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                     En el verano del 2008, cuando 
					España empezaba a dar muestras de flaquezas económicas y 
					principiaba a barruntarse que los grandes bancos inversores 
					habían cometido tantas fechorías como para que los gobiernos 
					tuvieran la gran coartada para destrozar a la clase media, 
					la selección española ganaba la Eurocopa disputada entre 
					Austria y Suiza.  
					 
					Los españoles, a pesar del miedo a la crisis económica que 
					se anunciaba a bombo y platillo, se desplazaron masivamente 
					a los campos suizos y austriacos para ver en directo el 
					juego de una selección, repleta de jugadores bajitos, a los 
					que Luis Aragonés supo crearles el sistema de juego 
					adecuado a sus cualidades. 
					 
					Ese verano, por si alguien no lo recuerda, el Barcelona 
					presentó a Pep Guardiola como entrenador. Lo digo 
					para que algunos no sigan diciendo que Aragonés plagió las 
					ideas futbolísticas del chico nacido en Santpedor y que, 
					hace nada, abogó porque Cataluña se independice de una vez 
					por todas de unos españoles que llevan toda una vida 
					viviendo a costa del trabajo de los catalanes. 
					 
					En esa Eurocopa, Iker Casillas fue elevado a los 
					altares por sus penaltis parados frente a los italianos. 
					Empieza la hegemonía del Barcelona y se habla nada más que 
					de este equipo, de su entrenador y de los triunfos que va 
					obteniendo la selección española dirigida por Del Bosque.
					 
					 
					De modo que en mayo de 2010 el presidente del Real Madrid 
					contrata a Mourinho para que haga del equipo un grupo 
					fuerte que sea capaz de quitarse los complejos que la 
					selección española y el equipo azulgrana le habían causado.
					 
					 
					En España no se hablaba nada más que de Messi, de los 
					futbolistas bajitos y de un portero al cual calificaban de 
					legendario. Por parar varios penaltis y sacar a relucir 
					ciertos reflejos lógicos en cualquier guardameta de primera 
					fila. Aciertos que sus partidarios acérrimos, la prensa en 
					general, destacan con tanto entusiasmo como tratan de omitir 
					sus defectos garrafales: es horrible en los balones por 
					alto, un desastre en el juego con los pies y no tiene la 
					menor idea de lo que es situar una barrera.  
					 
					Llega Mourinho al Madrid cuando España acaba de obtener el 
					título de campeón mundial en Sudáfrica. Cuando los españoles 
					son todos de la Roja y Del Bosque y Guardiola parecen 
					haber inventado el fútbol. Se le recibe con hosquedad. Como 
					se suele tratar en este país a cualquier portugués que sea 
					bueno en algo. Empiezan a mirarlo por encima del hombro y a 
					desprestigiarlo. Pero el portugués, listo de verdad, no 
					tiene el menor empacho en enfrentarse a quienes no saben ni 
					papa de fútbol. Por más que escriban en periódico tan 
					reputado como es El País.  
					 
					El País, como As, Marca y otros periódicos, cuenta con 
					plumas que no cesan de arremeter contra el entrenador que 
					más títulos ha obtenido en distintos países. Se les nota a 
					la legua que la llegada de Mourinho les ha sentado como un 
					tiro. Máxime cuando éste decide poner a Valdano en la 
					calle. Para que deje de filtrar a la prensa los problemas 
					que se van generando en los vestuarios. La salida del 
					chivato hace que el grupo Prisa destile veneno contra el 
					mejor técnico que ha tenido el Madrid desde hace muchos 
					años.  
					 
					Mourinho, frente al Manchester City, demostró un valor 
					incalculable. E hizo lo que este servidor venía pidiendo 
					desde hace ya su tiempo: dejar en el banquillo a Sergio 
					Ramos. Por más que sea un magnífico jugador. El 
					siguiente paso es sentar a Casillas y Alonso.  
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