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                     Hoy por ayer, me levanto, muy de 
					mañana, acordándome aún del petardo que pegó el Madrid en el 
					Sánchez Pizjuán. Me doy cuenta de que no estoy para bromas. 
					Se me nota demasiado el cabreo y comprendo que mi condición 
					no es la más idónea para frecuentar los lugares donde suelo 
					reunirme con las personas habituales. Es decir, que acepto 
					que mi estado de ánimo no es el más indicado para participar 
					en tertulia alguna. 
					 
					Pero, como tengo todavía tres horas por delante, para 
					decidir si transito o no la calle, dedico parte de ellas a 
					leer, mejor dicho a volver a leer, a Julio Camba. 
					Escritor gallego, que supo conservar a lo largo de su 
					existencia los rasgos del aldeano de su tierra y del castizo 
					madrileño. Y lo hago para divertirme con su humorismo 
					personalísimo y capaz, como en otras ocasiones, de hacerme 
					reír y olvidar disgustos de identidades labradas a fuego en 
					la sesera.  
					 
					Lo primero que hago es recurrir al primer artículo que 
					escribió JC en ABC, en 1913, donde comenzaba así: “A mí se 
					me ocurren muchas tonterías, y en cuanto tengo confianza con 
					la gente las digo. La cuestión es pasar el rato, y no quiero 
					callarme una tontería que puede divertirnos a todos para 
					echármelas de hombre serio y sesudo”.  
					 
					Y, oiga, santa medicina: leer el primer párrafo de Camba me 
					hizo volver a la realidad. Y decido darle una larga cambiada 
					a las tripas sin estrenar que me habían dejado la 
					desgraciada actuación del equipo de Mourinho. Y noto, 
					pues, que recibo una bocanada de aire fresco. Una especie de 
					segundo aliento que me pone en perfectas condiciones para 
					darme mi correspondiente garbeo por el centro de la ciudad. 
					Sin miedo a poner el mingo.  
					 
					En el centro de la ciudad, quienes me conocen y desean 
					charlar conmigo, requieren mi opinión acerca de qué jugador 
					del Madrid tuvo una actuación acorde con la categoría del 
					equipo en el campo hispalense. Y contesto con celeridad: 
					Iker Casillas volvió a demostrar que es merecedor del 
					Balón de Oro. Y cunde la risa. Y es que la gente, en vista 
					de la crispación existente, aprovecha cualquier bobada para 
					desagriarse el carácter. 
					 
					Para bobada, más bien necedad, la de Pere Navarro; 
					primer secretario de los socialistas catalanes, al proponer 
					un modelo federal para España. Federalismo del que contaba 
					Camba, precisamente, que obligó a Ortega y Gasset, 
					en 1934, a personarse en el Congreso, en estado febril, para 
					explicarles a los diputados la gran diferencia existente 
					entre federalismo y autonomismo. Al final, ante la postura 
					exaltada de los catalanes, el filósofo respondió con ironía: 
					Hay que conllevarse con los catalanes. O sea, hay que 
					soportarlos toda la vida. Es nuestro sino.  
					 
					Conseguida la atención de los contertulios, remato mi faena 
					verbal con media verónica: Xavi Hernández y Casillas 
					fueron premiados con el Príncipe de Asturias de los Deportes 
					cual ejemplo de cómo deben ser las relaciones entre 
					castellanos y catalanes. Eso sí, inmediatamente, Pep 
					Guardiola puso las cosas en su sitio. Otra vez causaron 
					risas mis palabras. Lo cual me da pie para continuar, vista 
					la alegría que va cundiendo alrededor de mí, tan cara en 
					estos momentos; y me da por referir que Vivas está pensando, 
					debido a la situación tan complicada que está viviendo, 
					ofrecerle a Aróstegui que sea su asesor a tiempo 
					completo. Y más que risas, lo que desato es cachondeo 
					generalizado. Así que aporto diversión. A la par que 
					García Gaona pone los trofeos de la selección española. 
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