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					LUNES 27.  
					 
					Juan José Millas, tan buen escritor como 
					entrevistador perteneciente a Canal Plus, saca a relucir en 
					su último trabajo veraniego en El País, la palabra “percha”, 
					que en periodismo significa que para hablar de una cosa 
					tiene que suceder otra. De modo que como se cumplen 65 años 
					de la muerte de Manuel Rodríguez, ‘Manolete’, mañana 
					martes, hablar de Manolete lo creo indispensable para mí. Yo 
					vi a Manolete salir del hostal donde estaba alojado para ser 
					recogido por su coche y conducirlo hasta la plaza de toros 
					de El Puerto de Santa María. Fue un 15 de agosto de 1943. 
					Toreaba con Miguel del Pino, extraordinario torero de 
					la localidad, y con El Andaluz. Dentro de mi niñez, 
					cuyo consciente comienza a carburar con este hecho, como a
					Proust le valió su magdalena, yo sigo viendo 
					perfectamente al enorme torero cordobés. Aún tengo grabada 
					su figura en la retina: alta, delgada y de formas airosas, 
					cuya presencia hacia gritar de entusiasmo a las muchas 
					personas que se habían dado cita en los alrededores de su 
					estancia. Creo recordar que mi padre, ante la imposibilidad 
					de que yo pudiera ver bien a Manolete, por la mucha gente 
					arremolinada a su alrededor, me subió a sus hombros. Pasaron 
					tres años y otra vez se me presentó la oportunidad de 
					observar al maestro de maestros del toreo: fue en Córdoba, 
					saliendo de la casa de su madre; una vivienda de planta baja 
					y escalerillas que conducían a la entrada principal y un 
					jardín que daba a la calle situada en la avenida de 
					Cervantes. Los andares de Manolete eran majestuosos. 
					Caminaba despacio, dejándose ver con la naturalidad de los 
					elegidos; es decir, con esa elegancia que va de dentro a 
					fuera. Andaba como toreaba. Así se lo oí decir, muchos años 
					después, a Antonio Chenel, “Antoñete”. La muerte de 
					Manolete en Linares, un 28 de agosto, me privó de verle 
					torear en El Puerto de Santa María, en la corrida 
					tradicional del 31 de agosto de 1947, en la cual estaba 
					anunciado con El Andaluz y Gitanillo de Triana. 
					Manolete había conseguido torear con perfección vertical. 
					 
					Martes. 28 
					 
					Los martes suelen ser días en los que me tomo mis 
					copichuelas con amigos y conocidos por los establecimientos 
					de la calle Jáudenes. Hoy, en compañía de Luis Parrilla 
					y de Salvador Durá, he mantenido conversación con 
					Francisco Martín Cabello y Enrique Salido. 
					Inspectores Jefes del Cuerpo Nacional de Policía. Enrique 
					Salido es familia de don Manuel Salido, párroco que 
					fue de la iglesia Mayor Prioral en El Puerto de Santa Maria. 
					Enrique me cuenta que ha estado ausente de la ciudad porque 
					ha padecido una enfermedad que ha conseguido domeñar gracias 
					a la intervención de un magnífico cirujano: Ángel 
					Salvatierra Velázquez. Nacido en El Puerto de Santa 
					María. Mi paisano lleva ejerciendo su magisterio como 
					cirujano en el Hospital Reina Sofía de Córdoba, desde el año 
					1984. Enrique Salido habla y no acaba de Salvatierra. Por lo 
					tanto, yo no tengo el menor inconveniente en hacerle el 
					artículo a don Ángel, especialista en cirugía torácica, por 
					si alguien, en cualquier momento, necesita ayuda. Una ayuda 
					que puede encontrar en especialista tan celebrado.  
					 
					Miércoles. 29 
					 
					Desengáñese usted, De la Torre, si hay algo que me 
					entristece en el amor es la afirmación de que todo lo que 
					hay que hacer para ser amada es ser hermosa. Yo me excluyo 
					de esto porque perdí mi primer concurso de belleza. Me 
					confesó Gertrudis Viola, hace ya bastantes años, en 
					una fiesta donde se entregaban los premios naranja y limón a 
					las personas más destacadas del año en aquella ciudad. Por 
					cierto, a ella le correspondió el naranja y a mí el limón. 
					Nuestra conversación, aquella noche, sirvió para conocernos 
					más. Puesto que ella había oído hablar de mí en todos los 
					medios, pero nunca antes había tenido la oportunidad de 
					charlar conmigo. Así que le pregunté: ¿Cree usted que en 
					esta vida lo tienen más fácil los guapos que los feos? Y GV 
					respondió: “No le quepa a usted la menor duda”. Y me explicó 
					el asunto detalladamente. De esta conversación me he 
					acordado esta noche, nada más acabar el partido 
					Madrid-Barcelona, correspondiente a la Supercopa, oyendo los 
					comentarios, una vez más, de quienes se niegan a reconocer 
					los méritos del mejor defensa que tiene el equipo madridista. 
					Por llamarse Pepe y ser lo más opuesto a un adonis. 
					Un despeje orientado del defensor blanco colocando el balón 
					por delante de Higuaín o de Cristiano Ronaldo en 
					carrera y con todas las ventajas, es un pelotazo. Si lo hace 
					Xabi Alonso, aunque el balón ofrezca dificultades de 
					control al atacante, produce exclamaciones y elogios a 
					granel. Si Valdés hace eso que han dado en llamar uno 
					contra uno, tres o cuatro veces seguidas, apenas si le 
					conceden importancia. Si el actor es Casillas, 
					comentarista y glosadores brincan de entusiasmo y se 
					manifiestan gritando ditirambos a tutiplén. A los feos -y si 
					lo son más que Picio, según escribió de Costinha, 
					jugador portugués, perteneciente al Atlético de Madrid, el 
					director del diario As- se les exige más que a los bien 
					parecidos. Quienes son sobrevalorados a cada paso. Y, 
					además, gozan del privilegio de no reconocérseles los 
					errores. Así cualquiera. ¿Por qué será? Lo siento, pero me 
					niego a emitir cualquier parecer aproximado, por miedo a 
					herir susceptibilidades. 
					 
