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OPINIÓN - DOMINGO, 23 DE SEPTIEMBRE DE 2012

 

OPINIÓN / EL OASIS

Sobre la Educación
 


Manolo De la Torre
manolodelatorre@elpueblodeceuta.com
 

Recuerdo que mi madre compró una camisa tras acordar con el dependiente que si no me estaba bien podría devolverla. Hecha la prueba, a mi madre no le gustó cómo me caía y la puso sobre la cama, mientras se dedicaba a otros quehaceres, con el fin de volver a doblarla para cambiarla por otra en el mismo comercio.

Sin nada que hacer en aquel momento, a mí me dio por ayudarla. Y acometí la tarea de doblar la camisa nueva y conseguí que no me sobraran agujas. Cuando mi madre comprobó mi labor, no pudo por menos que contarle, con cierto alborozo, a la vecina con la que mejor se llevaba, lo realizado por mí. Y la vecina, sabiendo de las dificultades que ofrecía semejante operación, no dudó en atribuirme la condición de genio.

Aquel mes, precisamente, me habían puesto un rosco en matemáticas, asignatura que se me había atragantado hasta el extremo de ganarme la fobia del profesor. Que no entendía el porqué de mi fracaso en esa disciplina mientras en las otras había ganado fama de lince. La rabia del enseñante, contra mi poca o nula efectividad en esa materia, me indujo al escapismo: es decir, aprovechaba cualquier excusa para desertar de la clase o no acudir a ella. Con lo cual se había generado un problema entre partes que había puesto en peligro mi continuidad en un colegio de pago.

Entonces, fui llamado por el director del centro; se llamaba Miguel Zea, había sido jesuita y gozaba de un enorme respeto en el Colegio de San Estanislao, conocido, popularmente, como el ‘Colegio de la Pescadería’. Era un hombre bajito, con incipiente calva y un bigotito de la época.

Don Miguel, tras llamar yo a la puerta de su despacho, me dio el pase y me mantuvo un buen rato de pie frente a él que hacía como si estuviera leyendo algo de suma importancia. Pasados unos minutos, que a mí se me hicieron eternos, carraspeó, levantó la cabeza, me miro a los ojos y fue al grano.

-Mire, De la Torre, aquí hay alumnos cuyos padres son ricos y otros, cual los suyos, que están haciendo verdaderos esfuerzos para que sus hijos se instruyan de manera que les permita soñar con estudios universitarios. A mí, que haya alumnos ricos que pierdan el tiempo y se distraigan a la hora de hacer sus deberes, me preocupan, como profesor que soy y, además, director de un centro que se ha ganado una buena reputación, claro que sí; pero esa preocupación es infinitamente menor que la causada por alumnos pertenecientes a una clase social en la que sus padres se privan de muchas cosas para que sus hijos estudien. Es el caso suyo. Sé que nunca será el mejor en matemáticas, pero debe hacer lo imposible por aprobar cada mes. Y verá cómo el profesor cambia su comportamiento.

Mientras estuve en ese colegio, seguí el consejo de don Miguel Zea. Y los problemas con el profesor de matemáticas remitieron. Quizá porque mi voluntad despertó en él la certeza de que yo estaba dispuesto a multiplicarme en el estudio de una asignatura a la que, desde el principio, había afrontado con desagrado. Pero lo que no se podía obviar es que yo estaba incapacitado para elegir cualquier carrera necesitada de las matemáticas.

En rigor: la excelencia sigue siendo necesaria en la Educación. No todos podemos ser ingenieros o arquitectos… Ya va siendo hora de que la Formación Profesional goce de la importancia que tiene. Ser fontanero, por ejemplo, además de ser muy rentable, es necesario.
 

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