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					El sector de las salazones de pescados, asentado en grupo en 
					la explanada de La Almadraba, está acusando la crisis 
					económica, que ha mermado el consumo, y además también el 
					intrusismo, sobre todo el proveniente del vecino Marruecos. 
					 
					Es el caso de Rafael García Miguel, uno de los empresarios 
					que a base de un enorme esfuerzo diario ofrece en su punto 
					de venta una gran variedad de salazones: bonito, volaores, 
					lomos de bonito, anchoas, melva salada, huevas secas, 
					agujetas... 
					 
					El trabajo es duro y continuo y sólo concluye cuando toda la 
					mercancía es guardada por las noches a buen recaudo, en 
					espera de iniciar el día siguiente. Los afectados cuentan 
					con ayuda municipal en cuanto a gastos de suministro 
					eléctrico y agua, aunque reconocen que para economías 
					humildes como las suyas, el mero hecho de poner en marcha 
					este negocio de temporada -dura cuatro meses al año- les 
					supone un desembolso mínimo inicial de aproximadamente mil 
					euros.  
					 
					Las claves de que la salazón esté en perfecto estado son el 
					trabajo y dedicación continuos, a los que hay que sumar unas 
					condiciones de higiene extremadas, sobre todo a la hora de 
					limpiar perfectamente los pescados antes de proceder a la 
					salazón y, tras volver a lavarlo, al secado. Las condiciones 
					meteorológicas también influyen mucho en el resultado final 
					del producto, como por ejemplo, si el proceso se realiza con 
					viento de levante o de poniente.  
					 
					Condiciones higiénicas que, advierten desde el sector, 
					distan mucho de estar controladas en lo que al menos se 
					refiere a una gran cantidad de pescado salazonado que 
					proviene de Marruecos: “Ojalá no ocurra, pero el día menos 
					pensado va a haber un problema gordo en materia de salud con 
					este tipo de venta incontrolada”, indica un vendedor. Una 
					venta incontrolada que les supone una merma considerable en 
					sus ventas. 
					 
					En efecto, la cantidad de problemas que les supone mantener 
					un sector tradicional en Ceuta les está haciendo plantearse 
					si será rentable el próximo año dedicarse a ello o, 
					simplemente, optan por tirar la toalla. Los que acuden 
					asiduamente a los puestos instalados en La Almadraba -cinco 
					en total- pueden dar fe de la exquisitez de los productos 
					que allí se expenden. 
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