Cuando Francisco Antonio
González está pasando por un momento delicado, debido a
que quienes queman coches pueden, si no se pone pronto coto
a sus tropelías, causar un daño irreparable, se propala que
José Fernández Chacón forma parte de quienes han sido
imputados en Melilla por seis delitos en el que han dado en
llamar el ‘caso del voto por correo’.
Los delitos son de prevaricación por dictar los cargos con
poder diversas resoluciones con el fin de adjudicar cientos
de puestos de trabajos a personas que no le correspondían.
Los hechos se remontan a las elecciones del 2008, año en que
el PSOE y coalición por Melilla decidieron unir su suerte en
las urnas.
La noticia viene a confirmar que la sombra de Juan José
Imbroda es alargada. Y que estará frotándose las manos
al comprobar cómo Fernández Chacón, dada su condición
de delegado del Gobierno en Melilla, en esa época, tendrá
que regresar para defenderse de lo que le atribuyen. Y a mí,
la verdad sea dicha, semejante hecho más que sorpresa me ha
causado tristeza.
Tristeza, porque Fernández Chacón, que se llevaba a matar
con Imbroda, vino aquí dispuesto a que sus relaciones con
Juan Vivas fueran todo lo contrario. Es decir, que llegó
preparado para hacer de la cohabitación un ejemplo de cómo
dos cargos, pertenecientes a distintas siglas, pueden estar
a partir un piñón.
Tal es así que nadie puede negar que la amistad entre el
presidente de la Ciudad y el delegado del Gobierno fue,
durante años, tan íntima cual armoniosa. Amistad que llegó a
despertar recelos y envidias entre miembros de ambos
partidos. O sea, entre socialistas y populares. Que no
acertaban a comprender a cuento de qué venía que Pepe y Juan
estuvieran tan unidos.
Cuando yo conversaba con Fernández Chacón, y tocaba hablar
de Vivas, lo primero que el delegado del Gobierno decía,
para evitar malentendidos, es que Vivas era todo un señor.
Un caballero. Y que sabía agradecer cualquier gestión que se
hiciera favorable a Ceuta. Y remataba la faena con revolera
de mucho fuste: “Además, Juan Vivas es mi amigo”.
A partir de ahí, mediante esa declaración de intenciones,
cualquier persona se hubiera guardado muy bien de llevarle
la contraria a un delegado del Gobierno que, desde que
arribó a la ciudad, lo tuvo muy claro: “Trabajaré junto a
Vivas, por el bien de esta tierra, como si ambos
perteneciésemos al mismo partido”.
Así que pronto entendí que criticar al presidente de la
Ciudad estando presente el delegado del Gobierno eran ganas
de meter la pata. De disgustar a la autoridad gubernamental.
Y, sobre todo, de ganarse el calificativo de molesto. Sí, ya
sé que ustedes querrán saber cómo se comportaba la otra
parte, o sea, Juan Vivas. Pues no lo sé. Ya que nunca se me
presentó la oportunidad de oírle opinar acerca de qué le
parecía José Fernández Chacón como persona. Eso sí, como
delegado del Gobierno no me hace ninguna falta el parecer de
Vivas. Pues me consta que se entregó de lleno a la causa de
Ceuta. Y, por tanto, hizo cuanto estuvo en sus manos para
que Vivas no tuviera la menor queja de él.
Lamento que Fernández Chacón haya sido imputado. Pero ser
delegado del Gobierno ocasiona problemas mientras se es y, a
veces, después de serlo. Por tal motivo, los delegados deben
andarse con pies de plomo a la hora de tomar decisiones.
|