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OPINIÓN - VIERNES, 4 DE MAYO DE 2012

 

OPINIÓN / EL OASIS

Los dídimos de Mourinho
 


Manolo De la Torre
manolodelatorre@elpueblodeceuta.com
 

Tres años llevaba el Madrid sin ganar la Liga. Ni tampoco la Copa del Rey. Bueno, de la Copa había que tener un memorión para acordarse de cuándo fue la última obtenida por el equipo merengue. Todo ello, en medio de un júbilo vivido permanentemente en España por los triunfos resonantes de la selección española y del FC Barcelona. Para mayor escarnio.

Así que Florentino Pérez se levantó un día dispuesto a enfrentarse con un problema que se había enquistado. Un problema enorme: pues el Madrid era tenido ya por equipo incapaz de ganarle a su eterno rival. Era el Madrid equipo segundón que ni siquiera daba la talla en Europa. Situación insoportable para los madridistas y que nos hacía sufrir, además, el continuo choteo de los aficionados azulgrana.

Florentino Pérez, con su orgullo desmedido barriendo suelos, aquella mañana, de un día cualquiera y después de una de las muchas derrotas sufrida ante el Barcelona del exquisito Guardiola, no dudó en hacerse con los servicios de José Mourinho. Por más que Jorge Valdano, otro exquisito de mucho cuidado, tratara de quitarle la idea de la cabeza al presidente. Menos mal que el presidente del Madrid, en semejante ocasión, decidió no prestarle oído al hasta entonces su asesor predilecto y entrenador en la sombra. Al influir Valdano en las alineaciones del entrenador de turno. Algo que bien sabía él que le sería imposible llevar a cabo con el técnico portugués.

La llegada de Mourinho al Madrid fue un soplo de aire fresco. Más que un soplo de aire fresco me atrevo a decir que fue la llegada de un viento empapado de sobriedad, eficacia y disciplina en todos los sentidos. Viento huracanado, cuando lo exigieran las circunstancias, para acabar con las actitudes melindrosas de un Fulano que había convertido el club en lo más parecido a una casa señorial venida a menos y donde lo más importante era recordar las maneras del pasado y vivir de él.

Ante esa tesitura, tarde o temprano Valdano tenía que salir de naja de la institución, aunque llevándose la morterada, y así fue. Para regresar a su redil; o sea, para liderar desde el Grupo Prisa un frente abierto contra Mourinho. Pero Mourinho, ganador ya de una Copa del Rey, también se disponía a ganar una Liga. La que, cuando ustedes me estén leyendo, ya se habrá celebrado por todo lo alto en La Cibeles. Esa fuente a la que acuden los madridistas para hacer dos cosas: una, vitorear a sus jugadores y darle rienda suelta a su alegría, y otra, enarbolar banderas españolas. Las que tanto escasean, por no decir que no se ven ninguna, en tierras catalanas o en las que el Madrid consiguió el miércoles, ya muy entrada la noche, el título de Campeón de una Liga cuyo oponente está considerado el mejor equipo del mundo.

Doble mérito, pues, para el Madrid dirigido por un portugués a quien cabe valorarle sus conocimientos futbolísticos y su capacidad para aguantar presiones a un nivel donde cualquier otro se hubiera venido abajo en un amén. La campaña orquestada contra Mourinho, desde todos los ángulos del periodismo más poderoso, está siendo cruel e ignominiosa. Se basan para sambenitarlo en su mal carácter y mala educación. A Guardiola, en cambio, se le adula sin solución de continuidad. Que si elegante. Que si educado. Que si humilde. Que si inventor de un fútbol jamás visto, etcétera. Florentino Pérez, sin embargo, acertó de pleno al elegir a un tío con dos… dídimos.
 

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