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cultura - MARTES, 17 DE JULIO DE 2012


españa entre 1157 y 1212. reproduccion.

efemerides para la historia
 

Las Navas de Tolosa (16-VII-1212): una cita con la historia

Se cumplen ocho siglos de la contienda que acabó con el dominio almohade en la Península
 

CEUTA
Miguel R. Calderón

ceuta
@elpueblodeceuta.com

Marrakesh , 6 de Febrero de 1211 . El Khalifa Yaqub ben Yusuf, a quien los cronistas castellanos llamaron simplemente Miramamolin, nombre que no es sino la corrupción del título de “amir al –mu’ minin”, que él prefería a cualquier otro, era un joven de diecisiete años, penetrado por el espiritu de la guerra santa contra los infieles.

De carácter irascible, pese a su corta edad se había hecho con el poder tras suceder a su padre Yusuf II , y aspiraba a mantener el Imperio Almohade que había sustituido en Al-Andalus al de los Almorávides. El enemigo a batir era Alfonso VIII de Castilla que ya en 1195, sufriera una dolorosa derrota en Alarcos precisamente a manos de Yusuf II. Pensaba Miramamolin , el nuevo emperador, que era el momento de dar el definitivo golpe de gracia a los reinos cristianos peninsulares, sumergidos en luchas internas y divididos por rivalidades entre sí.

La salida de Marrakesh de su poderoso ejército, se hizo con gran lentitud pese a la cólera del Khalifa que ardía en deseos de entrar en la Península lo más rápido posible.

En el invierno de 1211, se palpa una profunda sensación de peligro que trasciende a todas la monarquías cristianas – Reino de Castilla, Reino de Navarra, Corona de Aragón, Reino de León y Reino de Portugal - , y que unido al cansancio de las largas y estériles querellas se tradujo en una tendencia a unir fuerzas.

El rey Alfonso VIII convenció al Papa Inocencio III para que proclamara la Santa Cruzada a fin de parar el impulso almohade en la Península Ibérica. Surge entonces la figura de Rodrigo Jiménez de Rada, a la sazón arzobispo de Toledo , hombre de gran cultura y de extraordinaria capacidad política que se propuso alcanzar un doble objetivo:

conseguir la paz interior entre los reinos cristianos y predicar la Cruzada por Francia, y en todas las iglesias de Europa, animando a los creyentes a alistarse para la contienda y creando una atmósfera de exaltación, propia de las guerras religiosas.

Comenzaron a llegar a Toledo, con mucha antelación a la fecha señalada, miles de cruzados procedentes de Italia, Francia y Alemania, y al frente de ellos los obispos de tres ciudades francesas: Narbona, Nantes y Burdeos. El espíritu de lucha no difería gran cosa del que unos años antes acompañara a Ricardo Corazón de León y a Felipe Augusto de Francia en su expedición a Palestina. Los trovadores acogieron con gran entusiasmo esta cruzada e Inocencio III, instó por su parte a los reyes cristianos peninsulares, a que olvidaran sus rencillas so pena de excomunión.

Toledo era un hervidero de gentes en la primavera de 1212. La ciudad servía a la vez de cuartel general y de depósito de las riquezas que se habían allegado, vaciando iglesias y monasterios, para sostén del ejército. Día y noche trabajaron los monederos para convertir el oro y la plata en numerario con el cual pagar a los soldados.

Los cronistas castellanos estiman que, en la octava de Pentecostés, cuando todavía no habían venido los aragoneses, estaban reunidos ya 70.000 hombres y que luego este número fue creciendo en proporciones notables. Los cronistas musulmanes afirman, por su parte, que Miramamolin había reunido 250.000 soldados. Ningún crédito podemos dar a las cifras de uno y otro bando, pero dos hechos parecen indudables: que nunca se habían enfrentado en el campo de batalla ejércitos tan grandes y que la superioridad numérica estaba a favor de los almohades.

Los cristianos salieron de Toledo el 20 de Junio. Iban divididos en tres cuerpos. Delante los cruzados extranjeros a las órdenes de Diego López de Haro, señor de Vizcaya, las Órdenes militares : Santiago, Calatrava, Temple y San Juan(Malta), detrás los catalanes y aragoneses que mandaba Pedro II; en retaguardia las tropas castellanas de Alfonso VIII. Los reyes de León , Alfonso IX, y de Portugal, Alfonso II, no acudieron a la cita, pero sí sus caballeros. Dos días más tarde, los almohades iniciaban también su avance desde Sevilla. La marcha de ambos conjuntos era lentísima, porque ninguno de los dos bandos había resuelto la cuestión de los aprovisionamientos.

El 24 de Junio los cruzados tomaban al asalto Malagón y daban muerte a todos sus defensores. Tres días más tarde comenzaba el asedio de Calatrava, que se rindió el día 30 de este mes. De acuerdo con la costumbre española, Alfonso VIII otorgó a los defensores una capitulación que les permitió retirarse indemnes con sus familias. Los cruzados protestaron de esta benignidad que consideraban incompatible con el espiritu de la guerra santa. Se sentían defraudados porque se les hurtaba el botin que esperaban. El 2 de Julio decidieron abandonar el ejército y regresaron a su país, cometiendo al paso numerosos actos de violencia sobre las poblaciones judías y cristianas.

La deserción de un contingente tan numeroso podía acarrear gran quebranto. No fue así. Según parece, la ausencia de extranjeros se tradujo en un beneficioso restablecimiento de la disciplina. Castellanos, aragoneses y catalanes, con los grupos de leoneses y de portugueses que crecían constantemente, daban a la cruzada una tónica de monopolio español. Además el 7 de Julio, cuando ya habían sido conquistados Alarcos, Benavente, Piedrabuena y Caracuel, llegaron las tropas de Navarra , con Sancho VII al frente. Esta especie de gigante, “gallardo mas que un león” como le llama el cronista inglés Roger de Hoveden, ejerció una influencia tranquilizadora.

