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OPINIÓN - LUNES, 24 DE DICIEMBRE DE 2012

 

OPINIÓN / EL OASIS

La voluntad y el valor de las mujeres
 


Manolo De la Torre
manolodelatorre@elpueblodeceuta.com
 

Yo viví parte de mi adolescencia rodeado de mujeres. Hubo un tiempo en el cual disfruté de las atenciones de mi madre y también de sus hermanas. Que eran tres. En tiempos difíciles, como fueron los de la postguerra, bien pronto supe apreciar la voluntad y el valor de todas ellas.

Voluntad y valor eran las armas de las que disponían para enfrentarse a las situaciones penosas, a los conflictos afectivos, a las rivalidades personales. Asumían con enorme determinación los riesgos necesarios para poner fin a situaciones ante las que los hombres se convertían en seres dubitativos, vacilantes y temerosos.

Descubrí, entonces, que las mujeres eran muy fuertes físicamente. Y con el paso del tiempo comprendí que se había acabado el viejo mito de la Dama de las Camelias. Hasta el punto de que los hombres tenemos más que asumidos que ellas ni son frágiles, ni evanescentes, sino más bien robustas, duras ante el dolor y dispuestas a enterrarnos. Cuentan con una resistencia física extraordinaria. Vigor físico que nos apabulla a los varones.

Creo que todos nos hemos preguntado, alguna vez, cómo es posible que haya mujeres trabajando de pie cuando esperan un hijo. Y qué decir de las que habiéndole sido diagnosticado un cáncer acuden al trabajo estando sometidas a los efectos del tratamiento consiguiente y más que conocido. Pues las hay. Yo las he visto.

Yo he visto a una mujer luchar denodadamente contra su enfermedad. Con una fortaleza de ánimo que llamaba la atención de cuantos la tratábamos diariamente. Con una entereza que nos hacía sentirnos estúpidos cuando nos quejábamos por nada y menos. Por una simple lumbalgia. O por un enfriamiento de tres al cuarto.

Su vitalidad, la de esa mujer, cuyo nombre mencionaré en cualquier momento, no solo le valía para darle un regate a su dolencia, sino que también le proporcionaba fuerzas suficientes para acudir a su trabajo todos los días. Incluso me consta que se dirigió al director del establecimiento rogándole que la dejara trabajar con su pañuelo en la cabeza, mientras atendía a muchos clientes, entre los que nos hallábamos quienes sabíamos las dificultades por las que estaba pasando.

La mujer, a la que me estoy refiriendo, ha estado dos veces sometida a una situación de estrés enorme, debido al padecimiento ya reseñado. Y durante muchos días supo compaginar su recuperación con sus tareas laborales. Sin pedir la baja. Sin dejar de arrimar el hombro. Sin esconderse. Y, por supuesto, sin acudir al hotel lamentándose de su mal sino. Todo lo contrario.

Isabel Gaspar –sé que a ella no le va a gustar que airee su nombre- estuvo siempre en su sitio y cuando le preguntábamos por su salud solía responder con la sonrisa en la boca y esa educación portuguesa que mantiene siempre en su relación con los clientes.

IG lleva nueve años trabajando en el Hotel Tryp. Nueve años que la llevo yo tratando a ella y a su marido. Conocida, pues, su trayectoria vital, bien haría cualquier asociación de mujeres interesándose por la actitud de una señora que merece ser candidata al Premio María de Eza. Porque entiendo que su trayectoria laboral, sometida a los vaivenes de su enfermedad, contribuyó a ampliar el valor y el sacrificio de las mujeres en general.

Sé que Isabel refunfuñará al verse en los papeles. Pues le agrada pasar inadvertida. Asimismo me consta que mi petición caerá en saco roto. Pero deseo hacerla.
 

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