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OPINIÓN - MIÉRCOLES, 19 DE SEPTIEMBRE DE 2012

 

OPINIÓN / EL OASIS

El casticismo de Esperanza Aguirre
 


Manolo De la Torre
manolodelatorre@elpueblodeceuta.com
 

A Rajoy se le va el país de las manos, dijo Alfredo Pérez Rubalcaba en una entrevista en La 1 de TVE. Entrevista entretenida, porque el jefe de la oposición es buen dialéctico incluso cuando miente. Lo cual no quiere decir que carezca de razón al decirnos que el presidente del Gobierno no está dando la talla en ningún sentido.

Motivo más que suficiente para que Esperanza Aguirre haya decidido hacer mutis por el foro. Darse el piro. Dimitir como presidenta de la Comunidad de Madrid y darse de baja como diputada. Decisión difícil para una mujer que estaba –y que sigue estando- en la cresta de la ola y que, a pesar de sus gloriosas meteduras de pata, es tan admirada como apreciada en muchos lugares de España. Y, cómo no, ha sido capaz de ganarse furibundos enemigos. Muchos de inteligencia bien probada. Que eso sí que tiene mérito.

Esperanza Aguirre ganó fama cuando vivió entre vascos, durante una temporada, de ser mujer aguerrida, con valor reconocido. De ella se ha venido destacando, durante 30 años de vida pública, que, frente a las situaciones penosas, a los conflictos afectivos, a las rivalidades personales, es capaz de zanjar, reaccionar y actuar… Determinación que ha asombrado a muchos hombres de su partido y a sus adversarios políticos.

Supo bien pronto, por su pertenencia a un viejo tinglado nobiliario, que estaba obligada a mezclarse con el pueblo llano. Que necesitaba a toda costa, si quería ser votada a tutiplén, estar entre las gentes, tocarlas y dejarse tocar. Compartir fiestas, verbenas y espectáculos con los ciudadanos y relacionarse con ellos. Sentarse con el pueblo en las gradas de Las Ventas o disfrutar codo con codo de cualesquiera celebraciones populares con los asistentes. Hablar como ellos. Mostrarse apasionada como ellos y hasta proferir interjecciones a voz en cuello entre la multitud.

Esperanza Aguirre echó mano del casticismo. La llamada demagogia de siglos pasados. Una forma de actuar que pusieron de moda los Borbones. Y que la condesa consorte de Murillo y grande de España consiguió interpretar mejor que nadie. Pero no por arte de birlibirloque. En absoluto. Ya que semejante función es, además de compleja, muy dada a que se le vea bien pronto el plumero de la falsedad a quien la practica hipócritamente.

Su llaneza, demostrada durante tantísimos años, su modo de expresarse como mujer, su voluntad, y la forma de acercarse a los demás, cautivaron a muchas mujeres y acobardaron a muchos hombres. Quienes comenzaron a percatarse de que La Espe como la llamaban los madrileños, contaba con olfato, sutileza y sexto sentido: y no pocos varones creyeron que estaban ante una bruja moderna.

Su fama de mujer que había acabado con el viejo mito de la Dama de las Camelias, demostró que ellas, si se lo proponían, no eran frágiles, ni evanescentes, sino todo lo contrario: duras ante el dolor, resistentes ante el trabajo, luchadoras empedernidas y con los ovarios equiparables a los adminículos de los tíos más tíos. En rigor: un peligro que los hombres avistaron y les hizo ponerse en guardia. Al cabo de los años, con tantos éxitos conseguidos y cargos desempeñados, siendo un referente femenino y principalísimo, Esperanza se ha ido del primer plano porque no soporta que la mande un mediocre. Lo demás es secundario.
 

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