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                     Me lleva su tiempo leer todos los 
					periódicos posibles. Y cuando cumplo con esa obligación, 
					unida a la información que recibo de la televisión y de 
					alguna que otra emisora de radio, compruebo que nada cambia 
					cuando se trata de informar acerca de las manifestaciones. 
					 
					Lo que prima siempre cuando la gente se tira a la calle para 
					mostrar su descontento contra cualquier injusticia es 
					dilucidar cuántas personas acudieron a la llamada del 
					organismo convocador. Algo que si bien es razonable como 
					medida para calibrar el descontento existente contra la 
					parte protestada, nunca es indicativo fiable para sacar 
					conclusiones veraces. Entre otras razones, porque los 
					encargados de airear las cifras suelen mentir.  
					 
					Las manifestaciones laborales corren a cargo de los 
					sindicatos. Y los sindicatos llevan ya muchos años que están 
					de capa caída. De ahí que su poder de convocatoria haya ido 
					siendo cada vez menos. Lo cual hace posible que muchísimas 
					personas que están en contra de las medidas adoptadas por el 
					Gobierno, cualquier Gobierno, se queden en sus casas.  
					 
					En esta ocasión, la protesta laboral, aprovechando fecha tan 
					señalada como fue el Primero de Mayo, por su carga emotiva, 
					debido a los hechos ocurridos en Estados Unidos, en el siglo 
					XIX, era tan justa como necesaria. Pues aunque sabemos, 
					sobradamente, que en política siempre hay que elegir entre 
					dos males, el Gobierno no ha dudado en elegir a los más 
					débiles para paliar el déficit que arrastramos por 
					despilfarradores. 
					 
					Por cierto, conviene recordar que cuando el fracaso se mide 
					por el paro, el triunfo se anuncia por el despilfarro. Así 
					lo expresaba Juan Cueto. Periodista y escritor. El 
					triunfo, cuando las comunidades autónomas recibían euros a 
					granel, era por obra y gracia del ahora vilipendiado 
					Zapatero. Qué de veces habré resaltado yo lo bien que le 
					había sentado a Ceuta la cohabitación.  
					 
					Bueno, a lo que iba, y perdonen la digresión: que el 
					sindicalismo carece de credibilidad por mor de las 
					actuaciones de sus líderes. Y ello hace posible que 
					innumerables personas desechen salir a la calle aunque estén 
					en desacuerdo con la forma de actuar de los gobernantes. 
					 
					En Ceuta, el más destacado dirigente sindicalista es Juan 
					Luis Aróstegui. Sin duda alguna. Si bien se le vio el 
					plumero muy pronto: porque en vez de poner su voz para 
					mejorar los salarios y condiciones laborales de los 
					trabajadores, la puso para que su partido político, 
					minoritario, le ayudara a alcanzar sus fantasías políticas. 
					Y lo hizo tan pronto como para que la gente se percatara de 
					que estaba ante un sindicalista truculento. 
					 
					Pero hay más: para dirigir un sindicato no hay más remedio 
					que estar dispuesto a evitar la sospecha de que se es rico 
					porque sí. En el caso del secretario general de CCCO -de 
					Ceuta- se da, además, la circunstancia de que también es 
					concejal del Ayuntamiento. Por lo que tendríamos que saber 
					cuánto dinero ingresa en su cuenta corriente cada mes, desde 
					hace ya la tira de tiempo.  
					 
					Aróstegui está obligado a airear su patrimonio. Para que 
					sepamos de dónde proceden sus ingresos. De lo contrario, 
					siempre estará bajo el influjo de las dudas… La 
					manifestación del Primero de Mayo, según he leído y oído, 
					fue más concurrida. Y lo hubiera sido más, créanme, si el 
					secretario general de CCOO –de Ceuta- no estuviera sometido 
					a toda clase de sospechas. 
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