Semana última terrible, semana de
recibir pinchazos a granel que me dejan el cuerpo poco menos
que un colador, el colador de la abuela.
Vacunas que conllevan la amenaza de la ruina, corporal y
económica, de quién se vacuna. Menos mal que en Catalunya no
se pagan como en Madrid, en cuya Comunidad hay que pagar
para vacunarse; para llevar al niño al pedíatra, además, los
padres deben ir bien surtidos de todo lo necesario para el
niño, como los pañales, sábanas, apósitos, etc., nos estamos
acercando al sistema sanitario cubano.
Vacunas que luego transforman a uno en receptor de cuantos
virus orbitan alrededor de su cuerpo y que son “muchimillones”.
Los virus no se sientes inmigrantes ilegales.
Vacunas que conllevan ir con más frecuencia a la farmacia y
contribuir, cada vez más, a paliar la maltrecha economía
farmacológica con el euro por receta más el porcentaje que
corresponde. A los pensionistas nos obliga a pagar un 10%
del valor del medicamento más el dichoso euro, lo que ahce
que las medicinas vayan camino de ser artículos de lujo.
Ver asomar el saldo en la cuenta corriente, en las pantallas
de las terminales bancarias de los denominados ‘cajeros
automáticos’, produce un ataque psicológico de terror, más
aún cuando se mira el calendario y estamos a mediados de mes
y los númeos pintan de un llamativo color rojo o con el
temido palito horizontal de menos.
Gente que se encuentra de pronto solas ante el peligro: el
oficial del juzgado que trae la orden de desahucio rodeado
por todo un batallón de ‘guardias de corps’ que la deja
helada.
Gente que acuden al mercado, supermercado o hipermercado y
se encuentran con unos precios inalcanzables. Precios que la
mala leche de los distribuidores o de los propios dirigentes
de los comercios, suben a su antojo sin ninguna
contrapartida justificativa de dichos aumentos.
Gente que ya tiemblan de terror al pisar el vestíbulo de los
mencionados comercios con el pensamiento cerrado por unas
interrogantes sobre lo que puede hacer para que su familia
no pase hambre.
Sinvergüenzas de tomo y lomo que se presentan en centros de
distribución alimentaria (bancos de alimentos) y acaparan
mucho para servirlo en asilos de ancianos que han pagado,
ellos o sus familias, su estancia en los mismos, haciendo
negocios redondos a expensas de los que de verdad pasan
hambre.
Bueno, como ya me han tachado de ser siempre muy crítico y
nunca escribo algún que otro artículo alabando a algo o a
alguien, creo que por hoy ya he soltado algo más de mi rabia
común. Rabia de ver a mis semejantes pasarlas canutas cuando
no debería ser así, cuando deberían vigilar el desmadre de
los empresarios, comerciantes y distribuidores que se
aprovechan de las reformas de leyes y decretos que este
Gobierno que nos ha tocado, nos sigue tocando los…
Ya habrá tiempo de mejorar mis escritos, de suavizar mis
críticas, pero… ¿qué gano con ello? ¿meterme en el tranvía
de los caracoles humanos y hacer la pelota húmeda a quienes
destruyen el estado del bienestar?
No gracias. Prefiero seguir con mis escritos habituales, ni
gano ni pierdo nada pero me lo paso ‘bomba’ al notar el
cabreo de mucha gente.
Otra que tal. Para acabar de chingar a los ciudadanos, ya
está ahí un decreto que permite a los tahúres de los juegos
de azar pagar menos impuestos que un esforzado y humilde
trabajador que no tiene más aspiración de que su familia
pueda comer, disponga de techo y, en verano, ir a la playa
del pueblo con un bocadillo de chorizo en su mínima
expresión. No como esos tahúres que encuentran ganas y
disfrutan de estancias en paraísos con todo cubierto.
¿En qué quieren convertir el país? ¿En una chabola llena de
familiares de los inmigrantes que están vagabundeando por
nuestras calles?
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