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OPINIÓN - JUEVES, 16 DE AGOSTO DE 2012

 

OPINIÓN / EL OASIS

El grito de Serafín Becerra
 


Manolo De la Torre
manolodelatorre@elpueblodeceuta.com
 

La fe es estar siempre en un grito y ponerlo, siempre, en el cielo. ¿Si no pones el grito en el cielo, cómo quieres que te oiga Dios? Quien así se expresaba era nada más y nada menos que José Bergamín. Uno de los talentos preclaros de la España peregrina y un cristiano revolucionario que luchó por los ideales socialistas.

Hace 30 años, en Ceuta y durante el mes de julio, quien ponía el grito en el cielo era Serafín Becerra. Que no era socialista, aunque su tarea, como político, a favor de su tierra no admitía duda alguna. Gritaba SB, en aquellos entonces, con el único fin, que no era poco, de hacerse oír por los dioses menores; es decir, por los políticos de la UCD que partían el bacalao en Madrid. Pero a esos dioses menores, ensimismados en otras cuestiones, el vozarrón reivindicativo de Serafín o no les llegaba o les sonaba a cuento chino. De ahí que SB se quejara, amargamente, en el único medio escrito que había en aquella época, de cómo su voz carecía de resonancia cuando la ponía a disposición de Ceuta: su tierra. Por ser él, apostillaba, “un político del pueblo y para el pueblo”.

En aquel verano de 1982, recién llegado yo a la ciudad, lo que más me llamó la atención fue que había dos personas en las que se centraban todas las diatribas: eran el subdelegado del Gobierno, Fernando Marín López, y Álvaro Espinosa, juez. Y no me pregunten por las causas.

Muy pronto comprendí, en apenas unos días, que libertad y democracia estaban en boca de los ciudadanos durante día y noche. En aquella época, ante el menor contratiempo, cualquiera te espetaba: “¡Oiga, que yo soy demócrata…!”. Y a mí se me venía rápidamente a la memoria el cuento de aquel monaguillo que no sabía su papel y a cuanto decía el oficiante, según la liturgia, respondía: “Bendito y alabado sea el Santísimo Sacramento”. Hasta que harto de insistencia el sacerdote, se volvió y le dijo: “Hijo mío, eso es muy bueno; pero no viene al caso”.

La vida política era como una jaula de grillos en la que todos gritaban tratando de imponer sus ideas, pero sin querer dialogar ni comprobarlas con las de otros. Y llegué a la conclusión que la política imperaba de manera arrebatada. Primaba, por encima de todo, una pasión expresada de forma directa. Parecía como si cada persona tuviera en su cabeza la forma válida con la que hacer de la democracia herramienta válida para todo y preñada a su vez de eficacia y bienestar. Así, a pesar de las muchas vueltas que yo le había dado a la península, reconocí, en un momento determinado, no haber asistido a tanta disputa feroz entre partidos y donde los ataques a las personas fueran tan encarnizados.

También me sorprendió, que, en llegando las fiestas patronales, hubiera como un acuerdo tácito para que la política cediera el paso al disfrute de la Feria. Una especie de tregua que se cumplía a rajatabla. Y, cómo no, lo sola que se quedaba la ciudad nada más finalizar las fiestas.

Hoy, en agosto, cuando han transcurridos 30 años, el acuerdo tácito en las fiestas se sigue cumpliendo aunque a regañadientes. La ciudad se sigue quedando, tras la Feria, más sola que la una. Pero lo que se echa de menos es la actividad política. Aquella actividad pública, tal vez hipertrofiada, pero que mostraba en todas sus vertientes que Ceuta y la península tenían pulso. El pulso que se ha ido perdiendo. El pulso que Francisco Silvela echó de menos en su época. ¿Verdad, Serafín Becerra?
 

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