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                     El rey Juan Carlos, quien 
					lleva varios años que no se quita de encima la mala suerte, 
					ni que le hubiera mirado un tuerto -y perdonen los 
					susceptibles-, debe dar gracias a Dios por la alegrías que 
					le están dando los deportistas españoles. Sobre todo los del 
					fútbol; que para eso hay un marqués al frente de la 
					selección española. Tampoco el tenis, por medio de Rafael 
					Nadal, ha dejado de alegrarle las pajarillas al jefe del 
					Estado, en tiempos de crisis para un monarca a quien el 
					comportamiento de Urdangarin le ha hecho cumplir 
					varios años de una vez.  
					 
					Los triunfos de los deportistas han sido siempre un regalo 
					llovido del cielo para los hombres poderosos. Recibir a 
					ganadores de cualquier especialidad deportiva sigue siendo 
					debilidad de reyes, de políticos, de empresarios de alto 
					copete y demás componentes de una casta que suele mirar por 
					encima del hombro a los más débiles.  
					 
					El Rey, el viernes pasado, hizo un alto en sus obligaciones 
					veraniegas para reunirse con Nadal y sus amigos a cenar en 
					un restaurante de Calvià (Mallorca). Con el fin de animar al 
					tenista, a quien ha querido expresar su amistad y apoyo en 
					estos momentos en los que las lesiones le tienen alejado de 
					las pistas. En la fotografía de la cena, sin embargo, vemos 
					que la cara de nuestro Rey expresa más necesidad de ayuda 
					que la del fenómeno de Manacor. No hace falta ser experto de 
					nada para decir que el rostro del monarca deja traslucir un 
					atisbo de soledad incuestionable.  
					 
					A Vicente del Bosque, por ejemplo, le sucede lo 
					contrario: Del Bosque es el hombre de moda. El marqués está 
					viviendo su etapa soñada. Y, por tanto, irradia felicidad y 
					hasta se permite el lujo de ir por la vida dando lecciones 
					de tranquilidad y de sentido común. Así que ha impresionado 
					al mundo mundial por hablar lo justo y repartir bendiciones 
					en tiempos donde cunde la desesperanza y se ponen en duda 
					todos valores. 
					 
					Lo suyo es de ensueño… Tras haber pasado unos años que a él, 
					seguramente, le parecieron horribles. Veamos. En 2003 salió 
					despedido de mala manera del Madrid. La temporada siguiente 
					fue contratado por el Besiktas turco y duró nada y menos. Ya 
					que las derrotas se sucedían y los espectadores se iban 
					poniendo cada vez más belicosos. De modo que tuvo que dejar 
					Turquía con celeridad. Sumido en una crisis profesional, que 
					no de dinero, lo cual conviene aclarar, incluso aceptó 
					formar parte de un organigrama técnico del Cádiz CF de la 
					mano de Arturo Baldasano; otro damnificado de 
					Florentino Pérez. Eso sí, Del Bosque vio el cielo 
					abierto cuando Baldasano dijo adiós y allá que se fueron los 
					dos de Cádiz con viento fresco. 
					 
					Poco podía imaginarse Del Bosque, estando en el paro y sin 
					que su futuro profesional tuviera visos de poder reverdecer 
					laureles, que una salida de tono de Luis Aragonés y 
					el cable tendido por Fernando Hierro, le iban a poner 
					en la senda de unos éxitos que le han convertido en figura 
					indiscutible como seleccionador. Además de ser esa persona 
					que ahora mismo desean sentar a su mesa los personajes más 
					poderosos de la tierra.  
					 
					La señora Merkel ha dicho, dos días ha: “Deseo comer con 
					Vicente del Bosque”. Creo que Del Bosque es, en este 
					momento, la única persona capaz de convencer a doña Ángela 
					para que le ordene a Mario Draghi comprar deuda 
					española… Mariano Rajoy debería rogarle a Del Bosque, 
					cuanto antes, que no demore más su cita con la alemana. Por 
					el bien de todos los españoles. Amén. 
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