El día 12 , los almohades se encontraban en la ladera sur de Sierra Morena en la zona de las Navas y ocupaban el paso de La Losa. Hubo escaramuzas iniciales que sirvieron para convencer a los cristianos de que sus posiciones eran desfavorables y nos les permitían forzar el paso.

Pero el escenario en donde estaban desarrollándose las operaciones era el camino normal desde la meseta al valle del Guadalquivir, muy conocido de antiguo por los recueros y los trashumantes. Un pastor – he ahí un buen apoyo para posteriores leyendas de milagros- llamado Martin Halaja, mostró al rey el camino por donde , monte a través, se podía rodear las posiciones musulmanas y colocarse al otro lado de la cordillera.

Diego López de Haro y García Romeu, vasallo de Pedro II, recorrieron sin impedimento este camino hasta salir al lugar denominado Mesa del Rey. Era el 14 de Julio. Las restantes tropas les siguieron hasta reunirse obligando al enemigo a cambiar su frente. Los cristianos ganaron todo el día 15, sin avenirse a entablar combate.

En la madrugada del 16 de Julio, tras haber preparado moralmente con comuniones y oraciones, en la forma acostumbrada, los cristianos adoptaron su formación de combate: Alfonso VIII estaba en el centro, según le correspondía; Pedro II tenía su izquierda y Sancho VII la derecha, reforzada por las milicias concejiles castellanas. En punta de vanguardia estaba Diego López de Haro, y detrás de él Gonzalo Nuñez de Lara, con la caballería de las Ordenes Militares.

En el campo contrario, el khalifa ocupaba, en retaguardia una tienda roja bien visible, rodeada por su guardia negra, a cuyos miembros se había atado con cadenas para que no pudiesen huir. El grueso formaba una sola linea y la vanguardia era ligera y formada por voluntarios de la fe, milicias dotadas de gran valor.

Los cronistas y documentos medievales llaman a esta batalla indistintamente de Las Navas de Tolosa, del Muradal o de Ùbeda. Julio González, el mejor especialista de esta materia, piensa que tuvo lugar en las inmediaciones del pueblo actual de Santa Elena. Los musulmanes la plantearon como repetición simple de la de Alarcos, pero esta vez el número no jugaba tanto a su favor. En la primera embestida, los cristianos hicieron saltar la vanguardia, e hicieron brecha en el grueso de las fuerzas enemigas. El khalifa lanzó entonces sus reservas de un solo golpe, detuvo el avance, y causó desconcierto en las tropas cristianas. Pero Alfonso VIII no había empleado aún su poderosa retaguardia.

Pudo ser en este momento cuando pronunció las frases que recoge la Crónica sobre “vencer o morir en la demanda”. Mandando en persona su reserva, se lanzó al ataque y destruyó a los almohades que emprendieron la fuga. Miramamolin tuvo que abandonar su tienda desde donde dirigía a sus hombres, y a uña de caballo se refugió en la ciudad de Baeza.

Otra versión, bastante verosímil, pues se contiene en una carta que Blanca de Castilla, la madre de San Luis, rey de Francia dirigió a Blanca de Champagne, hermana de Sancho VII el Fuerte, atribuye a éste la acción decisiva, con el acto de valor de saltar por encima de las cadenas de la guardia negra que protegía al Khalifa. Las pérdidas almohades fueron cuantiosas a causa de la desbandada que se produjo, pero no hay posibilidad de cifrarlas.

En los primeros meses después de la batalla no se percibieron las consecuencias que del desastre se derivarían para el Islam. Este parecía, por el contrario, en condiciones de resistir. Persiguiendo a los vencidos, los cristianos irrumpieron en el alto Guadalquivir, apoderàndose de Ferral, Baños de la Encina, Tolosa y Vilches. Baeza, abandonada por sus habitantes, fue incendiada. Úbeda, tomada al asalto el 23 de Julio, se convirtió en un montón de ruinas. Pero después de estos éxitos iniciales y porque comenzaba a manifestarse en el ejército una epidemia de disentería, Alfonso VIII ordenó emprender la retirada a la base de partida. Dos años más tarde, en Septiembre de 1214 moría el que pasaría a la historia con el sobrenombre de Alfonso el de las Navas. El destino casi unió a todos los contendientes. Pedro II de Aragón murió al año siguiente de la contienda, en 2013, luchando contra los albigenses en el sitio del castillo de Muret; Miramamolin se retiró a Marrakesh y allí parece que fue envenenado sólo dos años después de la terrible derrota. Sólo Sancho VII de Navarra, les sobrevivió 22 años, muriendo en 1234.

Con la perspectiva histórica de ocho siglos desde que transcurrió la batalla de las Navas de Tolosa, hay que matizar sobre su significado en el ámbito de la Reconquista cristiana a la altura del segundo decenio del siglo XIII. Para los contemporáneos, la contienda librada el 16 de Julio de 1212 supuso “un antes y un después” que marcaba la caída del Imperio Almohade y , por tanto, de Al- Andalus, así como la salvación para Europa de caer en manos musulmanas.

En realidad, el Imperio Almohade sobrevivió una década y mucho más en el caso de Al –Andalus y, ciertamente, la victoria cristiana no supuso más para Europa que el triunfo musulmán en Alarcos (1195). Pero queda claro que al octavo de los Alfonsos se debe el haber abatido para siempre el poderío almohade y acabar con la lucha por el control del territorio comprendido entre el Valle del Tajo y Sierra Morena, quedando esta última como frontera natural de Castilla con los reinos musulmanes peninsulares.
 

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