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                     Recuerdo el caso de Catalina 
					Orcadita, que había perdido a su marido y a su hija en un 
					accidente de tráfico, allá mediado los años setenta, la 
					cual, apenas seis meses después de la tragedia, y cuando 
					acababa de cumplir cuarenta años, se asomó al balcón con la 
					intención de tirarse desde un séptimo piso y fue salvada por 
					su perrita, que casi como para retenerla le mordisqueaba las 
					piernas.  
					 
					Y qué decir de aquel perro de Cádiz que nunca dejó de 
					esperar a su dueño en la puerta del hospital. Un dueño que 
					entró para hacerse una diálisis, algo habitual en él, y dejó 
					a Canelo, que así se llamaba el animal, en la puerta. 
					‘Espérame aquí compañero’, le dijo aquel vagabundo. Pero el 
					enfermo falleció durante su tratamiento. Y Canelo estuvo 
					muchos años esperándole. 
					 
					Podría seguir enumerando historias de perros que han sido 
					capaces de poner su vida a disposición de sus dueños. En 
					realidad, es fácil conocerlas porque están muchas de ellas 
					reflejadas en Internet. No ha mucho tiempo pude comprobar 
					cómo los guardias civiles que cumplen su tarea en el puerto, 
					aman a sus perros por encima de muchas otras cosas. Incluso 
					si se les pregunta te dirán que sueñan con llevárselo a su 
					casa cuando su perro sea jubilado. 
					 
					La soledad, ese mal trance que acompaña a las personas 
					durante gran parte de su vida, es mejorada a diario por la 
					compañía de un perro o de un gato. Y hasta me atrevería a 
					decir que con cualquier otro animal doméstico. Sirven de 
					sedante. Y ayudan, en muchos casos, a que el hombre viva 
					mejor y sea más longevo. 
					 
					Yo he visto a personas, que se habían negado a pasear la 
					calle, recuperadas gracias al perro que los suyos le 
					pusieron a su disposición, así como quien no quiere la cosa, 
					y pronto tuvieron ganas de andar al aire libre. Cuántos 
					niños han crecido junto a su perro y lo tienen como el mejor 
					compañero hasta el fin de los días de éste.  
					 
					Se me viene a la memoria Guillermo, el hijo menor de 
					Alberto Gallardo, quien, siendo un chiquillo, iba con su 
					perro, ‘Tito’, pastor alemán, cuya fuerza desmedida 
					dosificaba el animal para no hacerle perder el equilibrio a 
					su dueño. Ahora, cuando han trascurridos sus años, me sigo 
					emocionando cada vez que los veo caminar por el centro de la 
					ciudad. Ambos se conocen a la perfección y forman un tándem 
					perfecto. Formado en una relación labrada a fuego al haber 
					pasado Guillermo por una coyuntura difícil que el perro 
					percibía. Puesto que los perros lo perciben todo. Porque hay 
					perros que disciernen más que muchas personas. El de 
					Guillermo tiene pinta de ser muy bueno y cariñoso. 
					 
					De mi perro no hablaré. Por muchas cualidades que yo esté en 
					condiciones de aseverar que tiene. De los perros podía 
					seguir escribiendo muchísimo. Los hay que no han podido 
					soportar la pérdida de sus dueños. En cambio, cada verano, 
					solemos leer cómo la gente abandona a esos perros que 
					regalaron en su día a hijos caprichosos y empecinados en 
					hacerse con una mascota. 
					 
					Ahora, en esta tierra, un perro rabioso ha desatado la rabia 
					contra los perros. Contra todos los perros que están en 
					perfecto estado de revista. Conviene que el consejero de 
					Sanidad y Consumo, Abdelhakim Abdeselam, cumpla con 
					su deber pero sin estridencias y sin despertar fobia contra 
					los animales. Como debe ser en una ciudad como Ceuta. 
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