| 
                     El Día de Ceuta, debido a que 
					Esperanza Aguirre y María Dolores de Cospedal, 
					invitadas de honor al acontecimiento, negaron su asistencia 
					a última hora, saltándose a la torera lo que mandan las 
					normas de buena educación y sentido del deber, quedó 
					reducido a un acto en el cual primaron las actividades 
					deportivas organizadas por distintas federaciones. Alguien 
					ha dicho, quien no se consuela es porque no quiere, que de 
					la necesidad se hizo virtud.  
					 
					Primaron, como antesala del momento cumbre del Día de la 
					Autonomía, las exhibiciones de varios deportes bases, porque 
					nuestro alcalde decidió que los niños de Ceuta fueran los 
					más felices del mundo. Y, sobre todo, hizo muy bien Juan 
					Vivas en predicar con el ejemplo: “Dejar que los niños 
					se acerquen a mí y disfruten de mi presencia en momentos 
					donde muchos de ellos están sufriendo las carestías 
					impuestas por la crisis en los hogares de los de siempre: 
					los ciudadanos de a pie”. 
					 
					Escena emocionante, de una ternura indiscutible, y publicada 
					en todos los medios con enorme derroche fotográfico. 
					Fotografías que tendrán, con el paso del tiempo, un valor 
					incalculable. Así que me acordé con celeridad, impropia de 
					mí, de Jhon F. Kennedy: quien detestaba hacer 
					política con los niños. Parece mentira lo insensible que era 
					aquel hombre. 
					 
					En fin, que el sábado pasado, entre pasacalles, actividades 
					deportivas y degustación gastronómica, nuestro alcalde 
					estuvo muy ocupado, aunque quizá tuviera un momento para 
					comentar a sus más allegados, que estaba pensando en no 
					invitar nunca más a ningún compañero de partido al Día de 
					Ceuta. Salvo a Javier Arenas y, sobre todo, a 
					Teófila Martínez. Ya que ambos han demostrado siempre 
					que están caídos de boca por Ceuta. 
					 
					Por la noche, no me cabe la menor duda de que nuestro 
					alcalde llegó a conmoverse ante lo que vio en el cine del 
					Parque Marítimo del Mediterráneo: la impunidad del crimen en 
					Ciudad Juárez. Y, desde luego, vivo en la certeza de que lo 
					primero que hizo al día siguiente es enviar mensajes de 
					condolencias a las autoridades mejicanas –sin x, con el 
					debido respeto a los mejicanos-. Ahora bien, si desea viajar 
					al lugar de los hechos, yo le aconsejaría que lo hiciera 
					acompañado de Fernando Jover: quien, según me han 
					dicho -algunos mejicanos- tiene los dídimos suficientes para 
					pasearse por lugares donde la vida vale nada y menos.  
					 
					Pero faltaba el acto principal, el del domingo, en el 
					Auditorio del Revellín: el acto institucional. Con su 
					entrega de medallas y el discurso tan esperado. El de un 
					político que, según Aróstegui, habla más y mejor que
					Castelar. Una arenga que yo no me la hubiera perdido, 
					por nada del mundo, de no haber sido porque jugaba el 
					Madrid. Aunque lo primero que he hecho es leerme el discurso 
					tres veces. Y de él, como no podía ser de otra manera, me 
					quedo con dos palabras. Pero qué palabras…: patriotismo y 
					particularismo; que, como todos los ismos, hay que ir con 
					cuidado. Me parece que el amor a la patria sólo es posible 
					con la alegría que produce ver comer a la familia y tener lo 
					suficiente para sentirse digno. En cuanto al particularismo, 
					existe en toda España, aunque entre vascos y catalanes haya 
					tenido siempre un cariz agresivo. De cualquier manera, 
					alcalde, le sugiero que lea a Ortega y Gasset. 
					Para que la próxima vez que hable de particularismo y 
					patriotismo, pueda rizar el rizo en asunto tan complejo. 
   |