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sociedad - DOMINGO, 2 DE DICIEMBRE DE 2012


Charles Osaigbovo. fidel raso.

REPORTAJE / INMIGRACIÓN
 

El inmigrante que quiere regresar a su país y no lo consigue

Charles Osaigbovo cuenta a EL PUEBLO cómo ha sido su odisea hasta llegar a Ceuta; once años después de salir de Nigeria su único objetivo es volver a su tierra, pero las autoridades marroquíes se lo impiden
 

CEUTA
Patricia Gardeu

ceuta
@elpueblodeceuta.com

La suya no es exactamente una historia del CETI. Pues Charles Osaigbovo dice que no ha pisado nunca el Centro de Estancia Temporal de Inmigrantes. De hecho, al contrario que el resto de inmigrantes, no quiere irse a la península, lo que ansía es volver a su país natal, Nigeria.

Tiene 29 años, o eso le han dicho, aunque él no lo tiene muy claro. En su país natal le aguardan su madre, que trabaja haciendo jabones pero ahora está enferma ingresada en un hospital, su hermano y su abuela. A su padre lo ha visto una vez en su vida, cuando tenía 17 años, porque su madre huyó de casa con los dos niños cuando el marido empezó a pegarle. Su madre le ha estado mandando dinero para sobrevivir desde que salió de Nigeria en el año 2001.

Comenzó el viaje en coche, desde su país, y atravesó Níger y Argelia, a donde llegó a pie. Cruzó a Marruecos y allí se quedó. Ha vivido en varias ciudades del país vecino hasta 2007. Al principio, en una ‘casa’ hecha con plásticos, después alquiló una habitación. Durante esos años logró reunir 1.500 euros, lo que le costaba una plaza en una patera en la que viajaron 65 personas, cuatro de ellas niños.

El viaje en patera duró 18 horas, hasta Motril (Granada). A su llegada, una mujer que viajaba sola con un niño le pidió que se hiciera pasar por su marido ante las autoridades españolas. Estaba convencida de que así sería más fácil que no la deportaran. “Me hicieron unas pruebas para ver si el hijo era mío y dio que sí, la policía española se equivocó”, explica. “La gente tenía miedo a decir que era de Nigeria, pero yo no quise cambiar mi país”, recuerda.

Hasta que un día soñó con Dios y supo que debía contar la verdad. Se confesó a una voluntaria de Cruz Roja y la organización le compró un billete de tren para Bilbao. Allí conoció a paisanos que le recomendaron pedir asilo. Pasó dos semanas en la calle hasta que un nigeriano al que conoció le invitó a su casa. “Pasé allí varias semanas, pero no podía vivir con él porque no iba a la iglesia y estaba con muchas mujeres”, explica. Se fue de su casa pero el hombre le compró un billete para Barcelona.

La localidad catalana de Mataró sería su siguiente hogar durante varios años. Vivió un mes en la calle, después en la playa y finalmente pudo alquilarse un apartamento al encontrar un trabajo como jardinero. No sabía por entonces que el contrato que le habían hecho era falso, así que soñaba con legalizar su situación en España. Cobraba tres euros la hora y estaba convencido de que tras duras jornadas de diez horas, el esfuerzo al menos serviría para conseguir sus papeles. No sería así.

De aquellos años, Charles Osaigbovo destaca una vivencia: cuando conoció a María Pila. “Ella vivía en la calle y comía basura, la gente creía que estaba loca, pero yo la vi y supe que era una santa. Hicimos el amor diez veces esa noche y después ya no la vi más, desapareció. Ella ha sido mi única relación, su energía no funciona. Tres años después, en la estación de tren me la encontré, pasamos una semana juntos, pero le dije que no podía ver mi cuerpo más”, recuerda su historia.

Su cuento terminó de golpe. Un día se cayó de un árbol cuando estaba trabajando. Tuvieron que llevarlo de urgencia al hospital. Cuando llamaron a su jefe, este quiso desentenderse de la situación y dijo que no lo conocía. Fue entonces cuando descubrió que su contrato de trabajo era ilegal.

No podía creerse la situación, soñó que iba a tener problemas y decidió que había llegado el momento de regresar a Nigeria. Pero no iba a ser tan fácil como había imaginado.

Compró un billete de autobús de Barcelona a Algeciras con el dinero que tenía ahorrado. Era el 11 de octubre de este año. En el autobús le robaron la documentación, casi todo el dinero que tenía y su bolsa de equipaje. Pudo coger un barco a Tánger pero cuando llegó no le dejaron entrar en el país por no tener documentación. Se volvió a Algeciras y cogió el barco a Ceuta.

Un día después, la Policía lo afilió. “La Policía me ha engañado mucho, me dijo que me iba a ayudar para regresar a mi país y no lo ha hecho”, lamenta. “La gente aquí me mira como un loco, pero tengo que buscar el modo de salir de España”, apunta.

En Ceuta ha intentado en dos ocasiones cruzar a Marruecos para regresar a su país, pero aunque las autoridades españolas le han dejado pasar por la frontera, las de Marruecos le impiden el paso. Y una vez incluso le pegaron. Así lo cuenta él.

Por eso ahora está planteándose cómo conseguir dinero y viajar a Madrid. Cree que desde allí podrá sacarse una identificación y coger un avión a Nigeria. Mientras tanto, duerme entre cartones en la Plaza de África. ”Sufro mucho en la calle”, dice. Está convencido que le persiguen los musulmanes para matarlo por ser católico e ir a la iglesia, así que duerme sólo en lugares donde hay cámaras de seguridad. Pasa las noches leyendo la Biblia.

Ya es algo más de un mes y medio lo que lleva en Ceuta. “No he dormido en toda la noche”, apunta, y enseña las anotaciones que ha dejado apuntadas en una Biblia. También le acompaña un pequeño rosario de madera que sostiene entre las manos. Entre sus pertenencias, una bolsa de tela amarrada con unas cuerdas. Dentro, una cartera marrón con los pocos papeles que se ha sacado en Ceuta y el billete del viaje, ya desgastado, del autobús desde Barcelona.

Se sostiene sobre un palo de madera, que lo acompaña siempre y en el que ha escrito versículos de la biblia. “Mi abuela me ha enseñado a encontrar de verdad el camino de Dios. Yo la respeto a ella más que a nadie, mis padres han fallado, ella no”, dice mientras explica las ganas que tiene de reencontrarse con su abuela.

“Cuando tenía siete años, yo ya estaba flipado con Dios”, añade. Ahora sólo espera que ese Dios le ayude en su camino de regreso. Un camino, el de vuelta a casa, que no sabe muy bien cómo emprender.
 

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