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                     Por más que Mariano Rajoy 
					dé muestras evidentes de estar más liado que la pata de un 
					romano; que el rostro feroz de María Dolores de Cospedal 
					no cese de intimidarnos, vestida con mantilla y peineta o 
					como Dios le dio a entender; que Ana Mato, con esa 
					cara de señorita que parece haber crecido mirando entre 
					visillos, trate de que acudir a la farmacia sea un artículo 
					de lujo, incluso para los pensionistas de setecientos euros 
					la tirada, o que cuando la miseria existente y la que viene 
					de camino, aconseja adormecer los sentimientos individuales, 
					el españolito encuentra su válvula de escape en el fútbol. Y 
					es que el fútbol se ha convertido, por si no lo era ya 
					antes, en la droga cotidiana que la población necesita para 
					olvidar momentáneamente la estrechez del presente. 
					 
					Por ello, el triunfo de la selección, el miércoles pasado, 
					era de vital importancia para que los españoles se sintieran 
					tan eufóricos como para gritar lo orgulloso que se sentían 
					de serlo. Que es la mejor propaganda que podemos hacer por 
					Europa. Un triunfo que tuvo como antesala el sufrimiento de 
					comprobar que los portugueses fueron ligeramente superiores 
					durante casi noventa minutos. Ver para creer, pues, que el 
					centro del campo, lugar donde se cuecen los éxitos y 
					fracasos, les pertenecía a los hombres dirigidos por 
					Paulo Bento. Y lo hacían empleándose con fuerza y 
					velocidad, no exenta de una muy apreciable técnica. Así que 
					lograban anticiparse a los nuestros. Lo cual, unido al temor 
					que siempre infunde la presencia de Cristiano Ronaldo, 
					hacía posible que cundiera el canguelo correspondiente. 
					 
					Los comentaristas, así como los glosadores de la televisión, 
					tan fanáticos –ay, Manu Carreño- como para desmerecer 
					su labor, más que ponernos al tanto de cuanto estaba 
					sucediendo, perdían el tiempo en contarnos batallitas y en 
					hacernos partícipes de sus filias y de sus fobias. 
					Incomprensibles actuaciones. Por más que se defiendan 
					diciéndonos que en todos los sitios cuecen habas. 
					 
					A lo que iba, que, cuando se pensaba que a La Roja podía 
					sentarle como un tiro la prorroga, tuvimos la oportunidad de 
					comprobar que fue su tabla de salvación. Y me explico: el 
					equipo español tiene mejor plantilla que el equipo 
					portugués. Y sus cambios, Navas, Pedro y 
					Cesc, propiciaron un mejor rendimiento que los recambios 
					de su adversario. Navas y Pedro fueron soplos de aire fresco 
					en todas las zonas del campo e hicieron posible que sus 
					contrarios empezaran ya a nadar y guardar la ropa. 
					 
					En la tanda de penaltis, Bento cometió un error mayúsculo: 
					debió darle a CR la oportunidad de abrir la cuenta de una 
					suerte maldita para el equipo derrotado. Pues tan importante 
					es el primer penalti como el último. Y de esa manera, le 
					aseguraba una posibilidad más de aumentar la cuenta de goles 
					al astro madridista. No lo creyó oportuno y… sólo le quedó 
					el derecho a lamentarse. 
					 
					Ganó España, y Ramos fue el héroe de un partido en el 
					cual, amén de mostrarse en todo su esplendor futbolístico, 
					sacó a relucir su casta: los dídimos suficientes para 
					dedicarle su penalti a Neuer: ese gran portero alemán 
					que se mofó de él cuando envió al cielo su disparo desde los 
					once metros frente al Bayern en el Bernabéu. Ganó España. De 
					modo que Rajoy estará todavía bizqueando de satisfacción. El 
					domingo se jugará la final. Se necesita un nuevo triunfo de 
					La Roja. Dado que es la mejor droga para olvidar. Vivas, 
					mientras tanto, se estimula con el quehacer de García 
					Gaona: presidente de la Federación de Fútbol de Ceuta. 
					¿Por qué será? 
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