					Jueves. 30 
					 
					Conversación veraniega. De un verano que ya está agonizante. 
					Se habla de fútbol y de cuanto se encarte. Y, claro, sale a 
					relucir el interés de la columna periodística. Y se me 
					permite extenderme en la opinión. Fue en Madrid, cuando 
					apenas si los felices sesenta se habían estrenados, donde 
					descubrí lo mucho que se podía disfrutar leyendo a César 
					González Ruano. Entonces, leía yo compulsivamente a los 
					maestros rusos. Y, quienes se enteraban de mis preferencias 
					literarias, no se explicaban que un amante de los artículos 
					de opinión pudiera aguantar la densa prosa de los escritores 
					surgidos del frío. En el Madrid de 1960, cuando España 
					empezaba a despegar en muchos aspectos, la gente principiaba 
					ya a leer el periódico en el metro, en el autobús y en la 
					barra de la cafetería mientras se desayunaba. Prueba 
					evidente de que la vida comenzaba a exigir más ritmo y, 
					desde luego, a que se comía mucho mejor que diez años atrás. 
					De esa manera, el artículo corto y literario y capaz de 
					crear opinión, ganaba adeptos sin cesar. La columna tiene su 
					medida: apenas quinientas palabras que se leen en un 
					santiamén. Y juega con la ventaja de aportar interpretación 
					al contenido de la información. Una información que el 
					lector de periódicos ha oído ya en radio y televisión. Por 
					lo que, salvo raras excepciones, apenas si la busca en las 
					páginas escritas. Umbral ha sido el mejor intérprete de la 
					columna.  
					 
					Viernes. 31 
					 
					Ángel Gómez, Superintendente de la Policía Local, no 
					se cansa de decir que sus superiores pueden estar tranquilos 
					con su lealtad y disciplina. Y no se corta lo más mínimo en 
					propalar que él está siempre sometido a los requerimientos 
					de Juan Vivas y de Yolanda Bel. Hasta el punto 
					de airear que el día que se jubile, si Vivas y Bel desean 
					seguir contando con él, que no duden que lo encontrarán 
					dispuesto a servirles. No me extraña, pues, que el 
					superintendente sea tan apreciado por las dos máximas 
					figuras de la política local. Tampoco conviene echar en saco 
					roto la antigüedad que como militante del PP atesora nuestro 
					hombre. Ángel Gómez pertenece al partido de la derecha 
					española desde hace más de tres décadas. Vamos, desde que 
					conoció a Ricardo Muñoz y éste lo creyó capacitado 
					para hacer que la Policía Local se convirtiera en un 
					organismo moderno. AG ha demostrado tener siete vidas como 
					los gatos. Puesto que ha sido capaz de salir ileso de 
					cuantos expedientes se le abrieron. Por lo que ha ganado 
					fama de ser una de las personas más listas de Ceuta. Y, 
					sobre todo, se le adjudica tener el mejor archivo de la 
					ciudad acerca de vida y milagros de todos los políticos. Con 
					Ángel Gómez, salvo una etapa de nuestras vidas en la que 
					anduvimos distante, suelo llevarme bien. Por tal motivo, le 
					diré lo siguiente: que haga todo lo posible para evitar que 
					sean multados los coches que aparquen en el Campo del 54, 
					mientras juegue allí la ADA Ceuta. No vaya a ser que alguien 
					salga diciendo que la orden parte de quien trata por todos 
					los medios de acabar también con este equipo. 
					 
					Sábado. 1  
					 
					Manual del buen alcalde para poder permanecer en el cargo 
					una eternidad. 1) En política, sobra el tiempo para sestear, 
					pero conviene estar muchas horas en el despacho para que la 
					gente cunda que uno ni siquiera tiene vida privada. 2) Los 
					políticos que se convierten en ricos son sospechosos. Lo 
					conveniente, por tanto, es no hacer alardes de ningún tipo. 
					Un alcalde no debe meterse la mano en el bolsillo ni para 
					pagar un café. 3) Momentos de dudas: ¿Cómo es posible que 
					los ciudadanos se crean todo cuantos les digo? 4) 
					Contradecirse por sistema da prestigio. 5) La política no es 
					terreno propicio para la amistad. Habrá que ver si Pedro 
					Gordillo lo confirma. 6) En política siempre hay que 
					elegir entre dos males: yo lo resolví quitándole la 
					subvención a la ADC y dándosela a la FFC. 7) La política es 
					un cobijo de incompetentes. Yo no los tendría ni de botones 
					en cualquier empresa mía. Es lo que pensaba Jesús Gil. 
					8) Los políticos tienen que vivir entre la mierda, pero no 
					confundirse con ella, José Antonio Rodríguez no lo 
					entendió. 9) Soy excelentísimo señor, pero me gusta que me 
					digan simplemente Juan Vivas. Máxime si el que se 
					dirige a mí es el Superintendente de la Policía Local. 
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