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                     El sonoro eco mediático de la 
					Semana Santa, la Pascua Cristiana, ha eclipsado una vez más 
					con su colorido vestido a caballo entre la religión y el 
					folkrore, el recogimiento de la comunidad judía alrededor de 
					su emblemática fiesta de liberación, la Pascua original o 
					Pésaj, que este año se celebra entre el 6 y el 14 de abril 
					(un día más en Israel), con la aparición el viernes de la 
					primera estrella. No es el caso ahora de indagar sobre la 
					historicidad de este hecho (sabido es que en el Pentateuco y 
					particularmente el libro del Éxodo, atribuido según la 
					leyenda a Moisés, confluyen varias fuentes), pero según 
					apuntan los Sabios, “En este día de la salida de Egipto, se 
					convirtieron los hijos de Israel en pueblo”. La diferencia 
					entre Pascua y Pésaj son profundas: así, mientras el 
					cristianismo conmemora el paso de la muerte a la vida 
					(resurrección de Jesús/Cristo), el judaísmo celebra el 
					tránsito de la esclavitud a la libertad conmemorando el fin 
					del yugo al que, durante dos siglos, fue sometido el pueblo 
					hebreo (¿los “habiru?) en Egipto. Otra diferencia importante 
					es la fecha: en el judaísmo la celebración de Pésaj es fija, 
					el 15 de Nisan (según el calendario hebreo, mes entre marzo 
					y abril), mientras que en el cristianismo fue el Concilio de 
					Nicea (325 EC), actual Iznik en Turquía, quien determinó que 
					la Pascua debía de conmemorarse el primer domingo después de 
					la primera luna llena tras el equinoccio invernal, no 
					debiendo coincidir nunca con la Pésaj judía.  
					 
					Por éstas fechas está prohibida la ingesta de alimentos 
					derivados de cereales (“jametz” en hebreo), consumiéndose en 
					su lugar pan ácimo o “matzá”, recordando con ello la 
					apresurada salida de Egipto. También y durante las dos 
					primeras noches de Pésaj se celebra una cena familiar 
					cargada de simbolismo, Séder, en la que según la tradición 
					se relata y comenta la salida de Egipto y otras historias 
					del Éxodo, abordando dos temas principales: por un lado las 
					penurias de la esclavitud (avdut) y por otro la epopeya de 
					la liberación (las 10 plagas, el paso del Mar Rojo…), pues 
					no en vano el paradigma de la festividad de Pesaj es 
					precisamente la libertad (jerut). También durante el largo 
					Éxodo el pueblo recibe en el Sinaí la Ley (la Toráh), los 
					Diez Mandamientos (en la Tanak o Biblia hebrea, Antiguo 
					Testamento para el cristianismo, coexisten dos formulaciones 
					con ligeras pero significativas diferencias). El mismo 
					Talmud y la Misnah abordan las regulaciones inherentes a 
					esta fiesta en su tratado “Pesajim”. 
					 
					Pésaj es la primera de las tres fiestas de peregrinaje 
					judías, marcando además el comienzo del Año hebreo y siendo 
					también conocida como Fiesta de la Primavera (Jag Haaviv): 
					así cómo por estas fechas el suelo desnudo se vuelve tierra 
					llena de vida y colorido, así el antiguo esclavo se vuelve 
					individuo libre y dueño de sus actos. Pero Pésaj no es solo 
					una fiesta individual, sino la festividad de todo un pueblo, 
					una ancestral fiesta nacional que resuena en el acervo común 
					con una proyección universal y un marcado sentido ético, 
					representando valores permanentes y universales inherentes a 
					cualquier época y lugar, proyectando en primer lugar la 
					libertad humana, la liberación de los oprimidos, la igualdad 
					de los nacidos en el país con los extranjeros, la no 
					discriminación… Pésaj es pues un canto a la solidaridad y la 
					esperanza que, desde sus raíces judías, se proyecta desde 
					Israel al conjunto de la humanidad narrando, en definitiva, 
					que la libertad de individuos y pueblos es deseable y, sobre 
					todo, posible. 
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