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OPINIÓN - LUNES, 25 DE JUNIO DE 2012

 

OPINIÓN / ALGO MÁS QUE PALABRAS

Quien no ama la vida no se quiere
 


Víctor Corcoba Herrero
corcoba@telefonica.net
 

Quien no ama la vida, no la merece. Cuando uno no se quiere es imposible que pueda querer a nadie. ¿Qué viene a ser este caminar, sino un breve camino para amarse, para quererse, para vivir unidos y en familia? Nuestra existencia es demasiado poética para destruirla en un juego y destrozar su métrica. Todos los momentos son para vivirlos como si fuese el último soplo que nos quedase por latir. Por eso, hay que apostar fuerte contra el uso indebido y el tráfico ilícito de drogas. Precisamente, el 26 de junio de cada año, celebramos el día internacional de esta lacra, que mata sin miramientos, con una invitación a reflexionar colectivamente sobre el valor del ser humano y su elección a tomar un estilo de vida saludable.

En una sociedad sin drogas todo va a ser más fácil, empezando por la misma convivencia y terminando por la confianza en uno mismo. Desde luego, esta vida es intolerable a no ser que el cuerpo y el espíritu vivan en buena armonía, si no hay un equilibrio y un respeto, difícilmente podremos experimentar la alegría de haber vivido, descubriendo el amor que todos necesitamos. Ya lo predijo Aristóteles al decir: “lo mejor es salir de la vida como de una fiesta, ni sediento ni bebido”. Por desgracia, lo característico de nuestros días es que el consumo de drogas, sobre todo las sintéticas, va en aumento, injertando numerosos riesgos para la salud de la propia especie humana. Por tanto, estamos ante un problema social que a todos nos afecta y que, entre todos, hemos de tomar soluciones.

La actual crisis no puede afectar a la atención de los toxicómanos, son personas y, como tales, se merecen nuestro auxilio. En consecuencia, el tratamiento de la toxicomanía debería incluirse dentro de los servicios sanitarios primarios y prioritarios en todo el planeta. Cualquiera de nosotros podemos caer en las adicciones. Sabemos que las drogas te las encuentras en cualquier esquina y que nadie está libre de caer en sus garras. Ciertamente, los adolescentes y los jóvenes son la población más vulnerable, pero entre consumir o no consumir drogas, depende de una decisión, que no siempre se hace con conciencia y pensando en sus efectos.

Decir no a las drogas requiere muchos esfuerzos que no siempre se brindan. Nuestra misión, la de los gobiernos e instituciones, la de la ciudadanía, pasa por dar claves que nos permiten querernos a nosotros mismos, para establecer un control de nuestra existencia, y no permitir que nos dominen las drogas. Esto requiere formación y apoyo, sobre todo a los grupos de exclusión, y asegurarse de que reciben la atención necesaria para superar los problemas que se le presentan. El desasosiego y la pobreza, la inseguridad y el abandono, la falta de futuro y el no saber qué hacer con su vida, son el fermento para las adicciones. No olvidemos que, en el fondo, son las relaciones con las personas, lo que da sentido a nuestra vida.

La vida se compone de cosas pequeñas y casi nunca se trata de realizar grandes hazañas. En el uso indebido de drogas tampoco se precisan grandiosas gestas, es un problema que puede evitarse, que puede tratarse y que puede controlarse, siempre y cuando la sociedad esté unida en una causa común, en la reducción de la demanda y de la oferta. A veces se trata de que no se produzcan desviaciones de drogas de fuentes lícitas a canales ilícitos. En otras ocasiones, será cuestión de que se preste una mayor atención a la prevención. Y en cualquier caso, los Estados han de cumplir la ley para reducir el tráfico ilícito de drogas, que, sin duda, acrecienta la delincuencia, la corrupción y la inestabilidad de los países.

Se trata, en definitiva, de que todos asumamos nuestra propia responsabilidad en la prevención y en la denuncia de los hechos. El día que seamos capaces de reducir el número de lugares peligrosos del mundo que acogen la producción, el tráfico y el consumo, habremos dado un paso decisivo en el desarrollo y en el fortalecimiento del estado de derecho. El mundo tiene que ser más habitable, y por ende, más saludable. Las drogas son una amenaza para el ser humano, no en vano, el consumo de drogas inyectables es una de las principales causas de la propagación del SIDA. También para el medio ambiente. El cultivo de coca destruye vastas extensiones de selvas y parques. Las mismas sustancias químicas empleadas para producir la cocaína contamina los ríos y las fuentes. El mismo comercio ilícito de drogas también menoscaba la cohesión entre gobiernos. Por consiguiente, resulta esencial reforzar nuestro compromiso con la vida, con la salud y con los derechos humanos.

Sabemos que los verdaderos delincuentes son los traficantes de drogas. Un mercado ilegal de drogas circula en foros, blogs y webs de anuncios gratuitos. Son los cibernarcos que se reproducen como las cucarachas en un hábitat cada día más complejo. Los encargados de hacer cumplir la ley deberían centrarse mucho más en estos tipos, y no en los consumidores, que, al fin y al cabo, son víctimas de estas bandas. No puede haber ciudades fuera de control. Las mafias hay que detenerlas, mejor hoy que mañana. Tan importante como la salud es la seguridad. No se puede seguir haciendo caso omiso de la amenaza que esta delincuencia organizada viene sembrando por el planeta, que el mundo es de quien nace para vivirlo y no de quien sueña que puede aplastarlo. Así, pues, no es preciso morir por nadie, sino vivir para alegrarse juntos, con la misión de un trabajo conjunto; primero para lograr detener a los “camellos” y, segundo, para propiciar el acceso universal al tratamiento de la drogodependencia con atención integral y ética.
 

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