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OPINIÓN - MIÉRCOLES, 31 DE OCTUBRE DE 2012

 

OPINIÓN / SNIPER

La Aventura de la Historia y
los gases sobre el Rif (IV)

 


José Luis Navazo
yebala07@yahoo.es

 

Los “gases de guerra” fueron, según la propaganda al uso, arrojados sobre el Rif de forma “masiva” e “indiscriminada”, por decirlo en palabras del actual director del Instituto Cervantes de Orán (Argelia), el converso de la raja David Alvarado. ¿Pero fue realmente así?. Si el bombardeo con fosgeno y sobre todo iperita es un hecho incontrovertible, las cantidades realmente empleadas no se corresponden en absoluto con las habitualmente manejadas por los voceros al uso, entre otras aspectos por falta de capacidad y tecnología: la artillería usada era del calibre 155 mm (originariamente obuses Schneider del calibre 155/13, fabricados desde 1917 y bajo licencia en la fábrica asturiana de Trubia) y las bombas de aviación solían arrojarse “a mano” o por medio de un sencillo mecanismo manual. Si durante la I Guerra Mundial (1914-1918) se arrojaron en los campos de Europa unas 12.000 toneladas, a lo largo de los últimos años de la guerra del Rif (entre 1923 y 1925) la cantidad utilizada fue sensiblemente menor: así, en mayo, julio y noviembre de 1924, el Taller de Gases de Nador (sito junto al Atalayón) no alcanzó a producir poco más de 1 tonelada, estimándose la producción total entre 400 y 470 toneladas de gases, fundamentalmente iperita, matizando que no toda fue empleada sobre la región.

Es decir, las cantidades fueron mínimas por lo que se echa por tierra la leyenda sobre el “uso masivo” de gases tóxicos por España en la guerra del Rif, siendo también inconcebible que esas cantidades pudieran ser culpables de las altas tasas de cáncer de la región, por lo demás no constatables en Europa después de la I Guerra Mundial. ¿Acaso la genética de los rifeños es diferente a la de los europeos…?.

Por lo demás, fuentes rifeñas (caíd Haddu ben Hammu) afirman en varias ocasiones (la primera el 2 de diciembre de 1921) disponer también de “gas”, si bien no en grandes cantidades y en 1923 el hermano de Abdelkrim intentó adquirir (los rifeños llegaron a hacer el desembolso) “50 bombas de gas”. Estos datos son absolutamente contrastables, de los que se infiere que si la República del Rif no utilizó también la guerra química fue, sencillamente, porque no pudo. No obstante, días antes del desembarco de Alhucemas los rifeños rociaron con compuestos artesanales, entre ellos iperita, aquellas zonas que presumían podían llegar a ser ocupadas por los españoles, logrando parciales resultados.

En todo caso y hasta que en enero de 1923 y previo pago de un rescate de cuatro millones de pesetas Abdelkrim (quien inicialmente exigía cinco) no liberó a los 1.500 prisioneros españoles que retenía en Axdir, por cierto en penosas condiciones (bajo torturas y ejecuciones sumarias al uso), es dudoso que el ejército usara los “gases de guerra” en profundidad por motivos evidentes. Si ayer comentábamos los combates de Tizzi Azza de junio de 1923 como primer documento fehaciente de la utilización de gases (artillería), es posible que puntualmente se diera también algún otro caso en otoño de 1922, según denunció el propio Abdelkrim ante la Sociedad de Naciones. Si bien la aviación inglesa fue la pionera, ensayando el lanzamiento de bombas químicas desde aeroplanos en 1919 sobre el Ejército Rojo durante el transcurso de la guerra civil en Rusia, fue España quien efectivamente normalizó la aviación militar para este cometido, realizando el primer bombardeo con “bombas x” (químicas) sobre posiciones del enemigo en el aduar de Amesauro (cabila de Tensamán, al este de Alhucemas) el 14 de julio de 1923, manteniéndose el bombardeo sobre la zona oriental del Rif a un ritmo medio de ocho bombardeos aéreos dos veces por semana, empleándose bombas cargadas con gases tóxicos junto a otras convencionales de trilita (TNT) e incendiarias. Una prueba más de que los bombardeos no pudieron ser sistemáticos son las difíciles condiciones de vuelo: una orografía tortuosa y la excelente ubicación de las fortificaciones rifeñas obligaba a los pilotos a volar a baja cota (unos cien metros), muchas veces letales y los mismos aparatos no tenían capacidad para transportar un número elevado de bombas.

Por lo demás, el ejército perdió a lo largo de la guerra un total de 131 aviones, sufriendo unas 84 bajas entre oficiales y suboficiales. En mayo y junio de 1924, es bombardeado primero con fosgeno (14 bombas de 26 kilos) y luego con iperita (hasta 99 bombas C-1) el acuartelamiento central de Abdelkrim en Ait Kemara y su residencia en Axdir. Dado que la potente carga explosiva de las C-1 neutralizaba gran parte de la iperita, éstas fueron sustituidas progresivamente por las más pequeñas C-5. Previo al primer desembarco de Alhucemas en septiembre de 1925, la aviación arrojó un total de 254 bombas de iperita sobre Alhucemas, 35 sobre el Alto Nekor (Zoco El Arbaa de Taurirt) y 27 sobre la desembocadura del río Kebir. El mismo día del desembarco se arrojaron 17 bombas C-5, que por efectos de “fuego amigo” llegaron a lesionar a las tropas propias.

En conclusión, las cifras son elocuentes: ni por la producción alcanzada ni por los medios al uso, puede hablarse responsablemente de un “uso masivo y sistemático de gases tóxicos” sobre el Rif. Afirmar lo contrario es no solo una falacia, sino una burda manipulación. Nos quedan dos aspectos por tratar: los efectos de las “gases de guerra”, sobre todo el gas mostaza o iperita y las eventuales responsabilidades, para algunos, derivadas de su utilización: ¿el Rey de España o el Sultán de Marruecos?. Interesante cuestión.
 

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