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OPINIÓN - LUNES, 29 DE OCTUBRE DE 2012

 

OPINIÓN / EL OASIS

Joaquín y su genética…
 


Manolo De la Torre
manolodelatorre@elpueblodeceuta.com
 

Aurelio Sánchez no se cansa de decir que su hijo puede estar jugando al fútbol, a pleno rendimiento, hasta los cuarenta años por su genética. La clave reside en la leche materna, porque hasta los seis años se enganchaba al pecho de la madre. Y cree lo que dice a pies juntillas.

El hijo de AS es Joaquín: futbolista del Málaga que está jugando de manera impresionante en el equipo de la Costa del Sol, tras haber pasado parte de su carrera en el Valencia, con cierta tristeza. Traspasado por un equipo que fue el que lo puso en la órbita futbolística: el Betis.

El padre de Joaquín es un tío estupendo. Al que yo tengo en alta estima. Y motivo hay para airearlo. Aurelio, padre de la criatura que es capaz de trastornar cualquier férreo sistema defensivo con la genialidad de los elegidos, iba acumulando hijos con la misma facilidad que jugaba a cualquier juego recreativo.

Aurelio tuvo la suerte de tener un hermano al que todos los portuenses conocíamos por su alias: El chino. Y, claro, su negocio, que era un bar situado en los soportales de la Ribera del Río, se rotulaba así. El chino se había hecho con una clientela de obreros, de buscavidas, de artistas incipientes y de los que ya estaban consagrados pero necesitaban acudir al lugar donde estaban grabados a fuego sus orígenes.

Con El chino, tío de Joaquín Sánchez, se entendían los pobres y los ricos que llegaban al bar ávidos de conversar con flamencos de la talla de Pansequito y del inolvidable Ramón Núnez Núñez, “Orillo del Puerto”; bailaor y cantaor festero, hermano mayor de Rancapino.

En el local, una especie de cuchitril ventilado y bien limpio, los clientes adoraban a El chino y éste mantenía el orden con la mirada. Era una mirada limpia y dispuesta siempre a entender los problemas de quienes cada día se levantaban buscando el jornal de la supervivencia. Ni que decir tiene que era generoso. Por serlo, nunca ganó más dinero que el justo para atender a sus necesidades y las de su hermano Aurelio. Cuya mujer, Ana, iba camino de dar a luz su octavo hijo: Joaquín

Nació Joaquín en verano. Concretamente en el de 1981. Cuando mi amistad con su padre y con su tío era tan grande como para que yo les hubiera concedido a ambos la oportunidad de viajar con el Portuense: que era entonces un equipo que había enardecido a los portuenses y a toda la Baja Andalucía. Durante tres temporadas El Chino y su hermano, Aurelio, viajaron por toda España con el equipo entrenado por mí y disfrutaron de lo lindo. Prudentes, desprendidos e incapaces de meterse en camisa de once varas, se ganaron el respeto de los profesionales.

El chino descubrió un día que su sobrino Joaquín era un fenómeno con la pelota en los pies. Y puso su dinero para que el chaval se costeara los desplazamientos a Sevilla para entrenar con los niños del Betis. Entre él y Aurelio, padre de la criatura, moldearon a Joaquín. Y acertaron: porque a ver quién es el guapo que pone en duda que el futbolista del Puerto no es de los que causan placer viéndole jugar y actuar. Joaquín ha vuelto, pasada la treintena, a demostrar que es capaz de derribar fortalezas defensivas con sus quiebros, fintas y descaro ante cualquier ambiente y equipo. Y yo disfruto. Y me alegro por él y, sobre todo, por su padre: Aurelio. Lo que se ha perdido El Chino. Joaquín siempre lo recuerda.
 

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