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OPINIÓN - DOMINGO, 22 DE ABRIL DE 2012

 

OPINIÓN / EL OASIS

La camisa peruana
 


Manolo De la Torre
manolodelatorre@elpueblodeceuta.com
 

Anteayer saque entrada de patio de butaca en mi salita de estar y me planté ante el televisor para ver la corrida de toros correspondiente a la Feria de Abril sevillana. Estaban anunciados toros de Victorino del Río-Toros de Cortés para Juan José Padilla, José María Manzanares y Alejandro Talavante.

La Maestranza estaba abarrotada. Pese a la crisis económica que en Andalucía se deja sentir más que en ningún otro sitio de España. No pude por menos que acordarme de cuando los españoles vendían sus colchones para poder ir a los toros. Los colchones y algo más. Puesto que los clarines de las cinco de la tarde han ejercido siempre una atracción indecible en el personal.

También se me vinieron a la memoria otros recuerdos de cuando estaba alboreando la década de los ochenta. Sucedió cuando las cámaras de Canal Plus se posaron sobre José María Manzanares –padre-. El cual estaba ocupando un burladero del callejón de la plaza. A José María Manzanares, padre del torero de moda, me lo presento un novillero portuense, llamado José Cañas “Cañita”, una tarde que propició una noche de farra y alegría. Cañita, a quien la vida le fue esquiva, toreaba con tanto arte como para cautivar al maestro Manzanares.

Aquella noche calurosa de otoño era yo quien conducía un coche potente, debido a que los dos toreros confiaban ciegamente en mí. E hicimos un recorrido por la provincia gaditana que aún conservo en la alacena de mi memoria. Manzanares, que era –y lo seguirá siendo- torero en toda la extensión de la palabra, estaba en aquel tiempo en la cumbre del toreo. Mandando en el escalafón de los privilegiados. Iba vestido el maestro alicantino como le daba gana. Su camisa, clásica peruana, xerografiada con un retablo. Un retablo que no casaba en absoluto con las demás prendas. Pero era tan elegante que era el único que podía permitirse matizar tan mal.

De pronto, cuando estábamos en Cádiz, creo que en ‘Casa de Rebujina’, al maestro le dio porque intercambiáramos las camisas. Y accedí. Cómo no. Aun sabiendo de antemano que aquella camisa que él lucía con tanto garbo a mí me iba a sentar peor que un sombrero de ala ancha. Como así fue. Eso sí, la camisa peruana, que yo sepa, está todavía ocupando sitio en el baúl de mis recuerdos predilectos.

Pues bien, entre añoranzas, sentado en la salita de estar, me hago cruces, una vez más, viendo a ese titán jerezano que es Padilla. ¡Qué tío! ¡Cómo los tiene! ¡Qué capacidad de recuperación y qué forma de volver a ponerse delante del toro con un solo ojo y el rostro cocido a puñaladas!

Todo ello sucede mientras en el callejón de la plaza hablan los Manzanares: padre e hijo. Y uno espera con expectación su presencia en el ruedo. Por ser consciente de que si sus toros meten la cabeza el lío está asegurado. Y acierto. A partir de ese momento, en el albero sevillano, que ya no es de Alcalá de Guadaira, lo que hace Manzanares es derrochar arte. Es un torero entusiasmado que entusiasma. Y todo lo hace con la sencillez de los elegidos. Su toreo tiene ritmo a raudales y su muleta vuela a cada paso hasta límites inconcebibles. Y su espada es un clamor. La gente brama, da alaridos de satisfacción. La Puerta del Príncipe se abre para él. Talavante estuvo muy bien. La crisis desapareció durante dos horas largas. Y Canal Plus, con Molé en figura, vuelve a bordarlo. Ah, la cuadrilla de Manzanares se hizo acreedora a ser premiada.
 

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