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                     En buena parte del mundo, la 
					dignidad y el bienestar de la persona importan nada. No hay 
					políticas de población, ni políticas de desarrollo, capaces 
					de poner estética en el orbe. Estamos retrocediendo a la 
					velocidad de vértigo, y lo peor de todo, es que los líderes 
					que dirigen el planeta no miran hacia el bien de la 
					humanidad. Cada día hay más personas privadas de servicios 
					básicos como puede ser la salud, entre ellos multitud de 
					jóvenes a los que no se les permite participar y realizarse, 
					condenados al analfabetismo y a la pobreza de por vida. 
					Cuando el progreso es desigual, por mucha esperanza de vida 
					que nos injertemos, la destrucción se sirve en bandeja. Cada 
					país sabe lo que debe hacer para salir de esta penuria, de 
					esta crisis de valores, avivada por unos mercados corruptos, 
					que sólo especulan con las vidas humanas. La igualdad de 
					oportunidades es el cuento por excelencia. Todo va a 
					depender del lugar donde se haya nacido o donde se viva. Por 
					tanto, es difícil ser joven y también ser mayor. El ser 
					humano se encuentra a la deriva a pesar de los progresos 
					evidentes de unos pocos. Lo cierto es que, cada momento es 
					más complicado de asumir la responsabilidad de crecer en 
					este mundo que nos han trazado los poderosos, sin apenas oír 
					a los que se mueren a diario por las injusticias.  
					 
					Uno puede sentirse invencible, pero es vulnerable en este 
					reino de poderosos sin límite. Uno puede sentirse fuerte, 
					pero la confusión marca el futuro. Uno puede tomar el 
					control de su vida, pero más pronto que tarde la impotencia 
					llamará a las puertas del corazón. El propio mundo te 
					excluye cuando sales de este infierno de intereses. La 
					maquinaría del poder, por mucha onomástica que se celebre el 
					11 de julio (día mundial de la población), no le interesa el 
					progreso para todos. Sólo hay que mirar y ver el sufrimiento 
					de las personas en cualquier país. La vida se hace 
					insoportable para muchos. El compromiso por hacer la vida 
					más humana para todos es otro cuento más inventado por los 
					gobiernos, que mienten más que hacen, sobre todo en el 
					momento actual, que se ha perdido toda moral y toda ética de 
					servicio. Este valor es, precisamente, la conducta que 
					nuestro mundo precisa para promover una paz duradera y una 
					auténtica prosperidad para todos. 
					 
					Las necesidades de los más débiles son los problemas más 
					importantes de la población. El apoyo financiero, político y 
					social, no se ha de dirigir a las clases privilegiadas, sino 
					a sostener esas familias que malviven, que no pueden 
					levantar cabeza. No se trata de rescatar poderes bancarios, 
					sino de garantizar la subsistencia de los hogares. Hay 
					muchas diferencias no sólo entre los diversos continentes, 
					sino incluso entre los propios países y los pueblos de esas 
					naciones. Nuestra civilización corre peligro en muchas 
					partes del planeta. Ninguna meta y ninguna política pueden 
					ser positivas, si se olvidan los derechos humanos y sus 
					principios éticos. Así, pues, los programas de desarrollo 
					han de elaborarse basándose en la justicia y en la igualdad, 
					para que vuelva a renacer la dignidad de tantas personas 
					dejadas de la mano del poder. Hay que volver a las fuentes 
					de la vida y al acogimiento social. Una sociedad no puede 
					afirmar que trata a los seres humanos con justicia y que 
					protege sus intereses, si luego sus leyes no defienden sus 
					derechos y obligaciones. 
					 
					Para desgracia de toda la población, vivimos en el fraude 
					permanente, en la estafa continua, en el chantaje cotidiano, 
					en la imposición de los poderosos, en la encerrona 
					excluyente y en la contrariedad de unos para con otros. El 
					futuro económico no puede estar por encima de la cuestión 
					humana. Desde luego, la gente más pobre es la más afectada 
					por el cambio climático, por esta crisis financiera, a pesar 
					de ser la población menos responsable por las causas que la 
					han provocado. Esta es la pura verdad. Por tanto, estamos 
					frente a una enorme tarea, por haber permitido que las 
					reglas de ese mundo pudiente, no considerase las reglas de 
					mercado y la transparencia como forma de actuar, o ese mundo 
					político, tampoco considerase las reglas de control 
					democrático. Hemos permitido que parte de la familia humana 
					estuviese desasistida, mientras otros, impulsados más por el 
					interés personal que por la solidaridad, han ganado dominio, 
					en un mundo insostenible e injusto a más no poder. 
					 
					Por eso, más que caminar hacia un orden económico duradero 
					hay que avanzar hacia un nuevo orden humano, con la 
					esperanza de recuperar nuevos modelos de vida más 
					responsables. Hay que poner a la persona en el corazón del 
					desarrollo y a los siete mil millones de personas que 
					habitan el planeta a ser más solidarios. Cerca de ocho 
					centenares de mujeres mueren cada día en el proceso de dar 
					vida. Casi novecientos millones de personas sufren hambre. 
					Otras miles de personas llegan a sacrificar hasta su 
					identidad cultural. Tenemos, además, un desempleo creciente 
					en el que el 40% son jóvenes. Todo ello, hace que sea 
					importante la actuación de la comunidad internacional, y que 
					se continúe reflexionando sobre el tema, población y 
					desarrollo. En España, por ejemplo, los pobres son ya el 20% 
					de la población.  
					 
					Sin duda, estamos al borde de una mundial catástrofe 
					humanitaria. Bajo este panorama, tenemos la obligación de 
					animar a los países a ser autores de su propio progreso, 
					teniendo presente que el ser humano es algo más que una 
					estadística de desarrollo, y que está por encima de las 
					estructuras sociales. Bajo un clima de reconciliación y 
					concordia todo es posible. ¿Qué es el desarrollo sino el 
					avance de nuestra humanidad? Por consiguiente, nada de lo 
					que ocurra en cualquier parte del mundo, incluso el más 
					distanciado poblado, debe resultarnos ajeno. Al fin y al 
					cabo, basta con que un ser humano reniegue de otro para que 
					la venganza vaya corriendo por toda la población como 
					pólvora que mata. 
					 
					*Escritor 
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