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OPINIÓN - MIÉRCOLES, 18 DE ABRIL DE 2012

 

OPINIÓN / EL OASIS

La entrevista prometida
 


Manolo De la Torre
manolodelatorre@elpueblodeceuta.com
 

Pedro Gordillo era un político poderoso. Tan poderoso que llegó a creerse que era inmune a cualesquiera contratiempos. Vivía confiado plenamente en su conocimiento del partido y creía a pie juntillas en cuantas personas le adulaban diariamente. Las consideraba amigas. Craso error. Tan grave o más que el desconocimiento que tenía de quienes eran sus enemigos acérrimos.

Y, claro, si te dedicas a la política y no sabes, en cuanto entras en una habitación, quién está contigo y quién contra ti, lo mejor es que te busques otro oficio. Pero el entonces vicepresidente del gobierno, presidido por Juan Vivas, y presidente del Partido Popular, actuaba convencido de que estaba por encima del bien y del mal.

Pero llegó el año 2009, y Gordillo fue víctima de una enfermedad y, nada más abandonar el hule del dolor, se encontró con un problema que hizo posible que su vida cambiara radicalmente. Me recuerdo que, durante su enfermedad, los había que no se cortaban lo más mínimo en decir que Gordillo estaba acabado. Que sus dolencias le impedirían ser el de siempre. Y resaltaban, además, de manera despectiva, que el cura estaba ya fuera de sitio.

Afortunadamente, Gordillo recuperó la salud y regresó al tajo con los mismos bríos de costumbre. Como es él: vehemente, ardoroso, apasionado. Dispuesto a vivir permanentemente entusiasmado. Cual si la vida se le estuviera ya escapando a chorros.

A Gordillo nadie le podía negar su vitalidad. Ni, por supuesto, su forma exuberante de relacionarse. Para bien o para mal. Es decir, tanto para ganarse voluntades como para hacer enemigos porque sí. De lágrima tan fácil como de salidas de tono imprevistas, don Pedro no era un político como los demás. Y, naturalmente, su singularidad propiciaba división de opiniones.

Yo me las tuve tiesas con él durante años. Hasta el punto de que nunca mantuvimos relación alguna. Incluso nos vimos obligados a acudir a los juzgados para solucionar uno de nuestros desencuentros. No obstante, nuestras diferencias no impidieron que, caído él en desgracia, a mí me diera por no hacer leña del árbol caído.

La defensa de Gordillo me costó lo indecible. Ya que fui objeto de una sañuda persecución por parte de personas pertenecientes a los medios de comunicación. Un pasaje de mi vida poco agradable y del que salí ileso. Aunque dejando en el envite parte de mi salud.

En aquellos momentos, cuando a Gordillo se le trataba como a un apestado. Cuando se le sambenitaba a cada paso. Cuando su figura era vilipendiada desde todos los ángulos y la sevicia brotaba contra él de manera casi generalizada, yo consideraba que su pecado no era tan grave como para condenarle al averno en vida.

Entonces, en medio de aquel ambiente enrarecido, donde sobraban inquisidores y también quienes hacían mofa de Gordillo, éste me llamó un día para agradecerme ese soplo de aire fresco que recibía de mí. Y fue cuando prometió concederme su primera entrevista de lo ocurrido.

Han pasado tres años, desde aquel desgraciado asunto, y tras el error de querer disputarle a Vivas las elecciones a la presidencia del PP estoy seguro que Gordillo cumplirá su promesa.
 

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