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OPINIÓN - VIERNES, 30 DE NOVIEMBRE DE 2012

 
OPINIÓN / LA DIANA

Un paso al frente

Por Jauma


En defensa de lo propio, sin depreciar lo ajeno, esa es la forma en que podría resumirse la manera en la que precisamente no creemos.

Y lo demostramos todos los días, en lugar de aprovechar lo conocido, nos preferimos apoyar en aquello que nos parece mejor solo porque viene de fuera.

Produce rubor la forma en que despreciamos todo aquello que es patrimonio de nuestra cultura y nuestra forma de ver el mundo, para acoger de mil amores aquello que procede del exterior.

No sentimos envidia de ver como se imponen las ideas ajenas y nos retorcemos ante el triunfo de algún conciudadano, resulta dolorosamente triste pero así es por desgracia.

Nuestra reacción se enfoca siempre hacia el lado negativo, si triunfa alguien de nuestro entorno es porque algo malo estará haciendo, algo malo que le permite sacar la cabeza por encima de la nuestra, jamás perdonamos.

Si en lugar de Margaret Thatcher te llamas Margarita Techador, lo tienes crudo, nunca te perdonarán que con ese nombre aspires a gobernar un país, si te dedicas a hacer bombillas no te puedes permitir el lujo de llamar a tu marca comercial Ramos, tienes que darle la vuelta para que parezca otra cosa, Osram, los ejemplos son penosos y se multiplican.

Para poder triunfar has de esconderte bajo capas y capas de absurdas marcas comerciales que no revelen que en realidad eres del pueblo de al lado, no te lo perdonaríamos jamás.

Pero ¿cuál es la razón, qué nos empuja a ese comportamiento tan siniestro? Nuestra educación, nuestra cultura, nuestra inseguridad, no lo se, en realidad no es fácil de entender, pero el resultado lo podemos percibir todos los días.

Nosotros tenemos el ejemplo muy cerca, si una empresa decide competir en el mercado con el marchamo de empresa ceutí, dispuesta a afrontar los riesgos, a liderar grandes proyectos, a enfrentarse en tiempos de crisis a la general abulia que nos paraliza, si eso ocurre, es porque hay intereses ocultos, tenemos que encontrarle una explicación que nos satisfaga, y para ello no dudamos en colgarle el sambenito, en cuestionarla, en ponerla en la picota.

Deberíamos saltar de alegría, sin embargo buscamos y rebuscamos intentado derrumbarla, poner toda clase de trabas, sembrar las dudas, crear el ambiente propicio para hacerla tropezar y si es posible que se de de bruces.

Amargo es el fruto que nos depara el esfuerzo si no nos mantenemos en el anonimato, si no nos ocultamos de la vista de los demás.

En otros lugares el triunfo se exhibe sin ningún reparo, es objeto de admiración aquel que es capaz de vencer las dificultades donde otros han fracasado, se premia al innovador, al audaz, al que se arriesga.

Aquí todo eso solo es sinónimo de juego sucio, no cabe en nuestras entendederas que nuestro vecino sea capaz de avanzar.

Para nuestra cultura el trabajo es sinónimo de vergüenza, solo si eres capaz de vivir sin trabajar estás bien considerado, es nuestra más alta aspiración, los que trabajan son aquellos que no sirven para otra cosa.

Es nuestra herencia, y de ella buena parte de culpa la tiene la vieja aspiración de ennoblecer nuestros apellidos para así poder vivir de las rentas, en lugar de mercaderes o artesanos, nuestros antepasados deseaban con todas sus fuerzas alcanzar los blasones que solo los nobles podían mostrar, y con ello el desprecio al trabajo y a quienes lo practican.

Ciertamente hemos evolucionado, ojo, digo evolucionado, que no avanzado, ahora aspiramos a ser funcionarios, liberados sindicales, anodinos jefes de negociado, dueños de nuestro pequeño territorio en el que nos volvemos inaccesibles, inalcanzables y desde donde pontificamos sobre el bien y el mal, ¿que nos importa que afuera haga frio o calor?

Quiero dar un paso al frente, quiero estar con todos aquellos a los que nada protege de las inclemencias de un día a día incierto, lleno de promesas pero también de peligros.

Me produce una honda satisfacción el que a pesar de las dificultades, a pesar de encontrar cada día una razón para arrojar la toalla, todavía encontramos hombres y mujeres, con espíritu emprendedor, con deseo de avanzar, de mejorar.

Empresas que con el viento en contra, sean capaces de navegar en este mar proceloso plagado de inesperados enemigos, enemigos que atacan siempre por debajo de la línea de flotación, que solo buscan hacer daño sin más resultado que la extraña satisfacción de ver hundirse un proyecto que cuesta esfuerzo y dedicación sacar adelante.

Y para todos aquellos que solo se alimentan de la envidia, del rumor infundado, que viven protegidos por un sistema al que en lugar de servir, utilizan para su propia comodidad, a ellos solo recodarles aquello de que en el pecado está la penitencia.
 

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