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                     Este año, en el que debería de 
					conmemorarse a dos bandas el Centenario del Protectorado 
					hispano-francés en Marruecos, está discurriendo sin pena ni 
					gloria y, lo que es peor, sin dignidad: treinta mi españoles 
					muertos en Marruecos, ¿para qué?. Salvo algún acto suelto 
					como el organizado esta semana en Ceuta, del 23 a 25 en la 
					sede de la UNED, poco más es lo que hay mientras los Estados 
					español y marroquí guardan un ominoso silencio. Indigno el 
					primero y bochornoso el segundo pues al fin y al cabo, 
					escrito queda de frente y por derecho, la Dinastía Alauí le 
					debe la corona y el mando sobre un Marruecos más o menos 
					unificado, a las tropas francesas y españolas que se 
					batieron contra las insurgentes cabilas amazighs en el Atlas 
					(1934 los franceses) y el Rif (1927 en Bab Taza, los 
					españoles) en el nombre y a mayor gloria del Majzén. Es 
					decir, España y Francia hicieron manu militari y pagando un 
					fuerte precio, el trabajo sucio del Sultán. Recordemos que 
					Mohamed Abdelkrin El Jatabi proclamó su secesionista 
					República del Rif (1921-1926), cuyo recuerdo aun late entre 
					los indómitos habitantes de la región quienes, de cuando en 
					vez, aun sacan a flamear su bandera como a primeros de marzo 
					de este año en Axdir. Y que en el proceso de independencia 
					cristalizado en 1956, si Francia deja en el sur las manos 
					libres a El Glaoui, Pachá de Marrakech y, en el norte, 
					Franco accede a la petición de Abdelkrim desde El Cairo 
					solicitando el permiso de España para desembarca en 
					Alhucemas… la Dinastía Alauí reinante se hubiera quedado con 
					el corredor de Taza (eje Rabat-Mequinés-Fes-Ujda) y poco 
					más.  
					 
					¿Qué se nos perdió a los españoles en Marruecos….? Si por un 
					lado la dimensión africana de España está firmemente anclada 
					en su geohistoria (desde Ceuta y Melilla a las Canarias), 
					tras la pérdida de los últimos girones del imperio en 1898 
					(Cuba y Filipinas) a causa, fundamentalmente, de la guerra 
					impuesta por los emergentes Estados Unidos (Melilla La Vieja 
					fue artillada con piezas procedentes de la fábrica de armas 
					de Trubia, en Asturias, por el temor a una invasión yanqui), 
					no estaba el horno para bollos. Tan solo el sentido 
					estratégico de no dejar a Francia únicamente como potencia 
					protectora en Marruecos, apoyados en este caso por 
					Inglaterra, así como al hecho de conseguir un hinterland 
					favorable para nuestras Plazas de Soberanía y ciertos 
					supuestos negocios como el escabroso asunto de las Minas del 
					Rif nos condujeron a inmiscuirnos en los asuntos internos de 
					Marruecos. 
					 
					Por lo demás, el Protectorado tuvo serias consecuencias en 
					la política interna española: desde encender, en pleno 
					desastre del Barranco del Lobo a los pies del Gurugú 
					(Melilla, 27 julio), los ánimos de las tropas que se negaron 
					a embarcar en Barcelona desencadenándose la Semana Trágica 
					(26 de julio a 2 de agosto de 1909), a la proclamación del 
					Directorio del general Primo de Rivera (13 de septiembre de 
					1923 a 28 de enero de 1930) para arrumbar el Expediente del 
					general Picasso tras el Desastre de Annual (verano de 1921) 
					y las eventuales y plausibles responsabilidades de la 
					Corona, acabando finalmente en el envío de las tropas del 
					Ejército de África (Legión y Regulares) para sofocar la 
					primera parte de la Guerra Civil (Revolución “roja” de 
					Octubre en Asturias, 1934) y, más tarde, utilizarlas como 
					fuerzas de choque en el levantamiento “blanco” del 18 de 
					julio de 1936. Para Marruecos, el Protectorado tuvo tres 
					clarísimas consecuencias: primero, unificar más o menos un 
					país que se le había ya escapado al Sultán; segundo, poner 
					los primeros rudimentos del paso de un modo de producción 
					feudal a otro moderno; y en tercer lugar, reforzar y reponer 
					al Sultán en su trono. Lástima que España, quien en su 
					momento había apoyado al Sultán legítimo Mohamed V en contra 
					de Ben Arafa, Sultán títere manejado por Francia entre 1953 
					y 1955 y que en el mismo Tetuán hizo la vista gorda 
					acogiendo durante años a los nacionalistas marroquíes, no 
					supo aprovechar su honrosa salida para dejar arreglados 
					“flecos” como Ceuta y Melilla o la delimitación de las aguas 
					territoriales, en el Estrecho y Canarias sin ir más lejos.
					 
