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OPINIÓN - MIÉRCOLES, 1 DE AGOSTO DE 2012

 
OPINIÓN / ANALISIS

El júbilo compartido de “romper el ayuno”

Por Nuria de Madariaga


Es a las 21,30 o a las 21,40 el momento prefijado para romper el ayuno de la jornada de Ramadán? Ahí existen diez minutos en litigio cuyas diferencias irán acortándose conforme avance el mes y vaya adelantándose la hora violeta. Porque el primer bocado coincide precisamente con esa hora violeta de hondas reminiscencias místicas y literarias y representa cada nuevo día una nueva esperanza y un motivo de satisfacción por haber cumplido fielmente un compromiso adquirido con nuestro Creador: el compromiso de ayuno parcial.

Y lo contemplo desde la perspectiva de una visión muy rigurosa del cristianismo que coincide a día de hoy con la disciplina llevada a cabo por algunas órdenes de monjes y religiosas de clausura, cómo medio para alcanzar la iluminación y trascender las necesidades de la vida real para elevarse a planos superiores de conciencia. El ayuno parece así ligado en nuestra religión judeocristiana cómo algo habitual para los ascetas y los anacoretas y lleva practicándose desde hace miles de años. ¿Comenzó en nuestro caso el rito del ayuno como mortificación, penitencia o manera de alcanzar la trascendencia con los esenios del Mar Muerto o es muy anterior? Porque cuando nuestros antepasados ayunaban lo hacían privándose de todo alimento siempre durante los cuarenta días bíblicos y tal vez tomaran un buche de agua y poco más para que no les fracasaran las constantes vitales.

De hecho Jesús es llamado “el esenio” por tantos teólogos e historiadores, porque pasó una gran parte de su juventud bebiendo de las fuentes de la sabiduría hermética de aquellos anacoretas que se nutrían de un mendrugo de pan ácimo, un puñado de hierbas amargas (si las había) y un poco de agua pestilente guardada en odres de piel de oveja, el resto de los alimentos lo extraían del estudio de los textos sagrados y de recopilar “la otra sabiduría” la de la tradición recogida mediante transmisión oral, en sus célebres pergaminos. “Aquel que venga a mí, nunca pasará más hambre”.

Y el Nuevo Testamento no se refiere precisamente a que tuviera un comedor social, sino un manjar de conocimiento exotérico y espiritual, algo que se palpa más de cerca en los Evangelios Gnósticos que en otros textos profeticos cómo puede ser el Apocalipsis que no es precisamente el tipo de lectura idóneo para conseguir ser optimistas. Pero el hecho relevante se deriva de que la práctica del ayuno a modo de contrición se encuentra recogido prácticamente en todas las religiones y creencias, comenzando por el milenario hinduísmo, que es tal vez la creencia de mayor carga de espiritualidad y en la que existe un mayor sincretismo.

El Ramadán y su ayuno parcial alcanzan un mundo de significados, lleno de un hermoso simbolismo que desde el cristianismo contemplo cómo motivo de hermanamiento entre todos, unidad dentro de las familias en torno a los rezos y a la mesa cargada de manjares, educación ejemplarizante para los más pequeños ya que “se predica con el ejemplo” y los niños tienden a repetir lo que ven y si en sus familias ven respeto a las tradiciones, práctica religiosa habitual y sentimientos de compasión y de caridad para con quienes tienen menos, esa enseñanza irá formando un poso en el alma y constituye el mejor modo de enseñar. Y tras la cena y las liturgias el mes de Ramadán parece desembocar en alegría y en animación, en encuentros familiares y sociales y en un íntimo compartir de estas fechas.
 

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