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                     Como acostumbro a tomar cafelitos 
					de mañanita, leer la prensa del pueblo y no pegar un palo al 
					agua (¡toma Beteta!) estirando mis carcamiñales como aznarín 
					el omnipresente sobre la mesa del currelo, durante las 
					noches es que no pego ojo, oiga. Y claro, he soñado con mi 
					amiga del alma, mi mejor aliada acá, con la que he cortado 
					recientemente por tonterias de quinceañeros ¡a esta edad!; 
					vamos, por un quítame allá esas pajas.  
					 
					Y es que esta mujer de corazón enorme me tiene en un sin 
					vivir, pues tiene ese punto fastidioso de “no se qué” que 
					elimina toda intención mia de acostarme con ella. Se ve que 
					la atracción que tenía por ella era una calentura de 
					invierno, fogosa y peligrosa, tipo pelicula de “Atracción 
					Fatal”. 
					 
					También he vuelto a soñar con mi inmodestia, por no 
					reconocer que uno no es perfecto sin decírselo a nadie; ni 
					siquiera a la Modesta del pueblico, la misma que acapara las 
					miradas del populacho hacia su bigotazo que luce en 
					competencia con las también pobladas cejas, lo que espanta 
					posibles pretendientes. Pobrecica, dichosos genes. 
					 
					Soñé con que me tocaba la primitiva de nuevo. Pero que va, 
					ya quisiera uno que fuera el gordo; no, la suerte en este 
					apartado suele ser esquiva conmigo aunque voy raudo a 
					cobrarla al despacho cercano por mas que sean tres eurillos 
					de cajón, que vienen bien atendiendo la que se avecina. Aún 
					así, deberíamos estar contentos de que el señor no nos 
					conceda todo lo que pedimos. Por más que uno esté tieso como 
					la mojama. 
					 
					He soñado con ese bonito trasero enfundado casi con calzador 
					en un vaquero de marca, que no coincide con la espantosa 
					cara de su propietaria. Qué desilusión. He vuelto a soñar 
					con que soy un polígamo reprimido que ya sólo se contenta 
					con tocarle la piel a las naranjas, antes de exprimirlas 
					entre mis manos, eso sí. 
					 
					También soñé con la eternidad que supone el tiempo que pasa 
					desde que acabé el último jadeo nocturno hasta que dejé a la 
					fémina en volandas en su casa, ya a salvo de miradas 
					indiscretas. Y envidiosas. Confío en que ella entienda por 
					fin que hablar tanto, además de molesto es maligno, sobre 
					todo cuando uno desearía que escuchase. Las ganas. Cuánta 
					verborrea tirada al mar. Al mar de los sentimientos. 
					 
					He vuelto a soñar sí, pero no con mi vecina del cuarto, 
					separada y melosa, que está como para beneficiársela, por 
					mucho que ella a modo de coraza contra la pasión enseñe los 
					michelines de su abdomen y se las quiera dar de 
					hipocondríaca –con lo que ese estadio baja la líbido, 
					copón-. Ja. Será que el amor a primera vista, que suele 
					ocurrir al encontrarse dos personas poco exigentes y 
					excepcionalmente calientes, no funciona conmigo, al menos en 
					este caso.  
					 
					Como soñar no cuesta nada, mis dulces sueños son como un 
					caramelo al que mientras más chupetones le das, más rápido 
					se acerca a su final. Ah, la sacarina ya me la sirvo yo en 
					el café, gracias. 
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