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OPINIÓN - DOMINGO, 16 DE DICIEMBRE DE 2012

 

OPINIÓN / EL OASIS

Pedro Gordillo
 


Manolo De la Torre
manolodelatorre@elpueblodeceuta.com
 

El 31 de octubre de 2009 forma parte de la historia negra de esta ciudad. Ese día un hombre fue sambenitado y los heraldos de la mentira decidieron propalar su descrédito por todo el orbe. Los heraldos de la mentira hacían befa de alguien cuya bragueta, en ocasiones, le obnubilaba la razón. La perdición de muchos hombres. Y casi siempre por acostarse con mujeres cuyos problemas son mayores que los suyos.

Pedro Gordillo fue perseguido con saña, injuriado, calumniado, y, lo peor de todo, expuesto a la sevicia de los vecinos. En aquellos momentos, viendo al hombre acorralado, sometido a la iracundia de la gente, degradado hasta extremos insospechados, quise ayudarle con una columna a la que titulé así: “Se impone la piedad”. Y, desde ese momento, todos sus enemigos la tomaron conmigo.

Los enemigos de Pedro Gordillo eran muchos. Tantos, que antes del escándalo tuve a bien avisarle de que había una camarilla dispuesta a atentar contra su persona y que bien haría en no descuidarse lo más mínimo. En no perderle la cara a quienes estaban dispuestos a ponerle fin a su poderío político. Pero el vicepresidente del Gobierno creía estar acorazado. Y erró.

El escándalo consistió en mostrarnos un vídeo donde se le achacaba a Gordillo acoso sexual y promesas que, de haberlas cumplido, hubieran acabado en delito de cohecho. Un vídeo que tenía todas las trazas de ser una trampa que le habían tendido quienes no le podían ver ni en pintura. Fulanos cuyos nombres me sabía de memoria y que aún los puedo recitar de carrerilla.

Los mismos Fulanos que se jactaban entre bastidores de haberle dado matarile político a quien consideraban un estorbo en todos los sentidos. Aquella traición al entonces vicepresidente del Gobierno, presidente del Partido Popular y otro cargo del cual ahora no me quiero acordar, se tradujo en grandes beneficios para otras personas que vieron el cielo abierto para comenzar a medrar. Pero lo peor de aquella traición fue, sin duda alguna, el drama que le tocó vivir a la familia de Gordillo.

Aún recuerdo la cara de la mujer de Pedro, Conchita Íñiguez, cuando hablé con ella, estando el juicio público en plena ebullición. La cara de Conchita era desoladora. Se le habían echado los años encima y la tristeza infinita la embargaba. Por más que ella, haciendo de tripas corazón, trataba de ayudar su marido a soportar la tragedia que él se había buscado. Un desliz de bragueta, pero exento de acoso sexual y de prestaciones que hubieran propiciado el soborno.

Hablando de Conchita Íñiguez, conviene recordar que, a raíz de aquel feo asunto, fue rechazada por quienes hasta entonces presumían de tenerla como amiga, y me lo contaba con un desparpajo que en ella era costumbre. De ella, de Conchita Íñiguez, me he acordado yo en cuanto he visto publicada la noticia de que la fiscalía ha decidido pedir el sobreseimiento del “caso” Gordillo. Lo que hubiera dado ella por disfrutar de este momento. Del momento en el cual el fiscal no ve delito en la actuación de su marido. Y argumenta su decisión.

En fin, sin ánimo de ponerme luctuoso ni de hacer demagogia de la muerte de la mujer de Pedro, lo cierto es que aquel escándalo le afectó sobremanera a Conchita e hizo posible que su enfermedad se agravara. A ver ahora cómo es compensada la víctima por el sufrimiento. Este periódico, desde el primer momento, obró con equidad. Conviene recordarlo.
 

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