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                     Frente a los que auguran el fin 
					del mundo, se me ocurre proponer días de vida y 
					reconciliación. La misma organización de Naciones Unidas, 
					nos convoca para los días 8 y 9 de mayo, a mirarse en el 
					espejo del tiempo y reflexionar. A mi juicio, considero que 
					siempre es saludable recordar y rendir homenaje a todas las 
					víctimas de la segunda guerra mundial, y a tantas otras 
					contiendas que nos entristecen los caminos. En cualquier 
					momento, nos sorprenden hechos misteriosos, hazañas de lo 
					que pudo haber sido y no fue, realidades asombrosas o 
					reflejos de nuestro sorprendido espíritu.  
					 
					Todos nos merecemos la vida para vivirla. Por tanto, la 
					humanidad más que aspirar a encender fuegos, debe afanarse 
					en que la gente, en particular los más pobres, no mueran 
					antes de tiempo. Hoy más que nunca se precisa en el mundo el 
					compromiso ciudadano de una ética colectiva, capaz de 
					cambiar modos y maneras de vida, de superar conflictos y 
					divisiones que nos matan. Verdaderamente andamos sedientos 
					de luz, de verdadera sabiduría, para poder discernir la 
					realidad de la mentira, la tolerancia del fanatismo, la vida 
					de la muerte. 
					 
					El mundo ha sido creado para recrearse en él, para vivirlo 
					plenamente todos con todos, sin discriminación alguna, y 
					bajo el estimulante del amor. No se alcanzará el auténtico 
					progreso, mientras no se esclarezcan los horizontes. El 
					oscurecimiento de los valores morales, favorece 
					comportamientos que ponen fin a la existencia. El hombre, 
					todo hombre, tiene que ponerse al servicio del hombre. 
					Ciertamente, la familia humana tiene que despojarse del 
					flagelo de la guerra, volviéndose una única comunidad en el 
					mundo, donde todos dependemos de todos, y por la que es 
					necesaria avivar un clima de mutuo diálogo entre todas las 
					culturas.  
					 
					En España tenemos la historia de una organización 
					terrorista, la triste historia diría yo, puesto que no ha 
					tenido sentido alguno con las fuerzas democráticas en el 
					poder; llegado a este punto, sólo cabe entregar las armas y 
					disolverse, y mejor hoy que mañana. En cualquier caso, urge 
					armonizar diferentes valores en el seno de todas las 
					civilizaciones, para poder cultivar una vida más crecida de 
					vida, y así, dejarse cautivar por al contemplación, tan 
					necesaria para reencontrarse el hombre con la naturaleza. 
					Desde luego, tenemos que ser cada día más sensibles a las 
					músicas del universo y a las energías de la tierra, 
					sembrando de vida todos las avenidas del planeta.  
					 
					La carrera de armamentos es la plaga actual más grave; un 
					gravísimo hecho que contradice los designios naturales de un 
					mundo creado para ser vivido, mediante un desarrollo 
					inclusivo y sostenible, no para equiparse de artefactos 
					destructivos, que son los que verdaderamente pueden 
					conducirnos al fin del mundo. 
					 
					Sacudidos por el cúmulo de tantas ruinas, se nos abre un 
					mundo nuevo, confiemos en que más estético, humanamente más 
					ordenado, en armonía con las exigencias de la naturaleza 
					humana. Este debe ser nuestro afán, la vida por encima de 
					todo y para toda la humanidad. Hay que huir de toda cultura 
					catastrofista y generar la ilusión por la vida y el encanto 
					por vivir, bajo un atento y profundo discernimiento 
					intelectual. A lo largo de la historia, y aún hoy con la 
					gran proliferación de sectas, se vende el fin del mundo como 
					algo próximo. No será posible controlar el futuro como 
					tampoco modificar el pasado. Intentar mediante cálculos 
					humanos predecir un final de la especie y, además, 
					adjudicarle una fecha, es pura literatura. A las pruebas me 
					remito. Hay tantos cataclismos que nunca llegaron y, sin 
					embargo, hay otros que nos sorprendieron de la noche a la 
					mañana. 
					 
					La verdad que venimos asistiendo a un increíble auge de 
					hechiceros, videntes, y demás personajes misteriosos, que 
					nos llaman a consumir historias, que no se las creen ni 
					ellos mismos. Esto es fruto, en parte, al invierno 
					espiritual que padecemos. Es la manipulación permanente, el 
					lavado de cerebro, la visión de un mundo a la manera del 
					manipulador. Precisamente, el ascenso de supersticiones nos 
					impide ver ese mundo de poesía que, habita entre nosotros, a 
					través del majestuoso conjunto de la creación. Un espacio 
					para la vida y para la convivencia, que hemos de custodiar 
					los seres humanos, puesto que es nuestra casa común y el 
					lugar de la alianza con la hermosura más extraordinaria.  
					 
					El ser humano precisa imbuirse de esa trascendencia 
					embellecedora. Los tiempos actuales para nada fomentan esa 
					espiritualidad por la belleza, tan necesaria como precisa. 
					Por tanto, no solo en el mundo hay hambre física, también 
					tenemos hambre espiritual. El deseo de experimentar la 
					espiritualidad de forma más directa e intensa, hace que 
					mucha gente llame a la puerta de los hechizos, a los 
					echadores de cartas, y a todo tipo de magias y santerías. En 
					muchos lugares del mundo, innumerables casos de violencia y 
					abuso contra menores son acusados de practicar la brujería. 
					Hay casos en los que se les deja morir de hambre, se les 
					arroja agua y aceite hirviendo o se les obliga a sentarse 
					sobre el fuego. Asimismo, en algunas culturas, se cree que 
					las viudas están malditas e incluso se las asocia con la 
					brujería. 
					 
					Sea como fuere, a pesar de las atrocidades llevadas a cabo 
					con la práctica de la magia, el ocultismo, el esoterismo, 
					hay un camino por descubrir, que no tiene fin, es el 
					descubrimiento de sí mismo. Uno debe crear su propia 
					realidad y sentirse vivo. La muerte llegará cuando quiera, y 
					llegará porque sí. No hay adivinación posible. Todo este 
					renacer de maleficios y magias ofende a la dignidad de la 
					persona y a su libertad, ya que el ser humano pasa a estar 
					sometido a fuerzas tenebrosas, repelentes e impersonales, 
					que generan dependencia psicológica, mientras nos degradan 
					como persona.  
					 
					En todo caso, no tenemos en el mundo otro deber que avivar 
					la alegría, porque sin ella, toda existencia es estéril. 
					Póngase a servir y notará el gozo de vivir, puede ser un 
					buen objetivo. Por lo demás, como dijo Antonio Machado, “la 
					muerte es algo que no debemos temer porque, mientras somos, 
					la muerte no es y cuando la muerte es, nosotros ya no 
					somos”. En consecuencia, me opongo a toda superstición 
					americana, europeísta, africana, asiática u oceánica; la 
					santería que hoy (en tiempo de crisis) está de moda y que 
					antaño fue la creencia de las mentes débiles. 
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