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OPINIÓN - MIÉRCOLES, 2 DE MAYO DE 2012

 

OPINIÓN / EL OASIS

La cursilería está en alza
 


Manolo De la Torre
manolodelatorre@elpueblodeceuta.com
 

Cuando la muerte de Franco yo llevaba ya casi cinco años viviendo en Las Islas Baleares. Salvo cuatro meses, mal contados, que estuve fuera. Tres los viví en Ibiza y dos en Palma de Mallorca. En las Islas Pitiusas se me presentó la oportunidad de conocer a Abel Matutes: alcalde de los ibicencos, entonces, y empresario de un poderío enorme.

La personalidad de AM, quien luego fue ministro en los gobiernos de Aznar y figura relevante en Bruselas, era capaz de acollonar a cualquiera. Pero no a mí. Y me explico: cuando me llamaba para intercambiar impresiones futbolísticas, dado que él era presidente de honor del equipo de fútbol de la tierra, yo me sentía como pez en el agua en un restaurante de San Antonio. Donde había una playa en cuyas arenas crecían los lirios.

Luego, cuando recalé en Mallorca, por méritos contraídos en Ibiza, también la fortuna hizo posible que un personaje extraordinario me mandara un mensaje, por medio de un amigo común, para ver si podíamos vernos en el céntrico Jaime III: hotel que yo solía frecuentar. Dado que estaba muy cerca de la redacción de Última Hora: periódico vespertino, cuyo editor era Pepe Tous. El marido de Sara Montiel era un tipo tan encantador como carente de cursilería.

Josep Meliá, periodista, escritor, político y muchas otras cosas, era el hombre que quería mantener una reunión conmigo. Con un entrenador de fútbol que era asediado, diariamente, por todos los medios de comunicación de Palma. Que no eran pocos. Y allá que acepté el envite de sentarme frente a él a una mesa del comedor de la Casa Gallega: restaurante que dirigía con mano de hierro y éxito, Amador: que había jugado en el Celta, Atlético de Madrid y Mallorca.

JM me habló así: “Mire, De la Torre, he tratado de ponerme al tanto de quién es usted, y todo coincide con las maneras que viene mostrando desde que llegó a las Islas Baleares. Así que al grano: “España vive momentos muy difíciles. Y todo se reduce a salir del atolladero cuanto antes. Lo que le voy a pedir es que sus declaraciones, como entrenador, sigan siendo como hasta ahora. Ya que conviene que alguien en Palma sea motivo de comentarios permanentes y capaces de desviar la atención”.

La ocasión era pintiparada para preguntarle (a quien llegó a ser, más tarde, secretario de Estado para la información en un Gobierno presidido por Adolfo Suárez) qué me ofrecía a cambio. Pero me abstuve. Mi contestación fue: “Yo seguiré hablando con la prensa como hasta ahora”. Una manera de hablar sin afectación alguna. Sin la cursilería al uso con la que se vienen manifestando muchos entrenadores actuales. Los hay tan ñoños, remilgados y artificiosos, cuando les ponen un micrófono por delante, que incluso los éxitos conseguidos quedan aminorados por esa forma de expresarse, ridícula por amanerada.

El summa cum laude de la cursilería se lo ha ganado a pulso Pep Guardiola. Pues méritos tiene acumulados, y triunfos tan sonados, como para permitirse el lujo de hacer de la cursilería virtud. En cambio, a Juan Manuel Lillo, metido ahora en labores de glosador televisivo, convendría recordarle que su forma de explicarse es el colmo de la ridiculez. Y, aprovechando la ocasión, también José Ramón Sandoval, entrenador del Rayo Vallecano, haría muy bien en volver a sus orígenes. No vaya a ser que lo tachen de tener más tonterías que un mueble bar. Y así podríamos seguir…
 

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