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                     El español –dijo alguien una vez- 
					es un hombre bajito que siempre está irritado”. La estatura 
					se ve condicionada, según nos han dicho los que saben del 
					asunto, por factores ambientales durante la infancia, 
					especialmente la alimentación y las condiciones sanitarias, 
					sumadas a la influencia de los genes. Los españoles debemos 
					aceptar que nunca fuimos un pueblo bien comido ni siquiera 
					cuando nos hicimos con los tesoros hallados en nuestras 
					conquistas americanas. De modo que nuestra estatura nunca 
					pasó de ser más o menos unos centímetros más arriba del 
					1,60.  
					 
					Para los que vinimos al mundo cuando principiaba el siglo XX 
					medir 1,66 era más o menos contar con una estatura de aquí 
					te espero. Eso sí, cuando se trataba de contratar a un 
					futbolista lo primero que se informaban los clubes era si el 
					jugador recomendado era alto. Ser alto en los años cincuenta 
					y sesenta era una ventaja indiscutible para hacer carrera en 
					el deporte rey.  
					 
					Los jugadores altos escaseaban. Y los bajitos tenían que ser 
					maravillosos para ser titulares en los equipos grandes. 
					Incluso llegó a ponerse de moda el refrán de “Caballo 
					grande, ande o no ande”. Hubo jugadores bajitos, que por 
					serlo, no pudieron consagrarse entre las estrellas: caso de
					Félix Barderas “Felines” y otros muchos. 
					 
					Los españoles nacidos en la década de los ochenta lo 
					hicieron con más o menos diez centímetros más; o sea, que el 
					1,77 de altura se convirtió en media de estatura. Pero 
					siguieron naciendo muchos otros con los mismos centímetros 
					que cuando la canina reinaba en casi toda España. A esa 
					generación de los años ochenta pertenecen ocho o nueve 
					jugadores –bajitos- que forman parte de la selección 
					española de fútbol. Y son tan buenos como capaces de pelear 
					contra todo lo que se les ponga por delante. Entre ellos hay 
					un tal Jordi Alba que se ha consagrado en la reciente 
					acabada competición europea, cuya falta de estatura física 
					fue el motivo por el cual fue despreciado por su equipo: el 
					Fútbol Club Barcelona. El mismo que ahora ha rectificado su 
					error, pagándole por él quince millones de euros al 
					Valencia. 
					 
					Cuando Brasil era tan rica y tan grande como ahora, pero mal 
					administrada contaba con más pobres que ricos, de las tan 
					denostadas favelas, o sea de los barrios más pobres, surgían 
					niños desnutridos y poco dados a crecer que terminaban 
					siendo estrellas futbolísticas que encandilaban y que eran 
					capaces de obtener títulos mundiales. Ahora, cuando los 
					brasileños disfrutan de mejores rentas y, por tanto, el 
					nivel de vida es superior, parece ser que ya no se juega en 
					las calles, o en los descampados, de la misma manera que 
					otrora, así que los éxitos han menguado.  
					 
					España tiene muchos jugadores bajitos, nacidos cuando los 
					socialistas gobernaban una España que se sumaba a la 
					modernidad y en la que adquirió vital importancia la imagen 
					pública y el cultivo del cuerpo. Donde resultaba primordial 
					darle cabida al ocio y donde muchos jóvenes, conviene 
					decirlo, vieron en las tan ansiadas libertades motivo 
					equivocado para deslizarse por la pendiente de la perdición. 
					Los Iniesta, Xavi, Cesc, Silva, Mata, Navas, Cazorla, 
					Alba, entre otros, optaron por ser estrellas de un 
					deporte donde ser bajito seguía siendo un obstáculo 
					considerable. Y han acabado con el tópico de que “el español 
					es un hombre bajito que siempre está irritado”. ¡Albricias! 
					¡Aleluya! ¡Viva la madre que los parió!  
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