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                     Parece que el verano resulta un 
					poco más propicio para las tertulias entre familias, entre 
					amigos, entre personas. Conversar es una buena manera de 
					adentrarnos los unos en los otros. Les aconsejo que activen 
					el diálogo siempre. Cualquier momento es bueno para 
					compartir vivencias. Somos gentes de palabra, de lenguajes 
					que van más allá de las palabras, porque los silencios a 
					veces también hablan.  
					 
					Realmente, nos movemos entre lo finito y lo infinito. Por 
					una parte, somos materia y, como tal, caminamos entre 
					coordenadas finitas. Pero también somos pensamiento, y 
					pensar, conlleva transitar más allá de cualquier limitación. 
					En consecuencia, somos criaturas en perenne búsqueda, en 
					diálogo con el verso de la vida, bajo el deseo ardiente de 
					conocernos. Evidentemente; según vamos adquiriendo 
					conocimientos, será más fácil derribar, de este mundo 
					finito, aquellos muros que nos distancian.  
					 
					Si profundizásemos más en nosotros mismos, veríamos que nos 
					unen más cosas que nos separan. Para empezar, todos 
					necesitamos abrazar ese auténtico infinito, donde habita la 
					poesía, el creador de la poesía, el autor de lo que somos y 
					por el que vivimos como caminantes. Como es sabido, el 
					camino se hace andando consigo mismo y con los demás. Esto 
					exige, desde luego, tener capacidad de discernimiento para 
					tomar la calzada justa. Es como una aventura poética de 
					purificación, desde la libertad más absoluta y con la 
					autonomía de ser lo que cada cual quiera ser. Por tanto, 
					cuidado con esos falsos infinitos que son sectarios, que no 
					tienen en cuenta el orden de las cosas, que destrozan la 
					belleza y se sumergen en el derroche permanente, que viven 
					la vida como si fueran dueños del mundo para siempre.  
					 
					Los tiempos actuales nos exigen volver al verso y la 
					palabra, al buen hacer y mejor decir, a no eclipsar lo 
					infinito, a estar en sintonía con la naturaleza y el cosmos. 
					Para vivir no hacen falta grandes cosas, sino razones para 
					vivir. Con la visión materialista de la vida se hace muy 
					difícil la transformación. Nos deja un mundo vacío, unos 
					moradores interesados, que no saben o no quieren valorar la 
					dimensión poética del ser humano, el espíritu del poema, el 
					alma del creador. Cuanto antes debemos reconciliarnos con la 
					propia existencia, todo cuanto coexiste precisa de un 
					espíritu acorde con el universo.  
					 
					Nadie es distinto a nadie, y, por consiguiente, nadie debe 
					estar distante de nadie. Por eso, considero que es 
					infinitamente saludable tener tiempo para nosotros, para 
					poder vivir esa experiencia interior de armonía y unidad con 
					lo que nos rodea. En todo caso, esta es la única manera de 
					regenerar conciencias, de avivar una cultura planetaria 
					interdependiente. El cambio es tan justo como preciso, tan 
					preciso como necesario, y tan necesario como urgente. 
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