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OPINIÓN - VIERNES, 12 DE OCTUBRE DE 2012

 
OPINIÓN / LA DIANA

Un circo con tres pistas

Por JAUMA


El domingo pasado tuvimos la ocasión de presenciar un circo, tenía de todo, acróbatas, domadores, cuerda floja, equilibrismo, escapismo, hombres bala, trapecistas, tragafuegos, tragasables y por supuesto, como no, payasos, había de todo, salvo público, a pesar del gran espectáculo, de los artistas y de toda la parafernalia, resulta que faltó el público, y sin él, el evento quedó deslucido.

Me preguntaba qué era lo que había fallado, hasta que vi el precio de las entradas y lo comprendí todo, la cuestión estaba ahí, el precio era demasiado alto; para pasar a ver y formar parte del espectáculo había que comulgar con ruedas de molino. Demasiado caro.

En otro tiempo resultaba más fácil, más económico, pero eran otros tiempos, ahora para entrar en el juego hace falta aceptar que los mismos que han creado el problema tienen la solución y eso cuesta.

La credibilidad de los espectáculos circenses se basa en la candidez del público, en la aceptación de una realidad a veces equívoca, a veces increíble, pero en la que la luz de las candilejas y el ambiente contribuyen a dar verosimilitud a lo fantástico.

Sin embargo todo ello ha de tener un sentido, un objetivo y debe ser compartido por todos, o al menos por la mayoría. Cuando ese difícil equilibrio se rompe, cuesta mucho desandar el camino; cuando mientras estás embobado pendiente del espectáculo, alguien de manos hábiles te roba la cartera, alguien que forma parte del circo, entonces toda tu candidez se viene abajo, ya no valen las medias luces, ni los trucos de prestidigitador, ni las gracias de los payasos, porque todo forma parte de una gran trampa.

Y eso es lo que se trasluce en este caso y es lo que hace que el espectáculo quede deslucido, sin gracia. La evidente falta de credibilidad, la sensación de que muchos de los que participan, lo hacen no ars gratia artis, el arte por el arte, sino por el interesado deseo de permanecer, impelidos por la necesidad de ser protagonistas, actores principales de una parodia caduca y falta de ritmo.

Es entonces cuando un público desencantado, amante del circo de verdad, del espectáculo basado en la realidad, en el redoble de tambores, en el funambulista sin red, en el domador sin silla, prefiere no acudir, no seguir manteniendo vivo ese fuego más que en su imaginación, porque la realidad ya no tiene ni fuerza ni empuje.

Todo ello, para desgracia nuestra, significa que aquellas ilusiones e ideas peregrinas en torno a la ingravidez de los cuerpos, al enfrentamiento entre fieras y hombres, a la lucha contra el tiempo, queda sujeto a la cruel realidad.

Así es como veo el espectáculo del domingo, así es como veo a unos sindicatos faltos de frescura, impregnados en intereses particulares que dominan sobre los generales.

Bien es cierto que también hay gente que todavía confía, que cree que el camino porque el nos pretenden llevar es el correcto, respeto y aprecio a esa gente, pero no a los que los conducen, aprovechando su confianza, directamente a un callejón sin salida, el de la desilusión.

El ejemplo de los que viven del trabajo ajeno, del esfuerzo común, está demasiado presente, su número es cada vez más reducido, pero se mantienen a base de especulaciones y medias verdades, con una impunidad carente de pudor.

Para ganarse de nuevo el respeto de aquellos que les precedieron, aquellos hombres y mujeres que lucharon por un ideal, respetando a sus compañeros, haciendo cada día posible el milagro de la libertad, tienen que rehacer parte del camino, repasar su propia trayectoria personal y ponerse en la piel de quienes antepusieron su propia comodidad a la de sus iguales.

Ya no basta con hablar de ricos y pobres, ya no es suficiente con acusar a los mercados, al capitalismo, es preciso ir más allá, aportar soluciones, predicar con el ejemplo.

Los sindicatos han perdido el norte, de eso no me cabe duda, y cada vez más personas son conscientes de la pérdida de poder de convocatoria, de su doble lenguaje, de la connivencia en la han permanecido con los poderes del momento, de su escasa representación social y de que han vivido paniaguados y callados como quintos.

Ahora reivindican la calle, demasiado tarde.

Ahora quieren vendernos que ellos son los verdaderos garantes del estado de bienestar, demasiado tarde.

Quien ha contribuido a hacerlo insostenible, quien no se ha preocupado lo más mínimo por la evidente falta de sostenibilidad de ese estado de bienestar, no está ahora legitimado para convertirse en líder social.

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