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                     Nos vemos de higos a brevas. 
					Entonces, nos saludamos y hasta intercambiamos unas palabras 
					sobre fútbol. Un día me contó que solía situarse detrás del 
					banquillo donde yo me sentaba cuando fui entrenador de la 
					Agrupación Deportiva Ceuta. Dado que en aquel tiempo vivía 
					su adolescencia yo calculo que debe andar por los cuarenta y 
					pico de años.  
					 
					Días atrás, al cruzarnos, hicimos lo de costumbre: pararnos, 
					saludarnos, y hablar de qué equipo ganará la Liga y de las 
					muchas tribulaciones que viene padeciendo la Asociación 
					Deportiva Ceuta. Eso sí, le vi agachado. Como si un enorme 
					pesar estuviera presionándole con una fuerza desmedida. Pero 
					me abstuve de preguntarle acerca del motivo de preocupación 
					que tan bien delataba su lenguaje corporal. 
					 
					Cuando estábamos a punto de despedirnos, creí conveniente 
					invitarle a tomar conmigo el aperitivo. Y aceptó. Y, tras 
					unos minutos de divagaciones, fue él quien decidió ponerme 
					al tanto de los problemas que le acucian.  
					 
					-Hace dos años prescindieron de mí en el trabajo. Fue un 
					mazazo en toda regla. Yo no sabía qué hacer conmigo mismo. 
					Iba de un lado a otro por la casa como un perro abandonado. 
					Y lo peor era mi mujer, saliendo a su trabajo por la mañana 
					a la misma hora de costumbre diciéndome adiós tan 
					cariñosamente. Algo así como si yo padeciera una enfermedad 
					incurable. 
					 
					El hombre se toma un respiro, se alivia la garganta con un 
					trago de cerveza, y tras un carraspeo nervioso, se siente ya 
					en condiciones de seguir narrando su desventura. 
					 
					-Por la tarde, cuando mi mujer regresaba a casa, yo odiaba 
					su aire falsamente alegre, su manera de no atreverse a 
					preguntar si había alguna novedad en lo tocante a encontrar 
					empleo. Y entonces comenzaban sus preguntas: “¿Qué has 
					estado haciendo?”. “¿Con quién has hablado?”. “¿Fuiste a ver 
					a mi hermano para preguntarle si había hablado con el dueño 
					de la tienda…?”. Luego, pasados unos minutos del 
					interrogatorio, caía en la cuenta de que yo estaba a punto 
					de reventar. Así que volvía a decirme lo mismo de cada día: 
					“No te preocupes, con mi salario y tu subsidio de paro no 
					tenemos que preocuparnos durante algunos meses”. Y a mí me 
					invadía la angustia. 
					 
					-¿Sigues cobrando el paro? -le pregunto. 
					 
					-No. Ya se me ha terminado. Y lo peor es que las cuatro 
					perras del despedido las invirtió mi mujer en algo que ella 
					creía que era de necesidad… Reformas. También, la verdad sea 
					dicha, el dinero recibido fue nada y menos. Pero el problema 
					radica en que yo no sé lo que hacer sin trabajo. 
					 
					Ya había soltado la gran palabra. Un varón sin trabajo se 
					siente casi emasculado. Y mi conocido anda sumido en una 
					crisis profunda. Una crisis en la que, desgraciadamente, se 
					hallan muchos parados. Cada vez más. Incluso sin tener la 
					ayuda económica ni la moral de sus mujeres. Una tragedia que 
					en algunos lugares está abocando al suicidio. Mientras los 
					políticos llevan un tiempo recreándose en esa expresión tan 
					manida de “Coger el toro por los cuernos”. Les falta decir 
					que ¡Duro y a la cabeza! Para que vea la gente que con la 
					autoridad no se juega. Los que hablan de coger el toro por 
					los cuernos llevan ganando una pasta gansa desde que 
					hicieron la Primera Comunión. Por ser políticos. 
					Parlanchines de circo (Gala). 
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