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OPINIÓN - SÁBADO, 16 DE JUNIO DE 2012

 

OPINIÓN / EL OASIS

Miseria y convivencia están reñidas
 


Manolo De la Torre
manolodelatorre@elpueblodeceuta.com
 

A medida que van transcurriendo los días, y los políticos no cesan de decirnos que es generalizada la ruina económica de la Unión Europea, a mí se me vienen a la cabeza los años del miedo, es decir, los años cuarenta, cuando los españoles éramos tan pobres como para comprender que el egoísmo destruye la amistad.

Y es que no hace falta ser Platón para darse cuenta de que la miseria es campo abonado para el egoísmo. Que éste aparece en toda su plenitud cuando se hace evidente la indigencia y la escasez que está en el origen de la organización social.

En aquella España de posguerra, gris, miserable, pacata, injusta…, y donde la ley de Darwin se hacía notar, los niños aprendimos pronto a reconocer que hambre y maldad van asociadas. Que la pobreza llevada a límites de indigencia, acaba convirtiendo la convivencia en un estado de rencor permanente. Y, desde luego, que el aumento de la menesterosidad hace posible que las malas intenciones permanezcan latentes. Prestas a salirse de madre en cualquier momento y ante el más inesperado estímulo.

Yo recuerdo, siendo preadolescente, cómo en una de las casas de vecinos en las que viví, fueron tres, un padre azotaba a su hija porque ésta no había recaudado lo suficiente como ‘productora’ de la noche en un descampado cercano. La azotaba sin piedad, mientras profería insultos a voz en cuello. Yo recuerdo de aquella España mísera, donde la canina, enseñoreada del ambiente, iba segando la vida de quienes enfermaban del pecho, se decía así, por falta de alimentos. Tísicos enfebrecidos y con la mirada iracunda posada en quienes alardeaban de ser los más hábiles del momento para sobrevivir. O vivir a lo grande.

Pronto aprendí que nadie puede sentirse vivir si la vida no le permite despegarse, por la miseria, de percibir su propia e insuperada indigencia. “Nadie puede amar a otro, si está obligado todavía a defender duramente su propio cuerpo, su propio ser”. Esta frase se la oí muchas veces a Manuel Bermudo de la Rosa: jesuita que rigió muchos años los destinos de las Escuelas Profesionales de la Sagrada Familia.

Pues bien, en aquellos años, llamados del miedo, fue la clase media, viviendo entre un querer y no poder, en todos los sentidos, la que supo darle algo de equilibrio a un modo de existencia que llegaba a ser insufrible todos los días y fiestas de guardar. Sobre todo cuando mirabas hacia la acera de enfrente, desde la casa miserable y repleta de privaciones, y veías la rica mansión de quienes daban fiestas esplendorosas, amén de lucir la borrachera de la imbecilidad a cada paso.

Con esas imágenes, que siempre han permanecido vivas en mi retina, me resulta imposible no pensar en que, tal y como están las cosas, puedo volver a ser testigo de una situación en la cual la escasez impuesta por los gobernantes –carentes de escrúpulos-, siga haciendo estragos entre quienes no han hecho sino trabajar duramente para que muchas autoridades hayan ido llenándose la faltriquera.

Si alguien decide tacharme de pesimista, tal vez sea porque ese alguien sigue disfrutando de su sueldo -gran sueldo- como diputado, concejal o asesor de no sé qué. Ha llegado la hora, pues, de decir basta ya. Y seguir las indicaciones de Esperanza Aguirre: que propone reducir el número de cargos políticos. Si no…
 

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