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                     Hace dos veranos, en el jardín del 
					Hotel Parador La Muralla, cuyo microclima invita a 
					disfrutarlo, se me presentó la oportunidad de conocer a 
					José Muñoz Ragel: ceutí que lleva muchos años viviendo 
					en Alcalá de Henares. Y, a partir de ese momento, nuestras 
					conversaciones estivales fueron tantas como pasadas por agua 
					en un rincón de la piscina donde nos era posible hacer pie. 
					 
					Muñoz Ragel me confesó un día que llevaba leyéndome hacía ya 
					la tira de tiempo. Él, y su mujer; puesto que ambos no 
					tuvieron empacho alguno en decirme que compraban ‘El Pueblo 
					de Ceuta’ con la intención de irse directo a la 
					contraportada para empaparse de cuanto dijera yo. El 
					matrimonio analizaba cada mañana la columna y, en cuanto me 
					veían llegar al Parador, donde estaban alojados, empezaban a 
					debatir conmigo el contenido de la columna. Lectores 
					empedernidos, apreciaban, por encima de todo, que ésta 
					estuviera bien escrita y, sobre todo, que me atreviera a 
					personalizar. Máxime en una ciudad pequeña y donde todos, 
					además de conocernos, estamos condenados a frecuentar los 
					mismos lugares. 
					 
					Un día, debido a que leían ‘El Pueblo de Ceuta’, yo les dije 
					que escribir es una adicción. Una adicción que se adquiere 
					de pequeño. Puesto que lo que no prende a esa edad, 
					difícilmente puede lograrse Así, le di la oportunidad al 
					matrimonio de hablarme de lo mucho que habían leído en su 
					niñez y de cómo habían mantenido en su casa la llama viva de 
					la lectura.  
					 
					Y, claro, quien lee está condenado, más pronto que tarde, a 
					escribir. Porque la lectura a edad temprana invita a 
					escribir. Y, cuanto más se escribe, más necesidad hay de 
					seguir leyendo. Y fue entonces cuando me hablaron de un 
					hijo, nacido en 1971; el cual, amén de estar trabajando en 
					el sector de la ingeniería y de la prevención de riesgos 
					labores, se dedica en sus ratos libres a escribir.  
					 
					De su hijo Ramón me contó el matrimonio que, durante su 
					adolescencia, se pasaba horas y horas leyendo y haciendo 
					pinitos como escritor. Así que un día vivieron la alegría de 
					saber que su hijo había sido premiado varias veces por su 
					narrativa fantástica y de ciencia ficción. Confieso, eso sí, 
					que tras escucharles atentamente, creí que hablaban como 
					padres. Es decir, con esa pasión que éstos ponen en destacar 
					las cualidades de los hijos. 
					 
					Pero hoy, precisamente en el día del libro, he recibido el 
					último que ha escrito Ramón Muñoz. Cuyo título es ‘La tierra 
					dividida’. Una novela histórica del siglo IX, editada por 
					ediciones Salamandra, que trata de astures, musulmanes y 
					vikingos. Y que se mete por los ojos por su magnífica 
					presentación. Y, desde luego, engancha nada más leer su 
					prólogo. 
					 
					Es un libro que voy a leer con sumo interés. Dado el afecto 
					que le profeso a José Muñoz Ragel. Un ceutí que viene cada 
					verano a vivir intensamente la ciudad en la cual fue nacido. 
					Y porque, amén de que me distingue leyéndome diariamente en 
					Internet, ha sabido ganarse mi amistad. Y por algo que 
					tampoco es moco de pavo: cuando me habló de que su hijo era 
					escritor, no lo hizo para darse pote sino porque era 
					palmario.  
					 
					Por todo ello, a mí me corresponde recomendarles el libro, 
					en fecha apropiada: ‘La Tierra dividida’ es el título de la 
					novela escrita por Ramón Muñoz. Una maravillosa historia que 
					nos sitúa en la frontera entre al-Ándalus y los primeros 
					reinos cristianos. Según dice, Carlos Aurensanz, 
					autor de ‘Banu Qasi. Los hijos de Casio’. 
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