por parte de las distintas administraciones.

Desde algunas asociaciones familiares se ha denunciado que el 87% de los matrimonios no tienen los hijos que les gustarían, lo que califican como “un ataque a la libertad y al modelo de familia que uno quiere elegir”.

Cada vez es más frecuente que, ante las escasas ayudas y prestaciones económicas para fomentar la familia –lo que algunos ya han bautizado como “miopía social”- por parte de los políticos. De continuar así y alentados actualmente por los efectos de la crisis económica, se favorecerá que sólo las clases más pudientes sean las que opten a tener familias numerosas, relegando este deseo a los hogares menos favorecidos. El hijo único será el rey y no tendrá quien les destrone, con lo que todo ello supone tanto para la institución familiar como para demografía y economía de nuestro país. No son pocas las medidas propuestas por las asociaciones implicadas para fomentar esta institución, tan vital para la sociedad. Cintos de iniciativas para una cuestión única, ¡qué no queden destronadas.!

Estos niños, como únicos, tienen fama de egoístas, mimados, maleducados, consentidos y, sin embargo, la evolución del hijo único puede ser tan sana como el de un niño rodeado de hermanos. Pero resulta, hasta cierto punto normal, la preocupación de los padres por la educación de un hijo único. Y aunque también es cierto que los niños se educan mejor entre iguales, no hay ninguna razón, según los expertos consultados, para que los únicos desarrollen una pauta de comportamiento especial.

Para algunos psicólogos, la circunstancia de ser hijo único sea achacable a un comportamiento extraño o de pequeño tirano. De hecho, se cree que la evolución de un niño depende de la educación que le den sus padres, independientemente del lugar que ocupe entre sus hermanos. Y una escala de valores, donde la procreación queda desplazada en post de otros objetivos como es el situarse profesionalmente, comprar una vivienda, el coche y, finalmente, tener descendencia.

El hijo único suele ser automáticamente estigmatizado. Gran parte de la población piensa que sus características son esencialmente negativas, como una especie de “monstruitos” consentidos. Pero esto parece no ser verdad. Al menos, no si se tiene conciencia de ellos y los padres tratan de educar al pequeño adecuadamente. Según explican algunos psicólogos, un hijo único sabe adaptar su comportamiento al entorno. En un medio aislado se arrogará camaleónicamente a las características de un niño introvertido. Jugará sólo y no se aburrirá. Se retrasará sobre si mismo para capear su soledad, aprendiendo a tolerar mejor que otros niños al aislamiento.

Por el contrario, prosigue el mismo especialista, “en un ambiente social se comportará, dada su necesidad de establecer amistades, como un verdadero extrovertido. De hecho, continúa el experto, visto desde fuera de la familia, los hijos únicos, poseen generalmente, un carácter extrovertido. La razón de este comportamiento positivo no es otra que la de ganar amigos. En definida, los hermanos que nunca tuvo. Debido justamente a este perfil extrovertido presentan mayor interés en las cosas que les rodean, así como en las personas que tienen en su derredor.

“En la familia y el niño” del Dr. M. Porot, el psicólgo F. Dolto- Marette, llama al hijo único como “un primogénito perpetuo”. Es un aislado, un niño mimado porque suele ser “hijo de egoístas” y el ideal paterno que interioriza sólo puede ser un ideal egoísta… Para él, el “tener” prevalece sobre el “dar”. Además, los padres “tienen” un hijo y no han “dado” la vida a otros”.

Se le ofrece una imagen del adulto estancada, en vez de una imagen viviente, y acaba sintiéndose un objeto precioso y se considera como tal (F. Dolto-Marotte).

Es un niño “mimado” y “adulado”. Siempre parecen poco los cuidados con que se rodea a un objeto único en el mundo, cuya desaparición derrumbaría de golpe una construcción familiar. El padre suele ser un ente blando a remolque de su mujer. La madre, siempre ansiosa por su hijo, escapa difícilmente de un comportamiento superprotector. Vigila su alimentación, sus ropas, sus amistades, con una minuciosidad que le convierte en la irrisión de sus camaradas. Se mostrará, por reacción, exigente, caprichoso, por estar harto de atenciones tan constantes.

La madre exige una cortesía más formal, los resultados escolares más brillantes, con frecuencia obtenidos a fuerza de abrumarle y de lecciones particulares, la elección de amigos bien educados, todo esto es lo mínimo que se espera de él. Se le evitan las amistades que no estén cuidadosamente seleccionadas, se le preserva a todo contacto nocivo, tanto si se trata de microbios como de palabras groseras. Se anticipan sus más pequeños deseos, lo que le gusta, como mínimo, las ganas de hacer algo. No puede, como es natural, beneficiarse de ninguna experiencia personal, que es lo único que le sería realmente útil…..

Por supuesto que el tratamiento de un hijo único, producto de los escasos recursos y malas planificaciones familiares de los que disponen la pareja, es totalmente diferente del hijo único deseado, cerrando por completo la vía de tener más. La situación primera deja las puertas abiertas a posibles soluciones meramente económicas; en la segunda condición, una serie de circunstancias expuestas con claridad en el desarrollo de este trabajo. Los dos casos analizados son diferentes, aún siendo hijos únicos.

En mi niñez, en mi pequeña barriada, “Colonia Weil” de unos treinta vecinos, no se encontraba ningún “hijo único”. La media aritmética se encontraba en algo más de cuatro hijos. Predominaba la familia con cuatro hijos, ocho familias en total; seis familias, tenían cuatro hijos, y solamente una “batía” el record con siete hijos. Solamente una pareja no tenía hijos. Era otros tiempos, cuando todavía no se hablaba de planificación familiar”…
 

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