					 
					Una matización jurídica y un detalle histórico: primero, que 
					si bien subyacen en la gestión prácticas coloniales (mucho 
					más acusadas en el Protectorado francés, he visto carteles 
					de la época en los que en cafetines y espacios públicos como 
					playas, se prohibía el paso “a perros y marroquíes”, aspecto 
					repugnante que nunca se dio en la zona bajo control 
					español), jurídicamente y en base al Derecho Internacional 
					así como a los acuerdos firmados con el Sultán un 
					Protectorado tiene fecha de caducidad, no tiene nada que ver 
					con una Colonia.  
					 
					En segundo lugar, bajo el Protectorado se mantiene la 
					autoridad nominal local. Así, al lado de las fuerzas 
					españolas combatían los efectivos del Sultán, las Tropas 
					Jalifianas, sobre el papel había dos gobiernos paralelos y, 
					en última instancia, la autoridad responsable era el Sultán. 
					Así que, como he comentado públicamente en más de un debate 
					en Marruecos, si algunos marroquíes quieren ahora exigir 
					responsabilidades (asunto de los gases sobre el Rif, por 
					ejemplo) que se las exijan al único mariscal marroquí (y 
					oficial español formado en la Academia de Infantería de 
					Zaragoza), Mohamed Ben Mizzian (fallecido en el hospital 
					General del Aire de Madrid el 1 de mayo de 1975) y por 
					elevación al propio Majzén, al Sultán mismo. Que le pidan 
					cuentas al Rey quien, a fin de cuentas, fue el último 
					beneficiario de la cruenta Guerra del Rif. Más aun: si me 
					apuran, los treinta mil muertos españoles murieron por Su 
					Majestad Xerifiana. ¿A qué viene entonces la utilización 
					torcida y espuria de la historia, conmemorando por ejemplo 
					aun hoy en Annual la “victoria del ejército marroquí sobre 
					los españoles” (testigo fui de la infamia), inflando además 
					las cifras…? Vergüenza ajena: los que derrotaron al 
					desgraciado ejército de paja del general Fernández Silvestre 
					fueron las harkas rifeñas de Abdelkrim, ¡las tropas del 
					Majzén luchaban al lado del ejército español!.  
					 
					También, hay crímenes sin sangre que no están en el código y 
					puertas adentro conviene hacer algunas duras reflexiones: en 
					primer lugar la ominosa lacra de la figura del “soldado de 
					cuota”, parcialmente aminorada por el Reglamento de 1912, 
					que no evitaba el cumplimiento del servicio pero permitía 
					escoger destino y unidad, “enchufarse”, aun cuando al 
					entender de este escribano del limes seguía siendo vigente 
					la aguda coplilla: “Si te toca te jodes/que te tienes que 
					ir/que tu madre no tiene/dos mil reales pá ti/a la guerra 
					del moro/a que luches por mí”; en segundo lugar el 
					equipamiento y armamento: material inventariado a veces pero 
					inexistente en el frente, comida mala y escasa, fusiles 
					(Máuser) desequilibrados de la guerra de Cuba, 
					municionamiento mínimo, ametralladoras refrigeradas por 
					agua… u orina, pésima e insuficiente preparación militar… 
					Escritores como Ramón J. Sender (“Imán”, Madrid 1930) o 
					Arturo Barea (“The Track”, “La Ruta”, primera edición 
					española en Buenos Aires, 1951), son elocuentes testigos de 
					la tragedia de las tropas españolas en Marruecos, conducidas 
					las más de las veces como indefensas reses al matadero. 
					¡Mientras que en Europa, tras el fin de la I Guerra Mundial 
					en 1918, había armamento moderno y abundante a precio de 
					saldo!.  
					 
					Dos últimas cuestiones: ¿qué recuerdo hemos dejado en 
					Marruecos…? En Rabat, Casablanca… además de plazas dedicadas 
					a Francia (que salió de Marruecos con sangre hasta las 
					rodillas, mientras España marchó del norte sin pegar un 
					tiro), hay aun calles con nombres de ilustres militares 
					galos.  
					 
					En Tetuán, la Blanca Paloma de la Yebala e histórica capital 
					del Protectorado español y de la que, escribiéndoles éstas 
					líneas, gozo de una excelente y colorista panorámica desde 
					mi despacho, solo perviven en la memoria urbana una estrecha 
					calle dedicada a los Regulares de Tetuán nº 1, un modesto 
					callejón en el Ensanche en recuerdo del doctor Duaso y el 
					viejo local (con su nombre original) del Círculo La Unión, 
					fundado en febrero de 1920. ¡Treinta mil muertos…!, ¿y ni 
					una avenida o plaza siquiera en el recuerdo?. Por lo demás, 
					los huesos de nuestros soldados muertos en Annual se estarán 
					revolviendo debajo de la Cruz de Monte Arruit por el nombre 
					dado al acuartelamiento central de Melilla: “Base Alfonso 
					XIII”. ¡Mira que no había nombres apropiados!: Comandante 
					Benítez, Escuadrones de Alcántara... pero, ¡Alfonso XIII!. 
					Hay que joderse… pero no aguantarse. ¡Treinta mil muertos 
					por una causa muerta!. Visto. 
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