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					Da la impresión de que, ni de lejos, el Ministerio de 
					Sanidad y las comunidades autónomas de las que depende la 
					gestión del servicio, tienen un plan para solventar la 
					elevada deuda que acumula el sector –entre 16.000 y 20.000 
					millones de euros-, y que lo único que se les ocurre, porque 
					resulta lo más sencillo de poner en práctica, es meter la 
					mano en el bolsillo de los profesionales. 
					 
					CESM entiende que esto es una actitud suicida, porque, en 
					particular, el maltrato a los médicos supone minar el 
					principal activo de la sanidad pública. 
					 
					De hecho, si el Sistema Nacional de Salud (SNS) sigue 
					gozando de alto predicamento en el exterior (y también 
					España, no lo olvidemos, donde el funcionamiento del 
					servicio sanitario tiene un alto aprecio entre los 
					ciudadanos, todo lo contrario de lo que ocurre cuando se les 
					pregunta por los políticos) es gracias a que los 
					facultativos españoles realizan una labor con similares 
					estándares de calidad que en los mejores países a cambio de 
					sueldos comparativamente muy bajos. 
					 
					No es de extrañar, por tanto, que aumente la tentación en 
					muchos médicos españoles de abandonar la sanidad pública y 
					desarrollar su trabajo en el sector privado o en otras 
					naciones donde se les trata y retribuye mejor. 
					 
					Lo que parecen no comprender nuestros políticos es que la 
					sanidad es un servicio social cualificado donde la 
					optimización del gasto (y previsible ahorro) requiere contar 
					con el médico, por cuyas manos pasan el 80% de las 
					decisiones asistenciales que se reflejan en el balance 
					económico de los centros. 
					 
					Cualquier empresa de vanguardia –y la Sanidad siempre lo 
					será- sabe que su mejor capital es el humano. Si eso es así, 
					¿por qué e margina a los médicos a la hora de plantear 
					ajustes? Mejor dicho: ¿por qué nos llevamos por ahora la 
					peor parte en el reparto de sacrificios? 
					 
					Un pacto urgente 
					 
					En cuanto a nuestros políticos, su único objetivo ahora 
					debería ser acometer las reformas estructurales que necesita 
					el SNS, para lo cual es urgente alcanzar un pacto que tenga 
					el mayor respaldo parlamentario posible. 
					 
					Dicho pacto debe tener por finalidad el sostenimiento de la 
					calidad de servicio público, lo cual exige: 
					 
					- dotar al sistema de unos presupuestos reales y finalistas 
					 
					- un órgano de gobierno que vertebre a los 17 servicios 
					autonómicos de salud. Este papel le corresponde por ley al 
					Consejo Interterritorial, pero huelga decir que no lo ha 
					cumplido. 
					 
					- una cartera de servicios definida y respetuosa con los 
					principios de equidad, universalidad y solidaridad. 
					 
					- una política de personal que ponga freno a la creciente 
					disparidad en condiciones laborales según la comunidad 
					autónoma en la que trabajemos, y que se muestre a su vez 
					capaz de planificar las necesidades de especialistas en el 
					futuro. 
					 
					- incrementar la productividad y eficiencia del SNS mediante 
					un plan estructural de reformas que contemple la reducción 
					al mínimo de la burocracia. 
					 
					- dar mayor responsabilidad a la Atención Primaria en el 
					manejo de los procesos asistenciales, al ser notorio que el 
					80% de ellos pueden resolverse en dicho ámbito. Se evitaría 
					así el sobrecoste que tiene la asistencia especializada. 
					 
					- desarrollar la Ley de Ordenación de Profesiones Sanitarias 
					(LOPS) y cambiar el modelo retributivo de los médicos para 
					que deje de ser cuasi funcionarial y vincule buena parte de 
					los salarios con los resultados y la calidad. 
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