| 
                     Hoy te miro y sueño con detener el 
					tiempo, este instante en que sigues aquí, entre tus 
					admiradores, y ésa es una buena razón para sosegar nuestro 
					pulso, para reir y para cantar, aunque sea desentonando.  
					 
					Puede que nunca te diga que en cada frase y en cada gesto 
					tuyo, mi flujo sanguíneo se dispara como cuando dejo rendir 
					el brazo derecho estoqueado por la aguja, en cada donación. 
					Porque merece la pena ser el centro de tus sonrisas y la 
					diana de tu mirada de alcotán al acecho. 
					 
					Jamás te confesaré, mujer atractiva y singular, que te hacía 
					rabiar porque me lo pasaba pipa viéndote exaltada. Como 
					nunca te diré las noches incontables en que me despertaba, 
					excitado, mojado, soñando con tu compañía a mi vera. Que 
					hasta las sábanas tintadas de rojo pasión se quejan de ser 
					las más sobadas también por el tambor de la lavadora, 
					perdiendo su compostura, tacto y color. 
					 
					Puede que parte de mi ser muera mientras tu vivas aquí, 
					anónima amiga. Jamás te diré adiós porque no quiero ver 
					siquiera un trazo de amargura en tu bello rostro, pero de 
					igual modo porque no he sido valiente para decirte lo mucho 
					que te aprecio. Déjemoslo así. No sé si hice bien no 
					diciéndotelo cuando acudía a tu encuentro casi a diario. 
					Tampoco nunca sabré si te protegí de tu destino callándome 
					el mío. 
					 
					Por otra parte, ni estoy seguro de tus intenciones para 
					conmigo, a veces pienso que tú me has seguido el juego 
					porque en realidad lo sabías todo acerca de mí y no querías 
					dañarme ni que yo me esperanzara tontamente. Te lo 
					agradezco. Resumiendo, que nunca supe disimularte nada. 
					Ahora que supongo has leído la columna, quedátela o tírala a 
					la papelera. Tú decides. 
					 
					No puedo fingir más, que luego ando pelín tocado por batirme 
					con otros a la busca del tesoro, tan cerca, tan lejos, lo 
					que lleva al asalto de nuestros pensamientos que no logran 
					salvar el murete que se expande horizontalmente frente a 
					ella. El tesoro. 
					 
					Somos como buscadores de diamantes con vida propia, cual 
					exploradores habituales de las madrugadas a los que no les 
					importa escatimar horas de sueño para encontrar una primera 
					mueca complaciente, un suave contoneo de cadera, una 
					charleta reveladora. Todo exuberancia y sensualidad, todo 
					vitalidad y frescura. Quién la pillara.  
					 
					Y sí, como cierto día me dijo literalmente una caballa a la 
					que llevo siempre en mi corazón: “el que mucho se despide, 
					pocas ganas de irse tiene”. Será por eso porque vienen a por 
					mí ahora, además de cómo un reencuentro ilusionado, para que 
					no se alimenten nuevas dudas de partir, nuevos intentos de 
					prorrogar ese corte de un certero tijeretazo a la cinta de 
					salida de esta larga despedida. Adios al romanticismo. 
					 
					Será por eso porque le pido al todopoderoso que sea mi 
					anónima amiga quien me proteja dándome cobijo, pan y agua. 
					No quiero más. Bueno sí, y un agujerico de esos turcos, ya 
					saben, donde en postura tragi-cómica cuesta hasta centrar el 
					objetivo. Joder. 
   |