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                     Año tras año celebremos, en todo 
					el mundo, el día internacional de la paz. Ya me gustaría que 
					el 21 de septiembre fuera el inicio de un verdadero cambio, 
					que sirviera para fortalecer lazos de amistad y se dejasen 
					de fabricar armas. Para ello, tenemos que pensar de otro 
					modo, y ver que tan importante como el pan de cada día es la 
					paz de cada momento, a la que se llega practicando mucho más 
					la mano tendida y poniendo la inteligencia al servicio de la 
					justicia. Lo que viene sucediendo es que nos solemos 
					inventar una paz condicionada a nosotros, intolerante y 
					discriminatoria, que busca el interés por administrar el 
					poder, desatendiendo el bienestar de los más necesitados, y 
					así no se construye un futuro de esperanza, o lo que es lo 
					mismo, como dice el lema de este año, “una paz sostenible 
					para un futuro sostenible”. 
					 
					Naciones Unidas ahonda en la causa de los conflictos y dice 
					que “la buena gestión de los recursos naturales puede 
					desempeñar un papel central en la construcción de una paz 
					sostenible”. Ciertamente, esta suprema aspiración de toda la 
					humanidad a través de la historia, es indudable que no puede 
					consolidarse si no se respeta el orden natural de las cosas, 
					si no se hace justicia a los que malversan ese orden, y se 
					abraza la verdad con el corazón humano. Desde luego, para 
					llegar a esa paz creíble antes hay que cultivar el sentido 
					humanitario y hacer de los derechos humanos, una moral de 
					vida. Mientras perduren las opresiones, los desequilibrios 
					económicos que con la crisis actual se han acrecentado, la 
					intolerancia, va a ser complicado imaginar que se pueda 
					progresar verdaderamente hacia la paz. 
					 
					Un futuro en paz se consigue, no con palabras, sino creyendo 
					en ella. No basta con hablar de paz, tampoco con 
					internacionalizar la palabra, hay que ocuparse para 
					conseguirla. Es verdad que cuesta, pero no es un imposible. 
					El Papa, Benedicto XVI, acaba de pedir ante una multitud de 
					personas congregadas al aire libre, en Beirut, que trabajen 
					por la paz en Oriente próximo. Todos los gobiernos o líderes 
					de religiones del mundo, debieran hacer lo mismo, pedir que 
					se trabaje a destajo por un nuevo desarrollo más equitativo 
					y comprensivo, que es tanto como trabajar por la paz. Por 
					desgracia, cada día más, proliferan masas humanas crecidas 
					de rencor, desbordadas por la avaricia, que no hallan paz ni 
					en su hogar, dispuestos a cualquier cosa, con tal de 
					apaciguar sus instintos más maquiavélicos. Ha llegado el 
					momento, pues, de reconciliarnos unos con otros, de empezar 
					de nuevo marcándonos nuevos caminos. 
					 
					Evidentemente, para llegar a una paz creíble hace falta 
					antes reducir los conflictos armados, hacer realidad el 
					trabajo como deber y derecho, formular políticas que 
					promuevan la igualdad social asegurando que todos los 
					ciudadanos tengan los alimentos que necesitan, luchar contra 
					la pobreza y la esclavitud que generan los sistemas 
					productivos presentes, proteger el medio ambiente y no 
					incendiar los pulmones de la vida. Va a ser complicado 
					llegar a ese objetivo de paz, puesto que hoy el mundo está 
					regido por gobernantes corruptos, que no entienden de 
					justicia, irresponsables, activistas de cortijos para sí y 
					los suyos, que hasta cuando quieren establecer diálogos, 
					gritan y les sale su vena violenta. Sálvese el que pueda. A 
					los hechos me remito. Suelen prepararse para la guerra en 
					lugar de ver la manera de establecer la paz y rescatar un 
					orden justo. Además seguimos levantando muros en vez de 
					tender puentes de entendimiento. El muro del egoísmo, de la 
					independencia, de la insolidaridad. Por tanto, urge trazar 
					una auténtica cultura pacifista desde el gobierno a la 
					ciudadanía y desde ésta a todos los gobiernos. De lo 
					contrario, nos seguimos engañando a nosotros mismos.  
					 
					Hoy por hoy tenemos armas por todas parte y nadie se siente 
					seguro. Multitud de países no están gobernados por una ley 
					justa, más bien por un caos de gobierno que ignora las 
					injusticias que ellos mismos activan y que son demasiado 
					graves como para mirar hacia otro lado. La paz, sin duda, 
					exige el desarrollo de una cultura cívica, de estado de 
					derecho, para poner todas estas cuestiones en su sitio. Lo 
					prioritario, a mi entender, pasa por asegurar de que se 
					tomen en serio los tratados que se firmen al respecto. No en 
					vano, para Naciones Unidas, es su razón de ser, define su 
					misión la paz, es su esencia en definitiva, su discurso, el 
					compromiso más importante, su pasión por hacer patente el 
					aprecio por las vidas humanas y sus derechos humanos. 
					 
					Sabemos que los derechos humanos son vitales para acrecentar 
					esa cultura de paz, tan precisa en los momentos actuales, en 
					los que se siguen produciendo demasiadas violaciones a esos 
					derechos, especialmente durante y después de los conflictos 
					armados, o en tiempos de dificultades como ahora. Por 
					consiguiente, hay tanto por lo que unirse, que cualquier 
					movilización pacifista debemos recibirla con un abrazo. O 
					vamos todos juntos hacia la paz con voluntad de alcanzarla, 
					o jamás la hallaremos. Que nadie quede excluido del 
					compromiso de actuar de puente en divisiones culturales y de 
					generar tolerancia en el mundo. Seamos hombres y mujeres de 
					paz, una alianza que origina un futuro en convivencia y que 
					debe librarse a tiempo completo. Enseñemos a no odiar y 
					formemos líderes con espíritu sabio y compasivo. Sin duda, 
					resulta bochornoso ver cómo a veces se provoca 
					deliberadamente la intransigencia, la ruptura, la 
					crispación, el enfrentamiento, la provocación...; sabiendo 
					que la paz verdaderamente comienza por todo lo inverso, a 
					veces por el simple gesto de una sonrisa. 
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