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                     Hace escasos días, Fátima Báñez, 
					ministra de Empleo y Seguridad Social –además de protegida 
					de Javier Arenas-, discurseaba en Andalucía y se le 
					ocurrió decir lo siguiente sobre las reformas: “La mayoría 
					silenciosa de buenos españoles afrontarán los esfuerzos con 
					aplomo y serenidad”. 
					 
					Fátima Báñez, a la que JA suele pellizcarle con fruición su 
					mejilla izquierda, cada vez que actúa en público a 
					satisfacción de él, no sé si queriendo o sin querer, volvió 
					a poner de manifiesto que las dos Españas siguen estando 
					vivitas y coleando.  
					 
					Veamos: para la señora ministra, quienes no comulguen con 
					los recortes alevosos impuestos por el Gobierno, son malos 
					españoles. Muy malos. He aquí, pues, como nuestra ministra 
					nos ha hecho recordar la división que se produjo entre 
					españoles alrededor de la Constitución de 1812. Ya se 
					hablaba en 1823 de la antiespaña. Hasta hacerse realidad las 
					dos Españas descritas por Machado, Unamuno y
					Baroja. Primera España. La absolutista. Católica, 
					patriota, partidaria del poder omnímodo del monarca. Segunda 
					España. La constitucional. Católica, patriota, partidaria de 
					una limitación del poder real. 
					 
					Los pertenecientes a la Primera España, como bien sabrá la 
					señora ministra, se vieron obligados a emigrar. A exilarse. 
					A irse por el mundo a la búsqueda de un empleo con el cual 
					poder subsistir. Muchos murieron en el empeño. Los que 
					decidieron quedarse, fueron perseguidos, vilipendiados y 
					hasta los hubo que perdieron la vida. 
					 
					Los otros, los que decidieron decirle amén a todo lo que 
					impuso el Rey Felón, aquel mal bicho, vivieron una vida 
					plácida. Una vida muelle. Mientras la tercera España, la 
					inculta, abandonada a sus propias fuerzas, sufría en 
					silencio las penurias y dejaba hacer porque así estaba 
					estipulado.  
					 
					La ministra de Empleo y Seguridad Social, onubense de San 
					Juan del Puerto, ha hecho dos carreras: es licenciada en 
					Derecho y en Ciencias Económicas. Y, por si fuera poco, ha 
					estado muchos años aprendiendo a la vera de Cristóbal 
					Montoro. Ese hombre que no necesita poner cara de malo 
					para saber con quién nos jugamos los cuartos.  
					 
					Fátima Báñez, la muchacha que, cada vez que discursea, hace 
					posible que a Javier Arenas se le alegren las pajarillas, 
					debe saber que sólo la España que posee la fuerza del dinero 
					y del poder será la que esté de acuerdo con las reformas 
					drásticas que el Gobierno ha impreso en el BOE contra las 
					clases más humildes y unas clases medias que han pasado ya a 
					convertirse en pobres de verdad. 
					 
					Cómo esta criatura, nacida en un pueblo de una Andalucía 
					donde el hambre de los años cuarenta hizo estragos entre sus 
					moradores, los pobres, por supuesto, ha podido cometer la 
					torpeza de decir lo que ha dicho –lo repetiré, por si 
					ustedes lo han olvidado ya-: “La mayoría silenciosa de 
					buenos españoles afrontarán los esfuerzos con aplomo y 
					seguridad”. Ay, ministra, muchacha de pueblo que ha 
					conseguido hacerse un nombre en el mundo de la política, 
					cómo es posible que tú, a edad tan temprana, perore en 
					público para volver a recordarnos que los españoles buenos 
					son los que dicen amén a los desvaríos de las autoridades. Y 
					los malos son quienes, por no quererse morir de hambre, 
					gritan para decir que se están quedando sin pulso. Por mor 
					de los recortes.  
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