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					Un estudio titulado ‘La redefinición geoestratégica española 
					en el marco de la OTAN: las relaciones hispanomarroquíes en 
					el Mediterráneo Sur a fines del siglo XX’, realizado por 
					David Pérez Fernández y José Luis García Hernando, de la 
					Universidad de Valladolid, pone de relieve la importancia 
					que Ceuta y Melilla tuvieron en las últimas décadas del 
					siglo pasado en la definición de nuevas estrategias.  
					 
					Según los expertos, desde tiempos muy antiguos, el 
					Mediterráneo en su vertiente sur “ha sido foco de 
					innumerables tensiones y conflictos entre sus dos orillas. 
					Esta realidad, es más palpable a día de hoy, ya que la zona 
					nos muestra dos realidades bien diferentes, un primer mundo 
					y un tercer mundo, de los que España y Marruecos son sus 
					representantes en el área. La estrecha franja de mar que 
					separa estos dos países y sus territorios adyacentes, es una 
					de las fronteras que más preocupan a la Alianza Atlántica”, 
					indicaban en el estudio. 
					 
					Centrándose en la situación en los años 80, escribían que 
					“para la defensa y control de esta área, España se apoya en 
					la OTAN y la UE, las cuales actualmente son las más 
					importantes a nivel mundial en cuanto a poder militar y 
					económico, facetas en las que el Mediterráneo reviste gran 
					importancia para nuestro país”. 
					 
					Apuntaban los expertos que para estas dos organizaciones, 
					Marruecos es un socio de primer orden tanto a nivel 
					estratégico (OTAN), como económico (UE). En una parte del 
					mundo como es el Magreb, de gran inestabilidad y permanentes 
					conflictos. 
					 
					La entrada de España en la Alianza Atlántica, data de 1982, 
					desde la misma incorporación de España en la OTAN, se vio 
					que no iba a disfrutar para sus territorios norteafricanos 
					del mismo status que esta otorgó a los departamentos 
					franceses de Argelia en virtud del artículo V de su tratado 
					fundacional. Estos territorios norteafricanos, desprovistos 
					tanto antes como ahora de una defensa efectiva por parte de 
					la organización atlántica serían Ceuta, Melilla, las islas 
					Chafarinas, las islas Alhucemas y el peñón de Velez de la 
					Gomera. 
					 
					Territorios que Marruecos ha reclamado como suyos desde su 
					independencia en 1956. La vinculación española con la OTAN 
					data del año 1953, fecha de la firma de los pactos de Madrid 
					entre Franco y el presidente norteamericano Eisenhower, en 
					plena Guerra Fría. Las relaciones con esta organización, 
					preveían la protección del denominado “flanco sur” de la 
					OTAN contra posibles actuaciones o una amenaza soviética en 
					plena Guerra Fría. 
					 
					Concretamente, la vital ruta marítima que atraviesa el 
					estrecho de Gibraltar, vía de paso de innumerables barcos de 
					todo tipo y sobre todo superpetroleros que debían abastecer 
					de crudo a Europa. Pese a entrar a formar parte del 
					entramado atlántico, se seguían sin cubrir defensivamente 
					las plazas españolas del norte de África. Tal situación, 
					pudo haber creado un grave problema para los intereses 
					españoles de haber fructificado el acuerdo de Unión 
					Libio-Marroquí o 
					 
					Tratado de Uxda en 1984. Ante la referida unión, las fuerzas 
					armadas españolas quedaban en neta inferioridad numérica y 
					material ante la conjunción libio-marroquí. Hay que destacar 
					que la amenaza quedó deshecha tras los ataques que 
					soportaron las ciudades libias de Trípoli y Bengasi en 1986, 
					tras los cuales el régimen libio quedó aislado 
					internacionalmente. 
					 
					La situación de Ceuta y Melilla tras los anteriores 
					acontecimientos, quedó otra vez en punto muerto, pese a la 
					importancia geoestratégica de las mismas no sólo para 
					España. A este respecto ya se pronunció en 1985 el 
					comandante en jefe de las fuerzas aliadas en el sur de 
					Europa, William Small, declarando que el status de Ceuta y 
					Melilla debía ser clarificado como cuestión política en 
					Bruselas, sede del cuartel general de la Alianza en Europa1. 
					La cuestión siguió en punto muerto durante los años 80 y 90, 
					debido sobre todo a la indiferencia de algunos miembros de 
					la organización y la resistencia de otros, que vieron las 
					plazas como enclaves coloniales, sobre todo Estados Unidos, 
					Francia y Gran Bretaña. 
					 
					La situación geoestratégica del Mediterráneo sur, iba a 
					cambiar a comienzos de los años noventa, a consecuencia de 
					sucesos que afectarían al mundo de manera global. Tales 
					acontecimientos, serían la desintegración de la URSS y la 
					consiguiente pérdida de hegemonía a nivel mundial. Tales 
					acontecimientos, serían la desintegración de la URSS y la 
					consiguiente pérdida de hegemonía a nivel mundial. En la 
					cumbre de la OTAN celebrada en Roma en 1991, se trató este 
					asunto y se adoptó un “Nuevo Concepto Estratégico”, donde el 
					peligro ya no era la extinta Unión Soviética, sino peligros 
					de una naturaleza más amplia. Entre estos peligros cabía 
					destacar las armas de destrucción masiva, la ruptura de 
					aprovisionamientos de recursos vitales, y los actos de 
					terrorismo y sabotaje que pudieran afectar a la seguridad de 
					la Alianza. Antes de finalizar el primer lustro de los años 
					noventa, España se dotó de un nuevo discurso defensivo, 
					reflejado en el Nuevo Concepto Estratégico, aprobado en 
					enero de 1994. Este documento era de crucial importancia 
					pues preparaba el desarrollo del nuevo Plan Estratégico 
					Conjunto, que sustituiría al anterior ya desfasado. El Nuevo 
					Concepto, se definía como prioritariamente defensivo en caso 
					de amenaza al territorio español o al de la UEO y,cómo no, a 
					cualquier territorio de la OTAN. De este modo, se 
					revalorizaba la posición estratégica española como miembro 
					de la Alianza Atlántica. 
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