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                     Andrés Carrera, secretario 
					general del Sindicato Unificado de Policía, ha tenido 
					palabras elogiosas para José Luis Torres en su 
					despedida como Jefe Superior de la Policía Nacional de 
					Ceuta. Palabras que tienen su valor porque proceden de 
					alguien que ha ganado fama de ser muy exigente con los 
					mandos. Al menos, es lo que a mí se he me ha dicho siempre; 
					pues yo jamás he cruzado palabra alguna con un sindicalista 
					que lleva más de dos décadas ejerciendo sus funciones 
					sindicales y laborales. 
					 
					AC, aprovechando la despedida de Torres, también ha 
					declarado que Antonio Rosino ha sido el mejor 
					comisario que ha pasado por esta ciudad. Y si él lo dice, 
					uno no tiene por qué ponerlo en duda. Aunque la mención de 
					Rosino ha hecho posible que afloraran mis recuerdos de 
					cuando el ministro Corcuera vino a inaugurar la 
					Comisaría del Paseo de Colón. De aquel día, espléndido por 
					el clima y por el buen ambiente que reinaba en el Hotel La 
					Muralla, durante la copa de vino español que fue servida, lo 
					que nunca he olvidado es la alegría que mostraba Rosino. Era 
					una alegría desbocada. Quizá debida a la desinhibición 
					provocada por varias copas de Fino Quinta; cuya frescura y 
					sabor obraron el milagro de hacerle contar una historia que 
					acabó causando tanta hilaridad como sorpresa. 
					 
					Rosino formaba parte de un corrillo en el que estaba 
					Elisa Beni, entonces directora del periódico decano, y
					Fernando Rodríguez -a quien le sigo profesando 
					amistad-, entre otras personas, y, naturalmente, quien 
					escribe. Lo relatado entonces por el mejor comisario que ha 
					pasado por Ceuta, según ha dicho Carrera, nos hizo reír 
					hasta límites insospechados. Cierto es que al día siguiente, 
					cuando el comisario se percató de que bien podía haberse 
					excedido, trató de negar lo que había pasado. Pero eso es ya 
					harina de otro costal.  
					 
					Viene al caso, pues, referir lo peligroso que resulta 
					excederse en la bebida; sea en cualquier inauguración o acto 
					de toma de posesión. Aunque actualmente, por la crisis 
					económica, los actos oficiales carecen de ese vino español 
					que incitan a los tímidos a largar lo que no se atreven 
					cuando están en estado de sobriedad. 
					 
					Cuando escribo (dos de la tarde del jueves en que los 
					hinchas del Atlético de Madrid todavía siguen cantando bajo 
					los efectos de los goles conseguidos por Falcao y 
					Diego), aún no tengo noticias de cómo ha ido la toma de 
					posesión del nuevo Jefe Superior de la Policía de Ceuta, 
					Pedro Luis Mélida, en la Delegación del Gobierno y con 
					la presencia del ministro del Interior, Jorge Fernández 
					Díaz.  
					 
					Aunque por ser conocido el ritual de tales actos, no es 
					descabellado aventurar que quien ha salido, Torres, 
					habrá manifestado que se marcha con la satisfacción del 
					deber cumplido, habrá dado las gracias, proclamado lealtades 
					y elogiado al sucesor. Quien lo ha echado –bueno, Torres 
					presentó su dimisión- habrá expresado cuánto notará su 
					ausencia, regalado ditirambos, y afirmado que se trata de un 
					relevo. Por fin, el entrante, Mélida, con las gracias por 
					delante, habrá proclamado lealtades y elogiado al antecesor. 
					El trío se habrá abrazado, con enérgicas y rápidas palmadas 
					en las espaldas, y las sonrisas al uso, bajo la mirada 
					complaciente del ministro. Ceremonia preciosa. Como debe 
					ser. Y todos tan amigos. 
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